50 días después de la Pascua, celebrábamos el pasado domingo día en que vino el Espíritu Santo, que había prometido Jesús, sobre los apóstoles. Termina el tiempo pascual. Los apóstoles estaban reunidos en oración con María, la Madre de Jesus, Madre de la Iglesia. Vino el Espíritu Santo e hizo nacer la Iglesia: Día de la Iglesia naciente, nacida y enviada para evangelizar. Los apóstoles no se quedan donde estaban reunidos: salen, salen donde están los hombres. Por eso, como dice el Papa, la Iglesia que surge en Pentecostés es una Iglesia en salida, una Iglesia que sale al encuentro de los hombres para anunciarles la Buena Noticia de Jesús. Del mismo modo que el trigo seco, que la harina, no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros que somos muchos no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin el agua que baja del Cielo, sin el Espíritu santo que viene de lo alto. Sin esta agua que viene de lo alto, sin el Espíritu Santo, no daríamos frutos, seríamos tierra árida, árida, leño seco sin frutos de vida nueva (Cfr. San Ireneo, Tratado contra las herejías)). El Espíritu Santo es el que otorga e introduce en nuestros corazones el amor de Dios que hace posible un mundo nuevo y una humanidad nueva, es el que suscita y pone en vela la esperanza y hace posible que clamemos «Abba, Padre», y confesemos que «Jesús es el Señor»: El Espíritu santo nos hace hijos de Dios, nos hace nacer a una vida nueva por el Bautismo.
Con gozo agradecido celebramos la venida del Espíritu Santo, el que reúne y constituye a la Iglesia y la pone en pie para no quedarse encerrada en sus cosas sino que vaya y dé frutos de amor, de caridad, que Él mismo infunde en nuestros corazones; es Él el que levanta testigos en el pueblo, para hablar con palabras vivas a los hombres y les haga palpar la alegría del amor que une y crea fraternidad verdadera, la de los hijos de Dios. Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo envía sin cesar el fuego de su Espíritu que purifica, renueva, enciende, y alegra las entrañas del mundo, y nos hace espirituales, hombres y mujeres del Espíritu, que tantísimo necesitamos.
Necesitamos que venga el Espíritu divino, mande su luz y su fuego desde el cielo, y suscite entre nosotros, en esta Iglesia, una nueva primavera, un renovado aliento, un nuevo Pentecostés, como lo fue el Concilio Vaticano II.
Por eso, pido de esta manera: «¡Ven Espíritu divino, y prosigue, impulsa, acrecienta y fortalece en esta Iglesia peregrina en Valencia aquella vitalidad que suscitaste en ese nuevo Pentecostés que ha sido para toda la Iglesia el Concilio Vaticano II! ¡Penetra con tu luz y tu fuerza en todos los corazones de los fieles para que conozcan, asuman y vivan toda la renovación genuina y profunda que promoviste en el orbe entero con las enseñanzas del Concilio! ¡Abre, Espíritu divino, nuestras puertas y ventanas para que no nos encerremos con miedo o complejo ante los hombres de nuestro tiempo, sino que vayamos a ellos, allá donde se encuentren, como los Apóstoles Pentecostés, para proclamarles que el Señor vive, que ha vencido sobre los poderes del pecado y de la muerte! iAbre las puertas de nuestra Iglesia para que los hombres entren en ella y encuentren calor de hogar, hogar fraterno en donde se respira la fraternidad y la libertad de los hijos de Dios! ¡Ven, Espíritu divino, fortalécenos y enriquécenos, fortalece y enriquece a los jóvenes, llénalos con la vitalidad de nuevas vocaciones al presbiterado, a la vida consagrada y a la acción misionera misionera de la Iglesia, en la promoción de nuevas y luminosas iniciativas para una nueva evangelización del mundo de hoy, o en un nuevo y vigoroso impulso en la pastoral familiar, en la pastoral de jóvenes y en la creación de grupos y movimientos cristianos familiares y de juventud.
