1) ¿Convocatoria de un nuevo Sínodo Diocesano en Valencia?
En la reunión que tuve con los sacerdotes del presbiterio de Valencia el 13 de junio, día de la fiesta de Jesucristo Sumo y Eteno Sacerdote, anuncié mi propósito y decisión de convocar un nuevo Sínodo diocesano; antes, el lunes previo a esta fiesta, comuniqué tal decisión y propósito al Consejo de Gobierno en su reunión habitual semanal. Previamente había escuchado, en varias ocasiones, a sacerdotes y a laicos la conveniencia de convocar nuevamente un Sínodo, como el que convocó y realizó mi querido y admirado antecesor, el gran Arzobispo D. Miguel Roca Cabanellas, entre otras cosas, para actualizar aquel; también se me había presentado, en el Consejo Diocesano de Pastoral hablando del Sínodo universal sobre los jóvenes, de la Jornada Mundial de la Juventud, del documento que el Papa Francisco preparaba para toda la Iglesia sobre la evangelización de los jóvenes –hecho realidad viva y esperanzadora en su Exhortación Apostólica “Cristo vive”-, la pregunta-demanda ¿por qué no se convoca un sínodo similar al de Roma sobre los jóvenes, sobre la cuestión tan candente y urgente sobre la evangelización de los jóvenes en nuestra diócesis? La cuestión de un Sínodo aquí en Valencia era como una cuestión que, de múltiples maneras y ocasiones salía y rondaba como flotando en el ambiente, y, finalmente, apareció explícitamente, con más claridad, aunque más como interrogante o deseo o posibilidad y conveniencia, en la última reunión del Colegio de Arciprestes, celebrada el lunes anterior a la fiesta de Pentecostés.
Todos estos hechos y otros más han sido como llamadas e inspiraciones, creo que signos, que, leídos en la fe, me decían y me abrían a la oportunidad del anuncio de un nuevo Sínodo Diocesano en Valencia. Durante varios días llevé esto a la reflexión personal, al estudio y, sobre todo, a la oración: ¿No nos estará diciendo o nos está diciendo Dios, con todo esto, que convoque un Sínodo? Y, coincidiendo con la fiesta de Pentecostés y en su vigilia, vi con claridad que Dios me pedía esta convocatoria; al comunicarla como decisión, que no consulta, al día siguiente, como ya he dicho en la reunión del Consejo de gobierno diocesano, encontré no sólo eco favorable, sino verdadera confirmación de lo que Dios quería; y por eso así lo comuniqué en la primera y más apropiada oportunidad que el Señor me ofreció para comunicarla a todos, que fue la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote: ¿qué mejor día y qué mejor ocasión para comunicarlo a los sacerdotes, mis imprescindibles y queridos colaboradores, reunidos para celebrar esta fiesta, su fiesta?
Debo ahora expresar a todos algunas de mis motivaciones: ¿por qué y para qué un Sínodo Diocesano? Para que nuestra Iglesia local de Valencia interiorice y asimile aún más que lo ha hecho hasta ahora el Concilio Vaticano II y para asimilar e interiorizar el riquísimo magisterio de los Papas del posconcilio, su mejores y más autorizados intérpretes y guías, en palabras y gestos: San Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Para que se renueve desde dentro y se fortalezca, para que tome conciencia de Iglesia diocesana “en salida para la misión”, llamada como toda la Iglesia a evangelizar, salir en misión evangelizadora a donde están los hombres, para conseguir una pastoral más orgánica y conjuntada en orden a una nueva evangelización urgente, para estructurar adecuadamente la diócesis, para dar respuesta a los problemas y desafíos que tenemos planteados y movilizar las fuerzas en orden a conseguir las grandes metas que hoy la Iglesia se propone y los objetivos pastorales que se consideren preferenciales, pienso que tal vez sería conveniente -y lo mejor- la convocatoria de un sínodo diocesano con participación de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, adultos y jóvenes. Necesitamos tal vez pararnos a pensar, confiar en lo que el Espíritu ha hablado y habla a nuestra Iglesia diocesana en sus Proyectos diocesanos de evangelización y entrar dentro de nosotros, como Iglesia, juntos, para ver donde estamos a la luz de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia, particularmente expresadas en el Concilio Vaticano II, el Pentecostés del siglo XX en la Iglesia de nuestro tiempo, y para que, escuchando su voz hoy, reemprendamos el camino todos juntos llenos de ilusión y de esperanza, de gozo en la presencia del Señor que nos acompaña en nuestras alegrías y nuestras penas: no sólo tener y dar indicaciones y criterios, sino también normas, aplicaciones y legislaciones a las que nos sujetemos todos, sin olvidar la llamada que Dios sigue haciendo a ir en misión evangelizadora y de ayuda a los Vicariatos de la Amazonía Peruana. Necesitamos hacer un camino juntos, que eso es un sínodo.
