El cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, junto con el Consejo Episcopal de la diócesis, peregrinó a Roma la semana pasada para, entre otras cosas, expresar su plena comunión con el papa Francisco. El Santo Padre les recibió en audiencia, junto a sacerdotes valencianos residentes en Roma y también del Convictorio Sacerdotal Diocesano. PARAULA ofrece el discurso íntegro del papa Francisco, con un gran mensaje especialmente a sacerdotes, y el del Cardenal.

“En comunión inquebrantable”


Muy querido Padre, Papa Francisco: Mis palabras quieren y deben ser de profundo agradecimiento por concedernos una audiencia a las personas que formamos el gobierno de la Diócesis de Valencia –Obispos, Vicario General, Canciller-Secretario y Vicecanciller del Arzobispado, Vicarios Episcopales: Judicial, de Vida Consagrada, Territoriales, de Sectores Pastorales, Vicario encargado de los sacerdotes en Roma- acompañados por sacerdotes residentes en Roma al servicio de la Santa Sede o estudiantes en las distintas Facultades y Centros de Estudio de Roma, sacerdotes en representación de los sacerdotes de las cuatro últimas promociones de ordenación que han formado parte del recién re-creado Convictorio sacerdotal de los últimos años acompañados de su Director. Estos somos los que estamos aquí, ante usted, en comunión inquebrantable y a su servicio plenamente; traemos, además, con nosotros el gran afecto y cariño de toda la Diócesis, así como su comunión sin fisuras y su oración, avivada e intensificada en momentos de prueba por los que atraviesa en estos momentos nuestro Padre y Pastor, Francisco. Toda la Diócesis está con usted, muy unida a usted, dispuesta a secundar sus enseñanzas que nos confirman en la fe y en la caridad y nos abren a la esperanza, una gran esperanza.
El equipo de gobierno de la diócesis se reunió con el Papa. (FOTO: SERVIZIO FOTOGRAFICO – VATICAN MEDIA)
Este año la Diócesis de Valencia, con las sufragáneas de Orihuela-Alicante y Segorbe-Castellón, está celebrando el Año Jubilar por el 600 aniversario de la muerte del gran santo valenciano, San Vicente Ferrer, evangelizador incansable a tiempo y a destiempo por toda Europa, apóstol de la unidad de la Iglesia y de los pueblos, y trabajador sin reservas de la paz. Con este motivo venimos a reiterar ante usted esta Diócesis, que tan dentro lleva a San Vicente Ferrer, nuestro firme propósito de llevar a cabo una nueva y decidida evangelización con la guía de nuestro Santo Patrón y siguiendo, al mismo tiempo, las directrices luminosas que usted mismo nos ha trazado en su Exhortación Evangelii Gaudium y en todo su magisterio y testimonio constante. El Proyecto diocesano de Valencia, aprobado en Asamblea diocesana, tras, dos años de reflexión, trabajo y oración, no es otro que el de evangelizar de nuevo, como en los primeros tiempos, hacer del anuncio y testimonio de Jesucristo el motor y centro de su vida. “Valencia evangelizada, Valencia evangelizadora”, podría ser el slogan que resume la empresa o proyecto diocesano en el que estamos embarcados.
Esto supone campos de atención preferentes: el primero es el de los sacerdotes, la atención y renovación de los sacerdotes. En este sentido, me es grato informarle y comunicarle que durante todo el curso pasado todos los sacerdotes de la Diócesis han estado colaborando en lo que llamamos Itinerario para un reencuentro sacerdotal: reencuentro con el Señor, consigo mismos, reencuentro con la Iglesia, con nuestro ministerio sacerdotal, reencuentro con los otros sacerdotes. También en este mismo sentido se ha movido la creación, hace tres años, del Convictorio sacerdotal para la formación permanente de los sacerdotes ordenados en los últimos años, que son tan decisivos. Y en el mismo sentido, la creación próxima de la institución diocesana estable para la Formación Permanente de los sacerdotes a lo largo de todas las etapas de su vida sacerdotal, tal y como la entiende la Iglesia. Asimismo tenemos el firme propósito los Obispos y los Vicarios de impulsar y propiciar por nosotros mismos la ayuda y atención solícita a los sacerdotes.
