El 9 de febrero se celebra el Día del Ayuno Voluntario, y el domingo la Jornada Nacional de Manos Unidas. Un año más, y ya supera los cincuenta, Manos Unidas, surgida de la Acción Católica de entonces, sigue, ininterrumpidamente, llevando a cabo una tarea colosal de sensibilización en la opinión pública sobre el problema de la humanidad, del hambre en el mundo, y apuntando respuestas concretas para paliar este terrible drama, reflejo de un corazón humano que se cierra, individual e insolidariamente. Cierto que no es una obra de ingeniería o estructuración política, no obstaculiza para nada un Nuevo Orden Mundial justo, que en el concierto de las naciones tienda a erradicar satisfactoriamente el hambre en el mundo. Sin embargo, es un movimiento eclesial que contribuye a la toma de conciencia del problema y a solucionar algunas situaciones muy concretas con proyectos propios. Por eso, anualmente, llama a la puerta de nuestras conciencias, y reclama nuestra contribución económica para esos proyectos concretos que se seleccionan y aprueban escrupulosamente. Somos así, necesitamos que nos llamen una y otra vez para recordarnos de algo que nunca debería pasar al olvido: que todos somos hermanos, que mi vida presupone la del hermano, que, al contrario de lo que pensaba y actuaba Caín sí que somos guardianes de nuestros hermanos, y que no podemos cerrar nuestras entrañas a las necesidades de los demás hombres, sobre todo los más débiles, porque son, sin más, nuestros hermanos.
Dios ha creado todo para todos, un solo mundo, sin distinción ni privilegios, para todos. Dios quiere que todos seamos uno, que hagamos de esta tierra un hogar, una casa común, para todos. Ha puesto en esta casa las riquezas para ser compartidas, ha entregado un solo pan para cuantos moramos en ella. Este deseo divino, Dios nos lo ha hecho palpable y visible en su propio Hijo: El es el Pan de la vida, partido y entregado por amor para hacer de los hombres una misma familia bajo un mismo Padre. Qué lejos aún estamos todos, en particular los cristianos, de entender esto y más aún de vivirlo como reclama nuestra fe
Como señala el Papa Francisco, «hoy, creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos» (Laudato sí), y deberíamos bajar la cabeza avergonzados ante estas palabras de San Juan Pablo II, decididos a actuar: «Cincuenta años después de la solemne proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, muchas personas aún se hallan sometidas a las más degradantes formas de explotación y manipulación, que hacen de ellas verdaderas esclavas de los más poderosos, de las ideologías, del poder económico, de sistemas políticos opresores, de la tecnología científica o de la invasión de los medios de comunicación social» (Ecclesia in Asia, 33).
La fragmentación, la división, la insolidaridad, la exclusión de tantos hermanos, el individualismo, el egoísmo narcisista, el fraude, la lucha de intereses propios, la destrucción del ambiente, la esquilmación egoísta de los recursos, el olvido y la marginación, y tantas actitudes, rompen el proyecto de Dios, que es el proyecto común: un solo mundo, una sola familia, una ciudad para todos, un gran techo común, una sola cosa entre todos los hombres y todos los pueblos. Una sola mesa compartida por todos y un pan de multitud, ese es el proyecto común, el que Dios ha tenido al hacernos hombres, el que Dios ha reconstruido y renovado al redimirnos y rescatarnos en su Hijo Único y nuestro Hermano, Jesús.
Manos Unidas, que nace -no lo olvidemos- desde las exigencias de la fe cristiana y quiere vivir y trabajar desde ella, apela a toda la sociedad para que compartamos de verdad, para que vivamos la verdad de nuestro ser de hombres que es el compartir y no cerrarnos a nuestros hermanos que pasan hambre, que sufren la miseria, que son víctimas del egoísmo insolidario, que viven la opresión de la injusticia infligida por sus propios hermanos que somos nosotros. Por eso el lema de la Campaña de este año, Comparte lo que importa. Compartir es lo que importa para poder cambiar la situación. Compartir exige un cambio necesario en las conductas, en la manera de ser, de organizarse el hombre y la sociedad.
Necesitamos un cambio hondo en nuestras actitudes, una renovación moral, unas nuevas relaciones entre los hombres y los pueblos, unas formas nuevas de situarnos ante el mundo y sus recursos. Es necesario vivir de manera más sobria, sencillamente para que no mueran de hambre y de miseria tantísimos millones de seres humanos. Es imprescindible consumir menos para compartir más, no malgastar sino aprovechar, abandonar tanto egoísmo narcisista para entregarnos de verdad a los demás.
Necesitamos colaborar con nuestro trabajo, nuestras aportaciones y nuestros gestos solidarios con aquellas iniciativas, personas e instituciones, que sirven a los pueblos que padecen el hambre y la miseria. Estas iniciativas, como es la de Manos Unidas, están aplicando, y aun multiplicando, los recursos económicos que recaudan a necesidades y programas concretos con resultados importantes en la lucha contra el hambre. Son programas encaminados a mejorar las condiciones de vida de las personas y a posibilitar procesos de autosuficiencia comunitaria. Las necesidades son tan grandes, que la ayuda actual es insuficiente. Si todos compartiésemos, si cooperásemos con generosidad, cuánto podríamos hacer en ese proyecto común de erradicar el hambre del mundo, al menos paliarla en algunas partes y así hacer un sólo mundo para todos. Colaboremos generosamente con nuestros medios económicos, con nuestras actitudes renovadas, con nuestro trabajo en la campaña de Manos Unidas.