La Iglesia, animada por el Espíritu Santo une a esta fiesta de Pentecostés la fiesta de los fieles cristianos laicos, el día del Apostolado seglar y de la Acción Católica, recordando así que la nueva evangelización ha de ser llevada a cabo particularmente por los fieles cristianos laicos. Lo recordábamos el pasado domingo en un encuentro gozosísimo, alegre, fraterno, de los laicos en la plaza del Obispado, y en otros lugares, con conferencias, relato de experiencias, exposición de las diversas formas de apostolado de los laicos en nuestra diócesis: allí estaban diversos movimientos laicales, Acción Católica, Cáritas, pastoral familiar, Colegios católicos, diocesanos, profesores de religión, catequistas, voluntariado de Cáritas, pastoral universitaria, Villa Teresita, la «Frater», los del movimiento Vida Ascendente, los Jóvenes con diversas e importantes iniciativas Apostólicas, la pastoral penitenciaria, el trabajo con migrantes y refugiados, y un largo etcétera, que muestran la vitalidad de tantos cristianos en nuestra diócesis, fieles cristianos laicos, alentados por el Espíritu Santo que se toman en serio el ser apóstoles, enviados, como Iglesia, unidos, con la fuerza del Espíritu, sin complejo alguno para hacer presente a Jesucristo en medio del mundo en plurales situaciones.
¡Ven, Espíritu divino, entra hasta el fondo de nuestras almas, inunda los rincones de esta Iglesia y ponla en pie de marcha! ¡ Ven en nuestra ayuda!, acrecienta nuestra Iglesia y aumenta nuestra conciencia de ser Iglesia diocesana con sus Obispos, que la unen a la comunidad de los apóstoles, a la sola y única Iglesia y aseguran su pervivencia en el futuro; mantén unida a esta Iglesia diocesana con sus Obispos y que desaparezca en ella toda disensión, desafección, división o indiferencia; fortalécela en las parroquias y en las comunidades; consolídala en los fieles laicos, hombres y mujeres, corresponsables todos en la vida y misión eclesial, presentes en los asuntos públicos y sociales, edificadores de una nueva sociedad y de una cultura renovada por el amor fraterno y la pasión por la vida.
¡Ven, Espíritu divino, luz esplendorosa!, y úngenos con tu óleo santo y santificador que nos lleve a dar la buena noticia a los pobres, a curar los corazones desgarrados, a sanar las heridas de los caminos y de los salteadores, a pasar por el mundo haciendo el bien y a reconfortar a los que se sientan fatigados o desanimados, y a los que no cuentan!. Haznos dóciles a tus inspiraciones y que todos, desde quienes se consagran a la vida contemplativa al último de los fieles, hallemos en la oración tu fuerza y tu luz para ser los servidores fieles de Jesús y, como El, de todos los hombres, especialmente de los últimos».
Por todo ello, para suscitar, con la ayuda y la fuerza del Espíritu Santo, una nueva primavera y un renovado Pentecostés en nuestra diócesis, recuerdo y reitero, lleno de gozo y con una gran esperanza, inquebrantable esperanza, el Proyecto Pastoral Diocesano, que aprobamos hace dos años. Un Proyecto Pastoral diocesano para promover y dar nuevos pasos en el conocimiento y aplicación del Concilio Vaticano II entre nosotros: para impulsar una nueva evangelización en nuestra diócesis. Ese es el Proyecto Pastoral decididamente de la nueva evangelización que nos dimos en Valencia. Dejemos que el Espíritu Santo fortalezca la vida cristiana; consolide la comunión eclesial; aliente a los sacerdotes y personas consagradas; promueva la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia; intensifique la solidaridad con los pobres y los que sufren; avivar la presencia de los católicos valencianos en la vida pública y aplique la doctrina social de la Iglesia; impulse la acción misionera de la Iglesia especialmente entre los jóvenes y anime a los jóvenes. No podemos pretender otra cosa que el Proyecto Pastoral Diocesano arraigue más y más la fe en el corazón de los hombres y mujeres de nuestro pueblo y, de este modo, hacer posible una cultura nueva, una sociedad nueva solidaria y fraterna que esté más de acuerdo con el Evangelio y, por tanto, con el bien y la dicha de todos los hombres. Porque es el hombre lo que nos preocupa; es al hombre al que, como nuestro Maestro y Señor, queremos servir; es el hombre el camino de Dios, el camino de la Iglesia y el camino a los otros hombres.