Otra atención pastoral preferente en la perspectiva de una nueva evangelización es la del cuidado pastoral de las familias en la orientación, permítame que lo diga, tan precisa y valiosa como la que señala en Amoris laetitia, para lo que contamos, entre otras, con la preciosa ayuda del Instituto de Estudios para la Familia Juan Pablo II, inserto en la Universidad Católica, que tan fielmente está desarrollando las orientaciones de la Iglesia para la Familia, y que fundó en Valencia nuestro muy recordado Arzobispo, D. Agustín García-Gasco, q.e.p.d. Atención pastoral preferente también en nuestra diócesis es la evangelización y pastoral de los jóvenes, tan decisiva como es para el futuro de la Iglesia y de la humanidad. De ambos campos se ocupa el Obispo Auxiliar D. Arturo Ros.
Así mismo, la renovación de la pastoral de la iniciación cristiana –hacer cristianos- y la potenciación de la catequesis, “la mejor inversión eclesial de futuro”, en palabras de San Juan Pablo II, de la que se ocupa sobre todo el Obispo Auxiliar D. Javier Salinas, así como de la promoción de la liturgia inseparable de la catequesis.
Un sector de la evangelización que merece atención destacada es el campo educativo. Nos encontramos en España, particularmente en Valencia, ante una emergencia educativa y con no pocos problemas y dificultades. Una nueva evangelización es imposible sin contar con la educación para hacer hombres y mujeres nuevos con la novedad del Evangelio y con un nuevo estilo de vivir, el de Jesucristo, La Diócesis cuenta con 69 colegios diocesanos propios, entre los que se encuentra el Colegio Imperial de niños Huérfanos, emblemático en todos los sentidos, fundado hace 600 años por San Vicente Ferrer y sugerido por el P. Joffré. Estos 69 Colegios están agrupados en la Fundación San Vicente Ferrer. Además la Diócesis se ha sumado, a través de una Cátedra especial en la Universidad Católica, al proyecto educativo de “Scholas Occurrentes”, que impulsa Su Santidad. De este sector se ocupa el Obispo Auxiliar D. Esteban Escudero.
Otro campo, que a mí personalmente me preocupa en gran manera, es el de la evangelización de la cultura, donde se está jugando en buena medida el futuro de la humanidad, teniendo presente que una fe que no se hace cultura no es una fe plenamente cristiana, madura, ni suficientemente vivida. En este orden de cosas, además de la Universidad de inspiración cristiana “Cardenal Herrera”, de la Asociación Católica de Propagandistas, San Pablo CEU, y de la Universidad Católica “San Vicente Mártir”, de la Diócesis de Valencia, con una cifra próxima, entre las dos, a 30.000 alumnos y varios miles de profesores, en Valencia tenemos, además, la Universidad Literaria, la Universidad Politécnica, la Universidad Internacional de Valencia, la Universidad Europea y la Universidad Nacional a Distancia, con un total superior a 250.000 alumnos y varios miles de profesores, que no están siendo atendidos pastoralmente de manera específica y adecuada; para mí esto, créame Santo Padre, me produce gran dolor y angustia y constituye un pecado de omisión grave, al que vamos a buscar respuesta muy en breve con alguien que me ayude en este amplísimo sector, con un Delegado mío, que además se ocupe de la pastoral con entidades culturales como las Academias Valencianas, los Colegios Profesionales y otros ámbitos de la Cultura, como el de las Artes, los deportes, etc.. La Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir, de la Diócesis, está siendo un gran regalo para la Diócesis que hay que potenciar y consolidar mucho más aún. La Diócesis cuenta también con una Facultad de Teología, con varias especialidades, otra de Derecho Canónico y el Instituto Juan Pablo II para la Familia (a todos estos centros acuden sacerdotes extranjeros o de otras diócesis que están siendo atendidos debidamente tanto en el aspecto espiritual como pastoral) y un Instituto Superior de Ciencias Religiosas.
No olvida nuestra diócesis, por lo demás, como leemos en el Evangelio, nos dice la Tradición, y muy en particular como nos está diciendo usted en obras-signos y palabras: “Vino a evangelizar a los pobres, los pobres son evangelizados”. Para nosotros también esto es muy preferente, primordial. Son múltiples y ricas las iniciativas que están llevándose a cabo en nuestra diócesis, desde la atención y acogida, como bien sabe usted, a los refugiados e inmigrantes, ofreciéndoles casas y cobijo de hogar, alimentación, ayudas para su sustentación, buscar empleo, arreglar papeles,…, potenciación de los servicios de Cáritas a todos los niveles; aquí hay que situar promoción de una titulación propia de la Universidad Católica “Ciencias del Desarrollo” inspirada y basada al 100% en su Encíclica Laudato Si; además habría que añadir que nuestros presupuestos diocesanos dedican casi el 40% de los mismos a obras sociales, y que, con iniciativa de la Diócesis se va a construir una residencia para padres mayores con hijos discapacitados, colegios para niños con dificultades, residencias para los cenáculos de la “Madre Elvira” para la atención a las dependencias, etc. En este capítulo, como unido a la preocupación misionera y evangelizadora, podemos añadir los Vicariatos Apostólicos –Requena y San José- en la Amazonía Peruana que vamos a asumir, y a los que ya estamos ayudando.
