Con la imposición de la Ceniza, este miércoles, comenzamos los católicos el tiempo de Cuaresma. Todos los años el Papa nos dirige un mensaje al inicio de este tiempo de gracia y de salvación. El de este año, que pueden leer en este mismo número de PARAULA, se abre con las palabras del Evangelio de San Mateo: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (Mt 24,12). La celebración de la Cuaresma, camino de preparación para la gran celebración de la Pascua, en la que queda abierta nuestra gran esperanza, es tiempo de conversión y reconciliación, “que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida” (Francisco: Mensaje de Cuaresma 2018). En efecto, el tiempo cuaresmal representa, de alguna manera, el punto culminante del camino de conversión y reconciliación que, como gracia, se propone constante a todos los creyentes para renovar la propia adhesión a Cristo y anunciar, con renovado ardor, su misterio de salvación en un mundo en el que se apaga la fe y se debilita inexorablemente esa pérdida de fe, como consecuencia, la caridad, y “crece la maldad” . La Cuaresma ayuda a los cristianos a penetrar con mayor profundidad en este ‘Misterio escondido desde siglos’ (Ef 3,9); los lleva a confrontarse con la Palabra del Dios vivo y les pide renunciar al propio egoísmo para acoger la acción salvífica del Espíritu Santo, abriéndose a la gracia divina. El Papa nos trae a nuestra consideración aquellas palabras de Jesús citadas antes, en su discurso sobre el final de los tiempos ambientado en el Monte de los Olivos, donde dará comienzo su pasión. Jesús, recuerda el Papa Francisco, “anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a los acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es centro de todo el Evangelio”.
Esos falsos profetas los tenemos entre nosotros en nuestro tiempo, son de ahora, y de ellos dice el papa que son “como encantadores de serpientes, o sea, que se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas donde ellos quieren”. El Papa, con el realismo y la concreción que le caracteriza, nos dibuja esos falsos profetas que nos reflejan el tiempo en que vivimos: ¿quién no podrá identificar ahí lo que nos sucede y marca?. En efecto, dice: “ cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad” (Francisco). Y sigue diciendo: “otros falsos profetas son esos ‘charlatanes’ que ofrecen soluciones sencillas inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles. Cuántos son los jóvenes a los que se les ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles. Cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de ‘usar y tirar’, de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en las que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no solo ofrecen cosas sin valor sino que ocultan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio que es ‘mentiroso y padre de la mentira’ (Jn8, 44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre” (Francisco).
Todo esto, que describe con tanta precisión y penetración el Papa Francisco es lo que nos está pasando en nuestros días. Nos dejamos embaucar, nos enfría la caridad y el amor, y nos aparta de Dios que trae graves consecuencias que se manifiesta en ese mundo de violencias, en esa “tierra envenenada a causa a causa de los deshechos arrojados por negligencia e interés” (Francisco) y en nuestras comunidades en la que se dan estas señales que denotan la falta de amor: “la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse solo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero” (Francisco).
¿Qué hacer ante todo esto en lo que estamos inmersos?, ¿qué hacer en esta Cuaresma? Sin duda, lo primero y principal: volver a Dios, convertirnos a Dios, de esto se trata. El hombre frecuentemente, como ahora en la descripción de Francisco, anda errante, fuera de camino, por sendas perdidas. Pero llega un momento en que se vuelve con todo su ser a Dios que lo llama y desanda sus sendas extraviadas. La conocida parábola de Jesús “el Hijo Pródigo” (Lc 15,11-33) describe así esta vuelta. El hijo menor emancipado “se marchó a un país lejano y allí despilfarró de mala manera toda su fortuna”. Caído en extrema miseria, recapacitó y se dijo “me pondré en camino y volveré a la casa de mi padre”. Volver al hogar de Dios, el Padre, después de haber vagado por tierras lejanas y extrañas a la intemperie, eso es la conversión.
Convertirnos a Dios, auxiliados por su gracia, para que nuestro pensar y nuestro querer, nuestros deseos y nuestras obras, se identifiquen con el querer y el pensar de Dios, y nuestro actuar no sea sino la realización de su voluntad, de su designio de amor y de gracia. El pensar, el querer y el actuar de Dios lo encontramos hecho carne palpable, acontecimiento y realidad de nuestra historia, en su Hijo Jesucristo. Por esto la conversión es volver a Jesucristo, es dejar que su pensamiento penetre en el nuestro y que nuestro obrar sea seguirle en todo.
A todos se nos llama a la conversión. Son muchos a quienes no alcanza este llamamiento. Muchos conocerán, sin duda, cosas sueltas de la religión cristiana, de sus creencias y exigencias éticas, pero no se han sentido todavía personalmente llamados por el Padre tal como nos lo acercó su Hijo, Jesús, para poder volverse a él y vivir ya de su confianza y amor en su hogar.
