Entramos dentro de la Semana por excelencia «Santa». Lo hacemos con veneración y asombro, con fe y esperanza, con profundo agradecimiento ante tanto amor que Dios nos muestra y entrega en su Hijo, con sentimientos de piedad y corazón contrito y humillado; llenos de gozo porque sabemos que ha llegado «la hora de la verdad», la hora en que es glorificado el Hijo del Hombre, la hora de Dios y de la esperanza que no defrauda para la humanidad entera. Porque en ella contemplamos y vivimos, de manera particularmente intensa, el Misterio de Jesucristo que se muestra, en toda su densidad, en los acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección, que estos días actualizan las celebraciones litúrgicas y se expresan plásticamente en las manifestaciones de la devoción popular.
A pesar de la fuerte secularización que nos envuelve, -de la que se ve afectada la celebración de la Semana Santa, a veces vaciada de su contenido o reducida a una expresión cultural-, los cristianos de Valencia queremos celebrarla en toda su verdad. En los templos y en las calles, en los corazones de cada fiel cristiano de Valencia, templos vivos de Dios, queremos, en efecto, que sean días de fe reavivada por la escucha de la Palabra de Dios, la lectura de la Pasión de Jesucristo, la contemplación de su rostro y de su cuerpo escarnecido colgado del madero, glorioso triunfador de la muerte.
Queremos vivir con piedad religiosa, en estos días santos, los misterios fundamentales de nuestra fe que constituyen, junto con la Encarnación y venida en carne del Hijo del Dios vivo, Jesucristo, el centro y la cima de toda la historia humana, la clave y el sentido de todo. Queremos que, en esta Semana, sean vividos por nosotros con fervor hondo y sincero los misterios acaecidos en Jerusalén en tiempo de Poncio Pilato, que han cambiado la faz de la tierra y la han hecho brillar con la luz inextinguible de la redención que se extiende a todos los hombres y pueblos, a toda realidad de nuestro mundo.
Pedimos a Dios nos dé su gracia, nos ayude con su auxilio, para que la participación en la liturgia, en las visitas al «Monumento» donde se encuentra el Señor Sacramentado o en las vigilias de oración, en los «Via Crucis» que hagamos, en las procesiones o en otras manifestaciones de la piedad popular, en los momentos intensos de oración sencilla y auténtica, en las obras de penitencia y de caridad de estas jornadas, nos llenemos de cuanto estos días celebramos de la fuerza vivificadora de la salvación que procede de la Cruz y de la Resurrección del único Nombre, Cristo, que se nos ha dado a los hombres para la salvación de todos.
Que Dios nos conceda a todos el vivir estos días en un ambiente de oración intensa y verdadera, en adoración humilde y en acción de gracias, en plegaria confiada por las necesidades de todos para que a todos alcance la alegría de esta salvación, en contemplación de tanto amor por nosotros para que de ahí saquemos amor para amar con ese mismo amor que en derroche de gracia y sabiduría vemos y palpamos en los misterio de la Pascua.
Que venga a nosotros el auxilio de la gracia divina para que sea una Semana Santa celebrada en verdad. Una Semana, arranque y aliento para el resto de las semanas, vivida en conformidad plena con la verdad auténtica que en ella se contiene, la del amor de Dios que nos ama hasta el extremo para que su amor esté en nosotros y nos amemos como Él nos ha amado en su Hijo Jesucristo, aclamado por los pequeños, los niños y sencillos con palmas y ramos de olivo en su entrada en Jerusalén, hecho pan y vino -cuerpo y sangre- partido y derramado por nosotros, traicionado, acusado injustamente, apresado y llevado a los tribunales inicuos, condenado y ajusticiado como un malhechor, con los hombros cargados y abrumados por nuestros delitos, colgado del madero de la cruz fuera de la ciudad, sepultado en un sepulcro que ni siquiera es suyo, resucitado, triunfador de la muerte, piedra angular sobre la que únicamente se puede edificar una humanidad nueva.