No he dicho nada de los laicos, pero estamos convencidos de la necesidad de incorporarlos a la obra evangelizadora y a la presencia de la Iglesia en los ámbitos del mundo y de la sociedad que le son propios. Un instrumento valioso es la creación del Consejo diocesano de Laicos para la coordinación, promoción del laicado, y particularmente de la mujer en la Iglesia. Otro tanto hemos de decir de la vida consagrada, con la promoción del Consejo diocesano para la vida consagrada, que tanta riqueza supone para la diócesis de Valencia, hombres y mujeres.
Tampoco he dicho nada de las vocaciones al sacerdocio. En este sentido le digo que como en el resto de España y de Europa estamos mal, un poco menos mal que en otros lugares. Cada año se ordenan en torno a 10-12 sacerdotes; el número de nuevos ingresos en el Seminario Mayor es en torno a 15. Tenemos Seminario Menor y Mayor, que en este curso contará con el Curso Propedéutico y que, en su conjunto, constituye un solo seminario con tres secciones –Seminario de la Inmaculada, Colegio de Santo Tomás de Villanueva, y Colegio del Patriarca- con sus carismas propios que enriquecen la Iglesia Diocesana.
Este es un resumen, muy resumen, de la realidad que tenemos en Valencia. Díganos lo que crea oportuno, pregúntenos, aconséjenos, oriéntenos, corríjanos. Aunque las relaciones con el mundo civil, gobierno local y autonómico, son correctas, creo que éstas son francamente mejorables. Hemos de intentarlo y buscar las vías para lograrlo.
Santo Padre, muchísimas, muchísimas gracias por recibirnos, en este Año Jubilar de nuestro santo Patrón, San Vicente Ferrer. Estamos con usted, muy unidos a Usted y rezamos y rezaremos por su ministerio. Que San Vicente Ferrer y los santos valencianos, que son muchos, le ayuden y acompañen. Que la Santísima Virgen de los Desamparados le proteja siempre, nunca le dejará en el desamparo.
Por último: ¿Cuándo lo veremos por Valencia? Le invitamos de todo corazón a que venga a Valencia, nos visite, nos conforte y aliente. Habrá que buscar una ocasión, que seguramente la habrá; espero que la encontremos. Sabemos que usted tiene gran cariño a Valencia y nosotros sentimos ese cariño suyo, que nos conforta; no olvidamos que cuando la Jornada Mundial de las familias, estuvo allí, en Valencia, y aquí tiene al párroco de la parroquia que le atendió, la del Santo Ángel, y el párroco es D. Miguel Díaz Valle, uno de los Vicarios territoriales.
¡Gracias, Padre! Por favor, bendíganos y bendiga a la diócesis de Valencia, que le quiere de verdad.

“Valencia tierra de santos”


Texto íntegro de las palabras dirigidas por el papa Francisco a los sacerdotes valencianos
Queridos hermanos:
Primero les pido disculpas por la espera, pero se atrasa la primera, después se atrasa la segunda, la tercera… y la factura la paga la última. Me encuentro con alegría entre ustedes, accediendo a la petición del Cardenal Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo de Valencia, para recibir en una audiencia a su equipo de gobierno y presentarme la iniciativa del Convictorio Sacerdotal de los sacerdotes recién ordenados. Los saludo con afecto y de modo especial a los sacerdotes aquí presentes.
Valencia es tierra de santos y celebra este año el jubileo por uno de ellos, san Vicente Ferrer, que trabajó y se empeñó con todas sus fuerzas por la unidad en la comunidad eclesial. Este santo propone a los sacerdotes tres medios fundamentales para conservar la amistad y la unión con Jesucristo: primero es la oración, como alimento de todo sacerdote; segundo, la obediencia a la vocación de la predicación del Evangelio a toda criatura[1]; y el tercero, la libertad en Cristo, para poder así beber el cáliz del Señor en cualquier circunstancia (cf. Mt 20,22)[2]. Oración, obediencia a la vocación de la predicación y libertad en Cristo. De algún modo, la Iglesia en Valencia, al conservar la reliquia del Santo Cáliz en su Catedral, se hace testigo y portadora de la verdad de la salvación.
