Mª del Mar y Enrique, con sus dos hijos, en el salón de la vivienda cedida.

Eva Alcayde|27-06-2013
En la Comunidad Valenciana hay más de medio millón de viviendas vacías. Exactamente 505.020 casas sin habitar, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, que también destaca que en los últimos 10 años (2001-2011) las casas desocupadas han aumentado en 60.206 inmuebles. Y, sin
embargo, cada vez hay más familias que no pueden pagar la suya como consecuencia del paro y la crisis. Ceder temporalmente o donar una vivienda hoy puede salvar una familia. Un matrimonio beneficiario de Cáritas nos cuenta su experiencia.
María del Mar y Enrique han vivido en primera persona los devastadores efectos de la crisis. Como fichas de dominó han ido cayendo todos sus recursos y apoyos y han visto cómo, poco a poco, se ha ido desmoronando su vida, su presente y su futuro. El suyo y el de sus hijos, Enrique, que acaba de cumplir 11 años y Desiré, que tiene 7.
De Madrid, donde vivían y trabajaban vinieron a Valencia -a Oliva- donde pasaban los veranos en familia. Y aquí, con la ayuda de Cáritas y de una vivienda vacía, han empezado a reconstruir, paso a paso, su historia.
Desahuciados y sin casa
Enrique trabajaba en una empresa de encuadernación, en la que llevaba 20 años. Pero un mal día dejaron de pagarle y, tras un tiempo de incertidumbres, pasó a engrosar las listas del paro. Él es joven -ahora tiene 39- inquieto y trabajador y pronto encontró trabajo en la obra.
Las cosas fueron bien hasta que la familia tropezó con otra piedra, que no fue la crisis en el sector de la construcción. “Los esfuerzos pasaron factura y Enrique tuvo una lesión en la espalda”, cuenta María del Mar. Su marido tuvo que someterse a dos operaciones de hernia de disco que, además de dolores, le dejaron una invalidez del 55 por ciento. Puede trabajar, pero no realizar cualquier trabajo.
Casi al mismo tiempo, el supermercado en el que trabajaba María del Mar “se fue a pique” y “me dejaron a deber mucho dinero”. Luego les “vino todo de golpe”. La cuota mensual de la hipoteca empezó a subir a un ritmo que daba vértigo y de 400 pasaron a pagar 1.200 euros, que en unos meses fueron inasumibles.
“Empezamos a recibir cartas del banco, que nos pedían que pagáramos y que pusiéramos otro aval. Recibimos la visita del director, que se nos presentó en casa con un procurador, pero noso­tros no podíamos pagar… hasta que un día recibimos una carta que nos avisaba de que en 20 días teníamos que desalojar la casa, nuestra casa”, relata entre lágrimas María del Mar.
«Me ha visitado Dios»
El matrimonio decidió, entonces, buscar un alquiler. “No puedes quedarte estancado y no queríamos salir a la fuerza de casa, por los niños, así que vendimos el coche y todo lo que pudimos y nos fuimos”, recuerda con angustia la madrileña.
“Nadie sabe lo que es que te falte la comida. Es algo muy duro. Yo he pasado hambre, y me he acostado sin cenar muchas noches para que mis hijos comieran”, confiesa María del Mar, que pidió ayuda a los Servicios Sociales y a Cáritas de Mejorada del Campo, en Madrid, donde vivían. “Un amigo nos hizo una compra muy grande y fue el mejor regalo de mi vida”, asegura.
La situación era muy difícil. La pensión de Enrique apenas llegaba a los 400 euros y por el alquiler de la vivienda debían pagar 600. Como los números no salían decidieron marcharse a Valencia y empezar de cero.
Una vez asentados en Oliva, María del Mar fue a la asistente social. «Nos propusieron lo de la vivienda y sentí que Dios me había visitado», dice María del Mar profundamente agradecida por la ayuda de Cáritas.
Lea el reportaje íntegro en la edición impresa de PARAULA