Creo sinceramente y así lo expreso que, en orden a marcar un nuevo dinamismo y un renovado vigor en nuestra diócesis para esta nueva fase de su historia, una nueva época en la que estamos, es conveniente poner a toda la diócesis en marcha para hacer un camino juntos, un sínodo diocesano. He pensado mucho esta decisión y convocatoria, la he meditado convenientemente, he escuchado las voces que me llegaban de algunas partes, he pedido a Dios luz sobre ella. Y ahora, en el tiempo que Dios, creo, ha elegido, he hecho pública la decisión que ya conocéis.
Es una cuestión de largo alcance y por eso tomamos una decisión ponderada, no es fruto de una improvisación. Por eso pido que roguemos a Dios que nos conceda luz y sabiduría para discernir cuál es su voluntad, para percibir, caminando juntos y en espíritu de sinodalidad, qué es lo que más conviene a nuestra querida diócesis de Valencia, en definitiva, para acertar conforme a su designio y las necesidades de los hermanos que se nos han confiado. Pido también que, ya desde ahora -no hay tiempo que perder-, meditéis y reflexionéis sobre la cuestión, que consultéis a los hermanos presbíteros y a los otros miembros del pueblo de Dios; que me aconsejéis responsablemente.
No es la primera vez que se han celebrado sínodos en nuestra diócesis. Valencia tiene una larga tradición de sínodos diocesanos; recordad los pontificados de santo Tomás de Villanueva y de San Juan de Rivera, pródigos en Sínodos diocesanos, tan decisivos en su historia y vida. No queda muy lejano el último que tuvo lugar en Valencia durante el pontificado de nuestro querido D. Miguel Roca; fue ciertamente un acontecimiento de gracia. Si, guiados por Dios, convocamos un nuevo sínodo, el segundo después del Concilio Vaticano II, con todo lo que el Espíritu ha dicho y hecho, en los pontificados posconciliares y a través de la Conferencia Episcopal Española, también otro nuevo sínodo será un acontecimiento de gracia, un paso salvador de Dios entre nosotros.
2) ¿Qué es un sínodo diocesano?
Presentación por Vicarías del Sínodo diocesano de 1987, con el entonces arzobispo, monseñor Miguel Roca. (ARCHIVO PARAULA)El Sínodo diocesano es una asamblea o reunión extraordinaria de todos los miembros del Pueblo de Dios – presbíteros, religiosos, laicos- que, convocados por su Obispo, colaboran con él en bien de toda la Comunidad diocesana. Son, pues, todos los cristianos de nuestra diócesis en comunión con la Iglesia los que habrán de ser convocados a participar en las tareas sinodales a través de los cauces que se establezcan.
Como su misma palabra indica, «sínodo» ( synodos,en griego) significa caminar juntos, marchar unidos; se trata de hacer un camino juntos toda la comunidad diocesana presidida por su Obispo, de unirnos para avanzar en la tarea de renovar y revitalizar nuestra Iglesia diocesana. Recoge, pues, el ser y el quehacer de la Iglesia que, unida por, con y en Cristo Jesús, camina hacia la perfección del Padre. De alguna manera podríamos decir que la Iglesia peregrina hacia la Patria siempre está en ese «camino juntos» -sínodo-. Recordemos las importantes y ricas aportaciones del Papa Francisco al tema de la sinodalidad que habremos de tener muy en cuenta.
«El Sínodo diocesano, de gran tradición en la Iglesia, significa el modo más destacado y solemne que tiene el Obispo para ejercer su función de gobierno. Es también una excelente expresión de corresponsabilidad… Su finalidad puede resumirse en estos puntos : l) aplicar a la situación local la doctrina y disciplina de la Iglesia universal; 2) dictar normas de acción pastoral; 3) corregir, si fuera el caso, errores, desviaciones o vicios existentes; 4) cultivar la común corresponsabilidad en la edificación del Pueblo de Dios» (Nota al can 46O del CIC, edición BAC).