El emotivo abrazo del cardenal Cañizares y el Papa al comienzo de la audiencia. (FOTO: SERVIZIO FOTOGRAFICO – VATICAN MEDIA)El sacerdote es hombre de oración, es el que trata a Dios de tú a tú, mendigando a sus pies por su vida y por la de su pueblo. Un sacerdote sin vida de oración no llega muy lejos; está ya derrotado y su ministerio se resiente, yendo a la deriva. El pueblo fiel tiene buen olfato y percibe si su pastor reza y tiene trato con el Señor. Se dan cuenta. Rezar es la primera tarea para el obispo y para el sacerdote. La primera. De esta relación de amistad con Dios se recibe la fuerza y la luz necesaria para afrontar cualquier apostolado y misión, pues el que ha sido llamado se va identificando con los sentimientos del Señor y así sus palabras y hechos rezuman ese sabor tan puro que da el amor de Dios[3]. Es lo que en lenguaje clásico decimos: “este habla con unción”; eso viene de la vida en oración.
San Vicente Ferrer nos propone una sencilla oración: «Señor, perdóname. Tengo tal defecto o pecado, ayúdame»[4], Cortita pero qué linda. Una petición sincera y real, que se hace en silencio, y que tiene un sentido comunitario. La vida interior del sacerdote repercute en toda la Iglesia, empezando por sus fieles. Necesitamos la gracia para seguir en el camino y para recorrerlo con todos los que nos han sido encomendados. El sacerdote, al igual que el obispo, va delante de su pueblo, pero también en medio de su pueblo y detrás; allá donde se le necesita, y siempre con la oración. Esta pastoral del movimiento en medio del rebaño. En medio del pueblo, marca el rumbo, va para atrás para buscar los rezagados y cuidar, se mete en el medio para tener el olfato del pueblo; y eso con la oración, con el espíritu de oración. Necesitamos tener presente en nuestra vida a aquellos que nos enseñaron a rezar: a nuestros abuelos, a nuestros padres, a aquel sacerdote o religiosa, al catequista… Ellos nos precedieron y nos transmitieron el amor al Señor; ahora nosotros tenemos que hacer lo mismo. Yo recuerdo una oración que me enseñó mi abuela; yo tendría dos años o tres años, más no tenía; y me llevó a su mesita de luz y ahí tenia escrito un versito. “Me tenés que rezar esto todos los días, así te vas a acordar de que la vida tiene un fin”. Yo no entendía mucho, pero el verso lo tengo grabado desde los tres años: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, piensa que te has de morir y que no sabes cuándo”. Y me ayudó. Era un poco tétrica la cosa, pero me ayudó.
El segundo aspecto es la obediencia para predicar el evangelio a toda criatura. O sea, si el primero es rezar el segundo es la Palabra, anunciar. Y ser obedientes. El Señor nos llama al sacerdocio para ser sus testigos ante el mundo, para transmitir la alegría del Evangelio a todos los hombres; esta es la razón de nuestro existir. No somos propietarios de la Buena Noticia, ni “empresarios” de lo divino, sino custodios y dispensadores de lo que Dios nos confía a través de su Iglesia. Esto supone una gran responsabilidad, pues conlleva preparación y actualización de lo aprendido y asumido. No puede quedar en el baúl de los recuerdos, necesita revivir de nuevo la llamada del Señor que nos cautivó y nos hizo dejar todo por él. A veces nos olvidamos, a veces la rutina, las dificultades de la vida nos hacen demasiado funcionales. Es necesario el estudio y también confrontarse con otros sacerdotes para hacer frente a los momentos que estamos viviendo y a las realidades que nos cuestionan. No se olviden que la espiritualidad de la congregación religiosa que fundó san Pedro es la “diocesaneidad”, con tres relaciones claves: con el obispo, con el pueblo y entre ustedes. El presbiterio es como la cacerola donde se hace la paella; ahí es donde se cocina la amistad sacerdotal, las peleas sacerdotales, que tienen que existir, pero en público, no por detrás, como varones; y ahí se elabora la amistad.
