El día 10 de noviembre, casi finalizando el Año Litúrgico, celebraremos en toda España el «Día de la Iglesia diocesana». No podemos menos que celebrarlo con gran alegría y con acción de gracias a Dios, porque mediante nuestra inserción en la Diócesis, nos integramos en la realidad viva de la única Iglesia de Jesucristo, una, santa, católica y apostólica: éste es el gran don, el gran talento, aquí se contienen todos los talentos recibidos, el pertenecer a la Iglesia, que subsiste en cada Iglesia local o diocesana. Gracias a la Diócesis somos Iglesia, en la que está presente Cristo, y que es signo e instrumento eficaz de la unidad con Dios y de todo el género humano, sacramento de salvación y de esperanza para todos los hombres.
Somos colaboradores en la gozosa obra del Evangelio. Somos testigos del Dios vivo. Somos la Iglesia de Jesucristo que peregrina en Valencia con esperanza. Somos piedras vivas con las que se edifica esta Iglesia sobre la piedra angular de Jesucristo, el único cimiento en que puede asentarse como edificio sólido y bien trabado toda la humanidad. Demos gracias a Dios por cada Iglesia diocesana, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo. Dios la ha enriquecido con innumerables dones en su milenaria historia, sobre todo, con los dones de tan grandes santos, hijos e hijas de estas tierras, que son nuestra corona y nuestro nombre universal.
Alabo y bendigo a Dios por las grandes obras que El ha realizado entre nosotros a lo largo de los tiempos, hasta hoy, particularmente por la semilla de la fe que tan profundas raíces ha echado en nuestro pueblo y que ha dado tantos frutos maduros de solicitud por otras Iglesias y de participación en los trabajos del Evangelio.
Pido a Dios que nos mantenga firmes en la fe, que es nuestra fuerza, nuestro mayor tesoro, nuestra mayor gloria, nuestros talentos concedidos, confiados por Dios para hacerlos fructificar en una vida santa, superando toda mediocridad. Desde lo hondo de mi ser pido al Padre de la misericordia y de toda consolación que nos dé perseverancia en esta fe. Vivimos tiempos apasionantes, de trabajo y de lucha, recios y difíciles tal vez, en los que nos encaminamos hacia la segunda venida gloriosa del Señor, que esperamos. La espera será, está siendo dura, como en otras etapas de la historia, y habrá que perseverar firmes. Antes de la gloriosa Venida del Señor, antes del fin de este mundo, durante un tiempo que nadie sabe cuanto durará, nos queda a los fieles de Cristo mucho que hacer y que sufrir en este mundo que pasa. No podemos cruzarnos de brazos ni contentarnos con una vida mediocre que esconde los talentos o el talento recibido. La fidelidad será nuestro testimonio, el perseverar firmes, el hacer rentable en obras de amor y justicia, en una vida de caridad y conforme a las bienaventuranzas evangélicas será nuestra acreditación. Testigos de la fe hasta lo último, trabajadores del Reino de Dios sin descanso, laboriosos en la caridad sin bajar la guardia. Para ser esos testigos gozosos y valientes, hijos de la luz que caminan como tales en el mundo y son luz. La consigna del Evangelio para todos, que vivimos tiempos recios, en este Día de la Iglesia diocesana es: perseverancia, constancia en la actitud de esfuerzo y sacrificio, paciencia activa y fecunda, no ceder a las tentaciones de rebajar la fe o de contentarse con una vida mediocre, no dejarse engañar por los embaucadores o los cantos de sirena o la mentira de este mundo. Fidelidad acrisolada en la prueba. Todas las auténticas iniciativas de Dios entre los hombres llevan el sello de esta perseverancia. En ella está la fuerza invencible de los humildes, la salvación de las almas. Os digo todo esto en tiempos que celebramos en la diócesis un Sínodo diocesano.
Invoco a Dios, con fe profunda, para que conceda a la diócesis de Valencia su ayuda y su gracia, rogándole que «vuestro amor siga creciendo más y más en conocimiento y sensibilidad para todo. Así sabréis discernir lo que más convenga, y el día en que Cristo se manifieste, os hallará limpios e irreprensibles, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios (Flp l,9-ll)».
Necesitamos de su ayuda y de su gracia: «Sin El nada podemos hacer»; en vano nos esforzaremos si no es El quien edifica. Por eso, os ruego encarecidamente a todos que elevemos constantemente oraciones y súplicas a Dios, Padre de misericordia, por esta Iglesia diocesana, que es madre, para que avance por los caminos que el mismo Dios le traza en este Sínodo diocesano y que avance, peregrina y esperanzada, hacia la casa del Padre. Todos tenemos obligación, como hijos y por agradecimiento, de rogar por nuestra Iglesia, en la que habéis sido engendrados en la fe y renacido para una esperanza viva, en la que sois alimentados sin cesar para una vida que obra por la caridad del mismo Jesucristo.
Os agradezco vuestra colaboración y vuestro trabajo en esta Iglesia, os reitero mi confianza plena y os aliento a que no desmayéis, a pesar de las dificultades y limitaciones con las que nos encontramos, en la obra de evangelización y en el servicio al Reino de Dios, en el que los pobres son proclamados bienaventurados. Proseguid sin desmayo en este servicio; seguid con nuevo aliento prestando vuestra ayuda inestimable y de tan gran riqueza en las actividades pastorales de la diócesis.
Como les exhortaba el Apóstol Pablo a los fieles de Corinto: «Distinguíos también por vuestra generosidad» (2 Cor 8,7). Sé que vuestra generosidad es grande. La demostráis constantemente en la solidaridad con que vivís y la hacéis patente en vuestra aportación a las misiones, a Cáritas, a Manos Unidas, al seminario, o asignando parte de vuestros tributos a la ayuda de la Iglesia. Incluso en esto ocupáis un puesto relevante en el conjunto de las otras iglesias. Vuestra generosidad es motivo para que demos gracias a Dios que os ha concedido el don de saber dar y de gozar en el dar.
En este Día de la Iglesia Diocesana, apelando a vuestra fe y a vuestra caridad probada, os pido que también ayudéis económicamente a la Iglesia diocesana, para sustentar a la familia y a la casa en que vivimos como fieles cristianos: la Diócesis de Valencia en la que se hace presente la Iglesia de Cristo. Todos tenemos el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para atender las tareas de la evangelización, para el culto divino y para las obras apostólicas y de caridad, así como para el conveniente sustento de los ministros y el cumplimiento de sus obligaciones con otras personas e instituciones que sirven a la Iglesia o, desde ella, a la sociedad.
La Iglesia diocesana necesita de vuestra ayuda económica para llevar a cabo su misión evangelizadora. Necesitamos vuestra ayuda para el seminario, para reparar templos, para construir casas parroquiales, para que los sacerdotes puedan tener un sustento digno y justo, para ayudar a las misiones, para tantas cosas. La Iglesia es de todos y para todos. Y todos debemos colaborar en ella y con ella, también económicamente. Es necesario que progresemos en esta conciencia. A la Iglesia debemos mantenerla nosotros. Que cada uno dé conforme a sus posibilidades. No menos.
Que Dios os lo pague y que os bendiga copiosamente.