Sin prejuzgar el modo de organización y desarrollo de un sínodo diocesano entre nosotros, recogiendo la experiencia de los otros sínodos celebrados en España y fuera de ella, los sínodos, en cualquiera de sus fases, tienen siempre tres momentos que no necesariamente son sucesivos:
a) un momento de reflexión y de estudio en que juntos se escucha y profundiza la Palabra de Dios, las enseñanzas de la Iglesia, particularmente las conciliares, del magisterio de la Iglesia, se discierne y revisa la situación eclesial, pastoral, social, personal, a la luz de la Palabra y de las enseñanzas de la Iglesia, y se atiende a lo que Dios nos pide a nosotros y a su Iglesia; en este momento se examina, a la luz de la Palabra de Dios que resuena en la Iglesia, la propia identidad cristiana y las tareas específicas que, como comunidad cristiana, ineludiblemente le conciernen; también se constatan las necesidades evangelizadoras y los recursos que posee para hacer presente y anunciar en obras y palabras el Evangelio.
b) un momento o tiempo de celebración y oración juntos, en que se celebra sacramentalmente la salvación de Dios incorporando a ella lo escuchado y discernido, se alaba a Dios, se le invoca, se pide su ayuda para todo aquello que está siendo descubierto en la reflexión y en el estudio o, también , partiendo de la celebración de los sacramentos y de la oración, como de la fuente y de la luz, nos encaminamos al estudio, a la realidad que vivimos, a las situaciones eclesiales etc.; en este momento se cuida con especial esmero la celebración de la Eucaristía que es como el centro del Sínodo, ya que expresa y declara la comunión con Cristo en la comunidad.
c) momento de proyección en el que, juntos, se van señalando los caminos de conversión, de renovación, y de acción eclesial, que tanto la celebración y la oración como la reflexión y el estudio hayan sugerido; aquí se proyecta, se programa, se inicia o se perfecciona la realización de las tareas pastorales concretas.
Hay que señalar que, para que todo esto se pueda realizar juntos, es también necesario que le preceda el estudio y la reflexión personal, la oración y la participación, cada vez más viva e intensa, en los sacramentos por parte de cada uno de los que se implican en las tareas sinodales. También hay que señalar, que aquellos miembros del pueblo de Dios que, por las razones que fuere, no se embarcan en los trabajos sinodales, también son incorporados a la iglesia diocesana en sínodo a través de la oración y de la información, de la sensibilización, que se les va ofreciendo al hilo de su desarrollo.
Ciertamente, aunque un sínodo no supusiese otra cosa que esto, ya merecería la pena. Qué duda cabe que esta forma de proceder supone una revitalización personal y una revitalización de la iglesia diocesana, en sus comunidades, grupos, parroquias y movimientos. Constituye una auténtica experiencia de Iglesia: la Palabra, el sacramento, la oración, el compartir las mismas preocupaciones, inquietudes y experiencias de fe y de vida, el sentir las necesidades de la Iglesia y de los demás hombres como propias, el diálogo, la común preocupación evangelizadora, todo ello es lo que constituye la Iglesia y lo que nos fortalece como Iglesia.
Normalmente un sínodo requiere un tiempo suficiente, que procuraremos no sea largo, y tiene diversas fases. Suele haber una fase preparatoria la que se constituyen los organismos sinodales, las comisiones, se estudia lo que se ha hecho en otras partes o en otros momentos en la diócesis de Valencia y se decide el modelo de sínodo que convenga más, se determinan los contenidos, la metodología, se elaboran los materiales que ayudarán a los grupos sinodales. En la primera fase, las comunidades parroquiales, las comunidades de religiosos, religiosas, Institutos seculares, u otras asociaciones de vida consagrada, grupos y movimientos apostólicos, grupos temporales que se constituyan para el Sínodo, instituciones de Iglesia –como Caritas, Universidad Católica, Universidad Cardenal Herrera, Colegios diocesanos, Escuelas Católicas, etc., con autonomía y responsabilidad, realizan los trabajos sinodales conforme a lo que se haya previsto. En la segunda fase, o etapa propiamente sinodal, se celebra la Asamblea diocesana donde culmina todo el proceso en la forma que haya quedado establecido en la organización del sínodo; es la fase en la que se recoge el trabajo de la fase anterior y se proponen las conclusiones. Al final, el Obispo aprueba y promulga las conclusiones que considere pertinentes. Aprobadas y promulgadas las conclusiones son incorporadas a la Iglesia diocesana, a su vida y acción pastoral.