Ustedes ahora lo realizan a través de la iniciativa del Convictorio Sacerdotal y con otros encuentros; la formación permanente es una realidad que tiene que profundizarse y tomar cuerpo en el presbiterio. O sea, me ordené, adiós, no… La formación sigue hasta el último día. Siempre encomiendo a los obispos que estén presentes, que sean accesibles a sus sacerdotes y los escuchen, pues ellos son sus inmediatos colaboradores, y junto a ellos, a los demás miembros de la Iglesia, porque la barca de la Iglesia no es de uno, ni de unos pocos, sino de todos los bautizados —Lumen gentium—. El santo pueblo fiel de Dios, cuánto necesita también del entusiasmo de los jóvenes y de la sabiduría de los ancianos para ir mar adentro. Y esto es un poco coyuntural, pero aprovecho para pasar el aviso. Procuren lograr diálogo entre los jóvenes y los viejos, porque los del medio están ahí, con esta cultura tan relativista que por ahí han perdido las raíces. Las raíces las tienen los viejos. Que los chicos sepan que no pueden ir adelante sin raíces y que los viejos sepan que tienen esperanza. Es el dialogo. Al principio parece que cuesta, después se entusiasman; y hasta diría que son capaces de hablar el mismo lenguaje. Procuren hacerlo; acuérdense de Joel, la gran promesa de Joel: «Los ancianos soñarán y los jóvenes profetizarán». Cuando un joven va a hablar con un viejo lo hace soñar, porque ve que hay vida adelante, y cuando escucha el joven al viejo empieza a profetizar, es decir, a llevar adelante el Evangelio.
Por último, el sacerdote es libre en cuanto está unido a Cristo, y de él obtiene la fuerza para salir al encuentro de los demás. San Vicente tiene una bonita imagen de la Iglesia en salida: «Si el sol estuviese quieto en un lugar, no daría calor al mundo: una parte se quemaría, y la otra estaría fría; […] tengan cuidado, no se lo impida el afán de comodidad».[5] Dice él. Estamos llamados a salir a dar testimonio, a llevar a todos la ternura de Dios, también en el despacho y en las tareas de curia, sí; pero con actitud de salida, de ir al encuentro del hermano. Aquel secretario de curia que —en un momento de crisis de la Iglesia con la sociedad viene una ola de apostasía, vienen a apostatar varios—, el obispo le encargó que los atendiera. Entonces, siéntate… ¿De dónde vienes? ¿Cuántos chicos tienes? ¿Un café? Y más de la mitad dice: lo voy a repensar… Calor humano que recibía la gente, no solo el trámite.
En este momento, deseo agradeceros todo lo que hacen en esa Archidiócesis en favor de los más necesitados, en particular por la generosidad y grandeza de corazón en la acogida a los inmigrantes. Yo saltaba de alegría cuando vi cómo recibieron ese barco… Todos ellos encuentran en ustedes una mano amiga y un lugar donde poder experimentar la cercanía y el amor. Gracias por este ejemplo y testimonio que dan, muchas veces con escasez de medios y de ayudas, pero siempre con el mayor de los precios, que no es el reconocimiento de los poderosos ni de la opinión pública, sino la sonrisa de gratitud en el rostro de tantas personas a las que les han devuelto la esperanza.
Sigan llevando la presencia de Dios a tantas personas que la necesitan; este es uno de los desafíos del sacerdote hoy. Sean libres de toda mundanidad; por favor, no se metan a mundanos, que les queda mal, que la hacemos mal. Entonces preferible ser buenos curas y malos mundanos y perder todo. La mundanidad se nos mete dentro, nos enreda, nos aleja de Dios y de los hermanos, haciéndonos esclavos; con el carrierismo… y, ¿por qué a este lo hicieron párroco de esto y de aquello? Y ¿por qué a mí no? Podemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas riquezas? ¿Dónde tenemos puesto el corazón? ¿Cómo buscamos colmar nuestro vacío interior? Cuando estaba en Buenos Aires y visitaba las parroquias, en las visitas pastorales, le preguntaba siempre al cura: Y ¿cómo te vas a dormir, vos? “Llego molido la mayoría de las veces y como dos bocados ahí, y me voy a la cama con la televisión…”. ¿Y el tabernáculo para cuándo? No por favor. Terminen el día con el Señor; empiecen el día con el Señor. Y la televisión en la pieza, mejor que no. Ténganla en el lugar de estar. Hagan lo que quieran: un consejo nada más. No es dogma de fe. Respondan en su interior y pongan los medios para que siempre se reconozcan pobres de Cristo, necesitados de su misericordia, para dar testimonio ante el mundo de Jesús, que por nosotros se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza.
Que la Virgen María, Madre de los Desamparados, los cuide y los sostenga siempre, para que no dejen de volcar en los demás el don que han recibido. Aquello de Pablo: No “vanifiques”, no hagas vano el don que has recibido y de testimoniarlo con alegría y generosidad. Gracias por la paciencia.