Sentimos la llamada, para celebrar con verdad, a vivir, de manera especialmente fuerte la caridad que brota del Costado abierto de Cristo y de su Cuerpo entregado, con obras de caridad significativas, con limosnas, con visitas a los enfermos y a los pobres y desamparados. No podemos olvidar que el Jueves Santo, día de la Institución de la Eucaristía o memorial del que se entrega por nosotros habiendo amado hasta el extremo a los suyos, es el «Día del amor fraterno», inseparable de los demás días de esta Semana, forma una unidad con ellos. Como la Cena del Jueves Santo en que Jesús lavó los pies a los discípulos y nos deja el testamento como alianza nueva y eterna de ese amor entregado por todos los hombres, toda la Semana y todo el año no debería ser otra cosa que expresión y realidad viva de su mismo amor : hacer lo mismo que Él ha hecho y nos ha dejado.
Nuestros corazones y miradas, nuestros pensamientos y deseos como discípulos de Jesús, como cristianos, estos días se recogerán en un interior contemplativo, mirando a la cruz, oteando la alborada de la mañana de Pascua en la que quedan rotas todas las cadenas y amenazas de mal y de muerte que pesan sobre la humanidad entera, en estos momentos de oscuridad que nos envuelve particularmente por los horrores de las guerras y tanta violencia desatada. Ante la Cruz, ante Cristo que cuelga del madero, para el perdón de nuestros pecados, liberarnos de la muerte, traer la paz y la reconciliación, inundarnos con la infinita y divina misericordia, darnos y llenarnos de vida plena, desfilan estos días como un calvario, siempre el mismo, tanto sufrimiento y tanto horror, tanta herida y tanta sangre, tanta muerte y tanta amenaza de aniquilación, tanta injusticia y tanta violencia, como aqueja nuestro mundo, como se ceba en todos los crucificados con Cristo a lo largo de los tiempos de nuestro propio tiempo. ¿Qué se puede hacer?
«Los Evangelios cuentan que a un hombre llamado Simón, ‘le obligaron a llevar su cruz’ y que había algunas mujeres que los seguían, llorando, a lo largo de todo el camino hasta el lugar de la crucifixión. La tradición narra que una mujer de nombre Verónica enjugó el rostro de Jesús con un lienzo. El Evangelio de San Juan nos dice que ‘junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena, así como el discípulo a quien Él quería’. Los fieles no abandonaron al Hijo de Dios escondido en el Hijo del Hombre que sufría. También para nosotros, Jesús en la Cruz se convierte en la prueba de nuestra fe y en el juicio de Dios sobre nuestra conducta» (San Juan Pablo 11).
Celebrar, en consecuencia, la Semana Santa en verdad reclama unirnos a Cristo crucificado, unirnos en Él y con Él a los crucificados y sufrientes de nuestro tiempo, a las víctimas de la violencia, a los que padecen el desamor, para mostrarles el amor redentor, para que puedan «ver» a Jesús, que ha dado su vida por ellos y quieren conocerlo, verlo y palparlo, como nosotros lo hemos visto y palpado en su cercanía de infinita compasión, misericordia y amor por todos.
A todos deseo que esta Semana sea muy santa, es decir, llena de fe ‘y de amor, abierta a la esperanza. Que sea una Semana dichosa porque en nosotros se enraíza el Amor que cuelga de la Cruz, ese amor extremo y pleno que se nos ha dado, con el que podemos amar, amarnos unos a otros, como Él nos ha amado. Que sean días abiertos de par en par a la paz, la verdadera paz, la que solo Él puede dar, la que brota de su sangre derramada para la reconciliación y el perdón, la que surge llena de vida nueva con la victoria de la resurrección; esa paz con la que el Señor, triunfador del odio y de la muerte, nos saluda a todos y nos la entrega para que demos testimonio de ella y la hagamos presente entre los hombres, como Él está presente, en medio nuestro, hasta el fin de los siglos. ¡Esta semana es la hora de Dios, la hora de la esperanza que no defrauda, la hora de la victoria de la resurrección de Jesucristo, garantía segura de nuestra resurrección, que llena de sentido la vida!