Nos encontramos a unos días del Sínodo de los Obispos, convocado por el Papa, para tratar del matrimonio y de la familia, que es la realidad básica y fundamental y sin la que no hay futuro para el hombre, la Iglesia, la sociedad y para todos los pueblos. Debemos orar por el Sínodo. Sobre todo, debemos orar por los matrimonios y familias, pedir por las familias, siempre, pero aún más en esta hora difícil que atraviesa la institución familiar, asentada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, querida así por el Creador desde el principio y para siempre, basada en el amor inquebrantable y fiel, y abierta a la vida. Ante nuestra mirada tenemos las grandes dificultades y los graves ataques de que es objeto la familia. Corren tiempos recios y nada fáciles para las familias. Por ello, es necesario orar insistentemente y mucho a Dios por ellas; que les conceda gracia, fortaleza y solidez en la fe y en el amor para que Cristo esté siempre en su centro y en su hogar, se mantengan firmes en la verdad y fieles al Evangelio de la familia y de la vida, y, así también, inquebrantables en el amor sin fisuras, gozosas por recibir el don de la vida y por ser santuario de la vida, llenas de aliento y ánimo para seguir siendo enseña de esperanza para la sociedad y educadoras de sus hijos y nietos en el verdadero humanismo.
Proteger valientemente la familia
Oremos para que sigan habiendo y multiplicándose hombres y mujeres, matrimonios y familias, que defiendan y protejan valientemente la familia, el único espacio que queda de humanización, el único lugar de la sociedad donde el hombre puede formarse como hombre, como persona; en otros lugares podrá formarse para ser ciudadano, productor, consumidor y otras cosas, pero lo fundamental de su personalidad lo recibirá en la familia, en el ámbito de los padres: padre y madre. Roguemos, pues, a Dios que nadie arrebate, debilite o dificulte la misión educadora de las familias, ni usurpe los derechos inalienables y en modo alguno negociables que les corresponden en la educación de sus hijos. Que nunca se aprueben legislaciones contrarias a esta misión, deber y derecho que ellas tienen, sino que se propicien leyes que la promuevan y faciliten, pues educando a los hijos en virtudes, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan a la obra de Dios y garantizan el futuro de la humanidad.
Para que tenga futuro nuestra sociedad, para que no sufra el invierno demográfico, ni se vea privada de la sonrisa, ni de la promesa y alegría de los niños, y para que pueda vivir en la paz donde cada uno es reconocido y respetado por lo que es como persona, necesitamos invocar a Dios que conceda luz, sabiduría, prudencia y decisión al Estado y a la sociedad, a las autoridades civiles, a los poderes legislativo, ejecutivo y judicial para defender y promover el matrimonio y la familia en toda su verdad y extensión. Que Dios ilumine y oriente la conciencia de los hombres de gobierno para que cumplan con su responsabilidad de servicio al bien común legislando en favor de la familia y de la vida, protegiendo responsablemente los matrimonios y las familias con medidas y ayudas sociales apropiadas, porque es ahí donde el ser humano, objeto del bien común al que se debe todo Estado, encuentra verdad y su realización. Protegiendo a la familia se fortalecerá, inseparablemente el primer recurso de la Nación.
Confianza en sí mismas
Estamos llamados y urgidos a que las familias, en medio de las dificultades que las envuelven hoy, tomen conciencia de sus propias capacidades y energías, confíen en sí mismas, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios les ha confiado: es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que se abran y sigan a Cristo. Es preciso, para el bien de todos, hacer de las familias cristianas verdaderas “iglesias domésticas”, lugares de encuentro con Dios y oración, centros de irradiación de la fe, escuelas de vida cristiana, así como enriquecer la vida de las familias y sostenerlas con toda la riqueza de vida que proviene de Cristo. Renovándolas en la escuela del Evangelio se dará un gran paso para la reconstrucción de la sociedad y edificación de la Iglesia en la comunión y en la esperanza. Y para esto y por esto debemos orar a Dios y elevar nuestra plegaria por las familias en dificultades o en crisis, con tensiones y violencia interna, rotas o desintegradas, con problemas de salud o de vivienda, necesitadas de trabajo o por cualquier otro tipo de carencia. Oremos, oremos sin desmayo por la familia. En la oración de la familia, por la familia y con ella, ésta descubre su propia identidad y se consolida en vistas a su misión de testimonio de amor y de vida en la Iglesia y en la sociedad. Al pensar en la familia y rezar por ella, no podemos dejar de hacerlo también por los niños y los jóvenes, primavera de la Iglesia y de la sociedad.
Los pequeños, al ser los más frágiles y necesitados, son los que mayor atención, y cuidado merecen. Que Dios los guíe y los proteja, para que nunca les falte el amor y el cariño de sus padres, el abrigo del hogar, la tutela de la educación en la verdad; que en todo se vean respetados y no se les robe el alma con un ambiente social o una pseudocultura hedonista, permisiva, alienante y vacía. Por eso es necesario pedir a Dios que nos ayude a mejorar la calidad verdadera de la educación, a educar en la verdad que nos hace libres, a ofrecer o reclamar, por los cauces adecuados y legítimos, los derechos inalienables y no negociables en materia educativa garantizados ya por las leyes fundamentales. Pidamos en esta hora decisiva a Dios, que al legislar sobre materia de enseñanza sea escuchado el clamor de los padres que piden para sus hijos una enseñanza religiosa y moral católica en todas las escuelas.