La veneración y la obediencia al Papa, el afecto filial hacia su persona han distinguido siempre al católico. La sensibilidad del pueblo, su sentido de fe, ha mostrado siempre una gran cercanía, escucha y atención hacia quien, como sucesor de Pedro, es «Siervo de los siervos de Dios». El Papa, como Pedro, es roca firme en la que descansa y se apoya la Iglesia; es garantía de permanencia en la verdad revelada y de fidelidad a ella por parte de la Iglesia Católica y Apostólica para que en todas las Iglesias se escuche la verdadera voz del único Pastor y Guía de nuestras almas, Jesucristo. El Papa es el primero entre los servidores de la unidad, Pastor de toda la grey del Señor, el que dirige y conduce a la comunidad eclesial universal de los discípulos de Jesús extendida de oriente y occidente, el que representa, consolida y fortalece la comunión del Colegio Episcopal.
Su ministerio es, en expresión del Papa San Juan Pablo II, un ministerio de misericordia nacido de un acto de misericordia de Cristo. Es esta misericordia de Cristo la que ha dotado a su Iglesia con el servicio de Pedro y de sus sucesores para que todos seamos uno, permanezcamos en la unidad, y el mundo crea que Jesucristo es el Hijo de Dios vivo, Mesías de Dios, el enviado del Padre, como paz, camino, verdad, vida, esperanza para todos.
La ocasión de esta fiesta de San Pedro y San Pablo, día del Papa, es un momento propicio para que, además de dar gracias a Dios por el don del Papa y su imprescindible ministerio, avivemos nuestra adhesión y afecto filial hacia él y fortalezcamos los vínculos de la comunión con él. Que se acreciente nuestro amor hacia su persona y nuestra fidelidad hacia sus enseñanzas: las que nos dice en sus palabras, y las que nos dice en sus obras. Que cumplamos y llevamos a cabo, llenos de gozo y esperanza, la llamada incesante que nos dirige a todos los fieles cristianos a impulsar decididamente una nueva evangelización para que el mundo crea.
Sintámonos muy cerca del Papa Francisco, hombre de Dios, testigo suyo y enseña de esperanza para todos los hombres, en cuya vitalidad espiritual se trasparenta la fuerza del Dios vivo.
Pidamos por el Papa Francisco. Como Él mismo nos dice constantemente desde el inicio de ministerio petrino: “Rezad por mí”. Sí debemos rezar por él. Son tantos los problemas y las dificultades a las que debe atender, son tantas las solicitudes eclesiales y de caridad pastoral que reclaman su ministerio, son tantas sus preocupaciones y las incomprensiones hacia su persona, que hemos de estar a su lado, y la mejor manera de mostrar esa cercanía y esa comunión inquebrantable con él, de ayudarle y acompañarle, es orar, rezar por él y su ministerio, encomendarlo a Dios para que nunca le falte su ayuda para que en todo momento haga su voluntad, que no es otra que los hombres se salven y les alcance, a todos sin excepción ni exclusión alguna, la fuerza de su amor que no tiene fin.
Nos unimos con toda la Iglesia a la acción de gracias a Dios por el Santo Padre, Francisco, le alabamos y bendecimos por este gran don que Dios nos ha concedido a su Iglesia y al mundo entero con el Papa, sucesor de Pedro, con este Papa.
El Papa Francisco, en efecto, es testigo del Dios vivo y enseña de esperanza para todos los hombres, amigo fuerte de Dios y defensor del hombre, de todo hombre y de su dignidad, peregrino de la paz por todos los caminos de la tierra y paladín de la vida y de la ecología humana integral, trabajador incansable en los duros trabajos del Evangelio, evangelizador hasta los confines del mundo, infatigable luchador por una nueva cultura de la vida y de la solidaridad y por una civilización del amor, buen samaritano que se acerca e inclina con ternura y amor al hombre malherido y maltrecho de nuestro tiempo, amigo cercano y aliento de los jóvenes tan necesitados de futuro y buscadores de la felicidad, testigo fiel y gozoso de Jesucristo Redentor único de todos los hombres y luz para todos los pueblos, a veces incómodo para muchos que pretenden construir el mundo al margen del único Nombre que se nos ha dado para la salvación de los hombres, defensor y campeón de la fe y buscador y profeta del esplendor de la verdad que nos hace libres y de la unidad que es don de Dios.
Al igual que toda la comunidad oraba cuando Pedro, testigo de la fe y de la verdad, estaba en la cárcel por proclamar el Nombre del que es la piedra angular de la Iglesia y del mundo, Cristo, así también ahora, con toda la Iglesia, nuestra Diócesis de Valencia ha de permanecer unida en la oración por el Papa. Por esto pido que en estos días y de manera especial, el día 29, se exhorte a todo el pueblo cristiano a esta oración y se eleven preces por el Santo Padre en todas las celebraciones de la Eucaristía. Pido a los sacerdotes que aviven el amor al Papa en sus comunidades, que hablen de él y de su imprescindible ministerio.
Hemos de sentirnos muy gozosos y agradecidos por el don de este Papa a la Iglesia y al mundo, y, al mismo tiempo, debemos estar muy cerca de él, ayudarle a llevar su carga, su cruz, y pedir a Dios que nos lo conserve para que lleve a su Iglesia. La Iglesia que está en Valencia celebra con gozo este Día del Papa y le transmite su amor y agradecimiento por todos sus desvelos en favor de la Iglesia y del mundo. Le recuerda entrañablemente de manera muy especial ante la imagen de Nuestra Señora de los Desamparados. Ante Ella nosotros acudimos para dar gracias a Dios e implorar su auxilio y protección sobre el Papa. Desde allí y desde cada rincón de nuestra Diócesis le decimos: ¡Gracias, Santo Padre!. Gracias por el aprecio y cariño que muestra a esta Iglesia en Valencia que tanto le quiere. ¡Felicidades, Santo Padre!.¡Estamos muy unidos a su persona y rezamos por usted!.