Cuando estos días pasados acompañaba a tantas personas al santuario de Lourdes en la peregrinación diocesana que todos los años hacemos, observaba algunas realidades que me llevaban a decir esta afirmación: Cristo no quita nada y lo da todo. Veía a los enfermos que con su cruz más manifiestamente visible me hacían verificar esto que os he afirmado. También contemplaba a todos los cristianos, familiares, amigos y cristianos que con ellos se hacían presentes en el santuario y manifestaban lo que os acabo de decir, que Cristo no quita nada sino que lo da todo. Y ello nos lo mostraban, además, de una manera especial a través de su Santísima Madre. Pero, por otra parte, gozaba con la cantidad de jóvenes procedentes de la Universidad Católica de Valencia, de parroquias y de otros movimientos y asociaciones, que testificaban el convencimiento, con su modo de actuar, de lo que el Beato Juan Pablo II un día les dijo con todas sus fuerzas: “¡Jóvenes, no tengáis miedo!”. Y, ciertamente, viendo a estos jóvenes me reafirmaba en la capacidad que ellos tienen para descubrir que Jesucristo no solamente no quita nada, sino que lo da todo. Los jóvenes son quienes mejor saben comprender esto cuando tienen oportunidad de vivir una cercanía abierta, sincera y profunda con Jesucristo.
Cuando ya han llegado las vacaciones de verano para muchos jóvenes que están estudiando y, quizá, también para otros que están viviendo la dificultad real para encontrar un primer trabajo, me atrevo a deciros: este es un tiempo para dejar que el Señor se acerque a vuestras vidas: ¡no tengáis miedo! Él no solamente no os quita nada, sino que os da todo. Probad esta realidad. Pedid que alguien os acompañe a hacer esta experiencia que cuando se teje cambia toda la vida. Yo me imagino que todos hemos experimentado en la vida algún miedo. Y que, especialmente cuando se trata de Jesucristo, todos tenemos el miedo de que nos quite algo de nuestra vida. ¿Acaso ese miedo de renunciar a algo en la vida es, precisamente, lo que nos impide ser felices y realizarnos como personas que experimentan la belleza de la libertad, de la vida misma cuando se da, y de la amistad verdadera que nos abre a las grandes potencialidades que tiene el ser humano?
Este verano en nuestra Archidiócesis de Valencia hay muchas y muy variadas realidades en las que los jóvenes podéis descubrir la belleza de ser cristiano, de vivir la amistad con Jesucristo: un grupo va a marchar a la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa Francisco en Río de Janeiro (Brasil), otros muchos realizaréis campamentos en los que durante unos días vais a vivir intensamente lo que es el servicio a los demás, algunos otros marcháis a otros países de Europa a trabajar y, al mismo tiempo, a aprender un idioma, otros muchos vais a sacrificar el verano trabajando en lo que podáis para así aportar algo en vuestras familias y ayudarles en el próximo curso a continuar vuestros estudios, otros sé que vais a realizar ayudas de cooperación a países de África y América, otros os quedáis en casa por motivos muy diversos. A todos os digo con fuerza: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Acercaos a Él. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno, encontrad en Él la vida verdadera. Ya habéis probado otras cosas que, con la promesa de daros vida y de haceros felices, os han hecho caer en las más terribles angustias, desolaciones, ambigüedades y soledades. ¡Ánimo sed valientes!
Dejadme que os diga una convicción que cada día aparece en mi vida con más claridad: el mundo y los hombres no pueden vivir sin Dios. Y no pueden hacerlo con cualquier Dios, no valen los dioses crueles y falsos que muy a menudo se nos ofrecen para que ocupen nuestro corazón. Yo os invito a que os encontréis con el Dios verdadero que se nos ha revelado en Jesucristo, que ha tomado rostro humano en Jesucristo, un rostro que sufrió por nosotros, un rostro de amor que transforma el mundo como el grano de tierra que cae en tierra y da fruto. Tengamos esta certeza, Cristo es la respuesta. Sin este Dios con el rostro de Jesucristo, el mundo se autodestruye, pues el ser humano por sí mismo no puede hacer un mundo mejor, no tiene la verdad, ni la vida, ni da caminos ciertos para el hombre. Solamente caminando tras sus huellas vamos los seres humano en una correcta dirección.
Estos días en el santuario de Lourdes, decía a los jóvenes con los que pude tener breves conversaciones: en todo este sufrimiento que vemos, no sólo debemos tener la certeza de que Cristo es realmente el rostro de Dios, sino también profundizar en esta certeza y en la alegría de conocerlo. Ser hombres y mujeres del futuro del mundo, viviendo con el amor que nos ha regalado Jesucristo, con un corazón con las medidas del corazón de Cristo y atentos a la Virgen María, que tan cerca la vemos de nosotros, para que hagamos vida sus palabras “haced lo que Él os diga”.
No se pueden tener certezas grandes como ésta de la que os hablo, más que desde una relación personal y profunda con el Señor. Junto a esta certeza podemos profundizar en consideraciones que convenzan, también racionalmente, desde una profunda amistad con Jesucristo.
Mirad, yo, como muchos de los que ahora están tomando decisiones en la sociedad, hijos de la gran crisis que estalló en mayo de 1968, entonces éramos jóvenes. Muchos estaban convencidos de que había pasado la época histórica del cristianismo. Como veis, aquellos vaticinios no se han cumplido. Es más, está renaciendo la convicción de que hay otro modo de ser mucho más verdadero, que exige transformaciones de nuestros corazones, donde la felicidad que busca todo ser humano tiene derecho a saborearla y ésta tiene un nombre y un rostro: es el de Jesucristo, que sigue prolongando el misterio de la Encarnación en el misterio de la Eucaristía.
Este verano, estéis donde estéis, cultivad la amistad con Jesucristo, tened espacios para dejaros encontrar por Él. Hacedlo con los jóvenes también los padres, toda la familia. Nos busca siempre. Nos ama siempre. Nunca retira la vista de nosotros. Su amistad nos abre de par en par las puertas de la vida. No nos quita nada, sino que lleva a la perfección todo lo que hay de bello y bueno en nosotros.
Que este tiempo, donde estéis, os permita gustar interiormente la alegría de su presencia para testimoniarla en el entorno en el que os movéis, con vuestro comportamiento, alegría, alabanza, acción de gracias, manifestando que en esta tierra se puede construir la vida sobre roca, de tal manera que nunca se desplome. Algunos habéis probado cómo, cuando construisteis la vida sobre otros fundamentos, se han desplomado y os habéis sentido engañados. Construir sobre roca es poner como fundamento el amor mismo de Jesucristo, que siempre es fiel y que, aunque nosotros fallemos, Él nunca falla, ni nos abandona, que siempre se inclina al corazón herido de cualquier ser humano: “Yo no te condeno. Vete y en adelante no peques más” (cf. Jn 8, 11). En definitiva nos dice el Señor: Yo doy mi vida por ti, porque te amo. ¿Habrá contrariedades? Siempre. Un edificio construido sobre roca no está exento de que contra él lleguen otras fuerzas, pero ninguna puede contra la roca que es Cristo. ¡Ánimo! Ten esta seguridad: Jesucristo no quita nada y lo da todo.