Este es uno de los principales problemas de la Iglesia en nuestros días. Estamos acostumbrados a que las gentes tengan que acudir al templo para poder escuchar en grupo la Palabra de Dios y, además, poco acostumbrados a hablar del Señor de corazón a corazón. Por otra parte, las gentes agobiadas por las cargas de la vida no tienen tiempo para nada, ni siquiera para escuchar la Palabra de Dios; otros andan perdidos en afanes y entretenimientos, tienen miedo de encararse consigo mismos y con su destino último, y ni pueden ni quieren escuchar la Palabra de Dios. Muchos están de vuelta de cosas en las que habían puesto entera confianza. Dominados por la ansiedad y la incertidumbre, prefieren ir tirando como pueden de la vida. Y nadie, de corazón a corazón, les ayuda a escuchar la palabra del Padre bueno. “Hemos llegado a una época en la que también en tierra de cristianos el Evangelio se extenderá principalmente de persona a persona” (A. Palenzuela).
A esto nos convoca también esta Cuaresma, a que comuniquemos la palabra de Dios de persona a persona, a que hablemos de Él de corazón a corazón. La fuerza misionera de la Iglesia consiste en la invitación concreta de ir de experiencia en experiencia. Sólo la experiencia de habernos vuelto por entero al Señor, de habernos convertido a Él, hará posible que anunciemos el Evangelio personalmente que llama a la conversión. Se trata de vivir, proponer y compartir, de persona a persona, de corazón a corazón, de experiencia en experiencia, de comunidad a comunidad, la fe de la Iglesia, convertida en experiencia personal y testimoniada en una vida nueva.
Respecto a la vida nueva, elitinerario cuaresmal lleva a la verdad, a apartarnos decididamente de la mentira que nos envuelve en este mundo de falsos profetas donde “ se extiende la iniquidad, y paraliza el corazón y las obras”(Francisco) a seguir la verdad y así vivir en plenitud la vida nueva en Cristo, vida de fe de esperanza y de caridad, estas tres virtudes llamadas ‘teologales’ porque se refieren directamente al Misterio de Dios, al que es necesario volver como lo fundamental y primero. La celebración y el itinerario de la Cuaresma requiere que todo cristiano testimonie y viva estas tres virtudes de un modo más consciente y pleno.
Este fortalecimiento de la vida nueva en Cristo, de la fe y del testimonio cristiano no es posible si nosotros, pecadores, no nos volvemos a Dios, para abrirnos, desde el pecado que nos domina, a la misericordia del Padre, que en el Hijo se ha acercado humildemente al hombre, y a la reconciliación, gran don de Cristo. Por eso, que el camino cuaresmal que ahora emprendemos sea, ante todo, camino donde sintamos el gozo por la remisión de nuestros pecados, la alegría de la conversión y la reconciliación; que asumamos con una conciencia más viva la realidad de nuestros pecados, la necesidad de purificarnos, en el arrepentimiento de nuestros pecados, infidelidades e incoherencias; y de recibir el perdón de Dios y su Iglesia en la reconciliación sacramental; que, reconociendo el propio pecado a la luz de Dios, cada uno pueda emprender un nuevo camino de vida con la gracia del sacramento de la penitencia. Que, así, ofrezcamos al mundo el testimonio de una vida nueva, animada en el seguimiento de Jesucristo, camino, verdad y vida.
La Iglesia, “nuestra madre y maestra”, tradicionalmente en siglos, desde los comienzos, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma. Acudamos al mensaje del Papa para la Cuaresma, en el que señala en qué debe consistir este dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno, que habremos de cultivar, en lugar de perderlos y olvidarlos como hemos hecho irresponsablemente. Aconsejo que lean en este mismo número de PARAULA, la glosa que hace de este remedio el excelente artículo de Mons. Fernando Chica siguiendo, además, enseñanzas de nuestro Santo Tomás de Villanueva, para quien la Cuaresma merecía tanta atención y lo reflejaba, por ejemplo, en los predicadores cuaresmales o “cuaresmeros”, que él mismo preparaba cada año, a partir del domingo de Septuagésima.
En consecuencia y resumen, con palabras del Papa Francisco, “invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una oportunidad para que podamos empezar de nuevo”. Con este ánimo, pido a Dios que nos bendiga a todos para seguir este camino que su Iglesia nos traza y conduce a la Luz de la Pascua.
Aquí puede descargar los dos artículos a los que se refiere el Arzobispo en su mensaje.
Mons. Fernando Chica
Mensaje Papa Cuaresma