Ahora que entramos en proceso electoral, la sociedad debe reclamar de todos los partidos políticos la atención y protección de la familia, máxime cuando España ocupa un lugar bajo, que no le honra en el tema de la familia, y cuando se está dando un verdadero acoso a la familia. En nuestra sociedad se ha legislado mucho sobre la familia; hay, sin duda, ya mucho legislado. ¿Se legisla siempre bien a favor de la familia? Porque el derecho de familia habría de ser, pienso, aquello que lleva a salvaguardar lo que pertenece a la familia, protegerla, defenderla, procurarle aquello que le conduzca a su desarrollo y plenitud, garantizarle aquellos bienes que le corresponden y son inalienables por su propia naturaleza. Pero la legislación positiva que se está aprobando y difundiendo en los países no siempre actúa de este modo, y curiosamente nos hemos acostumbrado a ello, a que sea así. Por ejemplo, nos hemos acostumbrado al divorcio y al aumento del número de divorcios por la legislación que lo favorece, o nos hemos acostumbrado a leyes anti-vida, que protegen o facilitan legalmente el aborto, la eutanasia,… Ahora se están difundiendo, como consigna para todo el mundo desde organismos internacionales como la ONU o la UE, las legislaciones favorecedoras de la ideología de género, del LGTBI, con las consecuencias que esto trae para la familia.
Es mala noticia para todos tal y como se está legislando: por ejemplo, en el caso del divorcio. Porque el bien del hombre y de la sociedad está profundamente vinculado a la familia, es inseparable de la familia asentada sobre el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una mujer abierto a la vida. Habrá que repetirlo una y mil veces, aunque no sea políticamente correcto decirlo y menos aún repetirlo, y aunque haya que ir contra corriente: el divorcio es un fracaso, no es un bien, no es un logro, no es, por tanto, progreso. Otras leyes también son un fracaso humano y social.
Una de las bases para legislar sobre la familia, manteniendo su derecho, debería de ser la firme convicción que el futuro de la humanidad se fragua en la familia, en la verdad de la familia, inseparable del verdadero matrimonio. Uno de los mejores servicios que se pueden ofrecer a nuestra sociedad y una de las mayores muestras de amor, de caridad y justicia, para con los hombres, para con la sociedad entera, es proclamar y testificar la verdad del matrimonio y de la familia: aunque cueste, aunque se considere que son posturas reaccionarias las de quienes viven o defienden esta verdad del matrimonio, aunque se le tache despectivamente de «tradicional», como si lo que está y hemos recibido de la tradición fuese un mal (a pesar de que gracias a lo que hemos recibido somos, y somos lo que somos, con una identidad que no podemos odiar si no nos odiamos a nosotros mismos).
Es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover la verdad que constituye y en la que se asienta la familia, así como los valores y exigencias que ésta presenta. Entre los numerosos caminos de la humanidad, la familia es el primero y más importante de todos. Es un camino del cual no puede alejarse ningún ser humano. Cuando falta la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesará posteriormente durante toda la vida.
Son bien conocidos los problemas que en nuestros días asedian al matrimonio y a la institución familiar, debidos a una cierta mentalidad ambiental hedonista, permisiva, insolidaria y relativista. La familia atraviesa dificultades importantes por las presiones que sufre, particularmente con la plaga del divorcio, que cobra especialmente sus víctimas en los hijos; con la mentalidad anti-vida; con la impregnación de una cultura de muerte y de miedo al futuro que reduce el sentido de acogida de la vida, impide su concepción o la elimina antes de nacer; y con la insuficiente protección en los aspectos económico, social y de vivienda o con el injusto tratamiento que en estos campos muchas familias se ven sometidas. Especial dificultad en estos momentos son algunas legislaciones en favor de ciertas uniones, que atentan contra el matrimonio y la familia, vulneran la más elemental dignidad y verdad del ser humano, conducen a la quiebra de humanidad o a ahondar en ella, y ponen en peligro así la estabilidad de la misma sociedad.
Por eso es tan sumamente necesario y apremiante presentar con autenticidad el ideal de la familia según el designio de Dios Creador, basado en la unidad y fidelidad del matrimonio entre un hombre y una mujer, abierto a la fecundidad, guiado por el amor. Son estos aspectos los que corresponden mejor a las exigencias del corazón humano y a la recta razón, aunque contrasten con las propuestas del mundo. Todos, sin excepción, estamos obligados a promover y fortalecer los valores y exigencias de la familia. Esta debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. La sociedad tiene la grave responsabilidad de apoyar y vigorizar la familia, y su fundamento que es el matrimonio único e indisoluble. La misma sociedad tiene el inexorable deber de proteger y defender la vida, cuyo santuario es la familia, así como dotar a ésta de los medios necesarios – económicos, jurídicos, educativos, de vivienda y trabajo – para que pueda cumplir con los fines que le corresponden a su propia verdad o naturaleza y asegurar la prosperidad doméstica en dignidad y justicia. No ayudar debidamente a la familia constituye una actitud irresponsable y suicida que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro y destrucción de incalculables consecuencias.
La promoción y defensa de la familia, basada en el matrimonio único e indisoluble, es la base de una nueva cultura del amor. Es el centro de la nueva civilización del amor y la base firme para construir la paz. Lo que es contrario a la civilización del amor, y por tanto a la familia, es contrario a toda la verdad sobre el hombre, y constituye una amenaza para él. Sólo la defensa de la familia, apoyada y asentada en el amor indisoluble e indestructible entre un hombre y una mujer, abrirá el camino hacia la civilización del amor, hacia la afirmación del hombre y de su dignidad inviolable, hacia la cultura de la solidaridad y de la vida, hacia una humanidad en paz, inseparable del amor, de la verdad, de la libertad y de la justicia. Solo la familia es esperanza de la humanidad, por tanto hay que respetar el derecho auténtico de familia, protegerlo y defenderlo como base de una nueva humanidad y de una sociedad vertebrada y en paz.