3) ¿Por qué y para qué?
En los años del posconcilio nuestra Iglesia diocesana ha tenido un recorrido rico y esperanzador. Ha sido tiempo de gracia y de acción salvadora de Dios en medio de nosotros. Tiempo de interiorizar, en unas circunstancias concretas, las enseñanzas conciliares.
Necesitamos hacer memoria para dar gracias a Dios y para revisar y corregir, si fuera necesario, fortalecer u orientar de nuevo nuestra realidad diocesana. Necesitamos, en todo caso, reemprender e intensificar el camino de renovación que nos trazó el Concilio y que ha sido explicitado y concretado por los Papas del Posconcilio y el Sínodo diocesano precedente, amén de otras disposiciones y orientaciones diocesanas.
Necesitamos ver lo que tiene que ser nuestra Iglesia tal como nos viene descrita la naturaleza, la vida y la misión de la Iglesia de Jesucristo en el conjunto de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y en los caminos por los que el Espíritu ha llevado o lleva a nuestra Iglesia. Necesitamos que sea de verdad la palabra de Dios y la imagen revelada de la Iglesia y de Tradición viva la que ilumine nuestra realidad, y no nuestra visión y valoración de la realidad la que condicione incluso el manejo y la interpretación de las Escrituras y del Magisterio de la Iglesia.
Estamos viviendo momentos muy importantes para el futuro de la Iglesia y de la sociedad, con sus connotaciones muy propias e intensas en España y en nuestra diócesis; todos somos conscientes de que nos hallamos en una situación particularmente apremiante, una encrucijada de nuestra historia que reclama una presencia nueva de la Iglesia en nuestro mundo. Vivimos una nueva etapa de nuestra historia, una nueva época, nuevos retos, nuevas esperanzas, nuevas necesidades.
Hoy, nos encontramos con la apremiante responsabilidad de ver con mayor claridad los caminos de la Iglesia en la nueva sociedad y de iniciar nosotros mismos esta nueva etapa de acuerdo con los deseos de Nuestro Señor Jesucristo y las necesidades de nuestros hermanos.
Tampoco podemos olvidar que no comenzamos de nuevo, que recordamos y vimos un tiempo que nos ha precedido y legado su riqueza, la tradición viva, que nos hallamos en un recorrido pastoral de nuestra diócesis, que vivimos una etapa nueva en nuestra diócesis. Para que, en estos momentos precisos, nuestra Iglesia local, interiorizando más aún el Concilio Vaticano II, renovándose desde dentro y centrándose en lo esencial, tome conciencia de Iglesia diocesana, impulse de manera decidida una nueva evangelización y acción misionera, y se organice adecuadamente en orden a esa nueva evangelización y misión, de manera particular de jóvenes y con jóvenes, a “hacer cristianos”, a promover comunidades vivas. Habremos de atender, por supuesto, a las necesidades que tenemos a la luz de la palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia. Creo que todos estamos de acuerdo en la necesidad de fortalecer, avivar y fundamentar la fe de los cristianos practicantes; fomentar una pastoral misionera de evangelización de los cristianos alejados o no practicantes; intensificar la presencia y acción asistencial y social, promocional y evangelizadora entre los pobres y los que sufren; fomentar la presencia de los católicos en la vida pública; fomentar la pastoral de juventud y la pastoral vocacional.
Aunque posteriormente habría que perfilar lo que acabo de decir, pretendo que todos los fieles de nuestra diócesis – sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos -, parroquias, comunidades, movimientos apostólicos y grupos de creyentes participen unidos en la renovación, fortalecimiento y revitalización de nuestra diócesis, recorriendo juntos un mismo camino que tiene como metas :
– conocer, asimilar interiorizar y poner en práctica cada día mejor las enseñanzas del Concilio Vaticano II, las enseñanzas posconciliar de la Iglesia, de los Papas del Posconcilio, de la Conferencia Episcopal Española, de nuestra diócesis en la situación presente; alcanzar una conciencia más lúcida de la identidad cristiana de y en cada comunidad, grupo o creyente, por medio de una revisión crítica a la luz del Vaticano II y el magisterio ordinario y testimonio de la Iglesia; fortalecer, revitalizar nuestra comunidad diocesana y recobrar nuevo aliento y estímulo para una presencia renovada y renovadora en nuestro tiempo;
– encontrar y alentar los caminos de la nueva evangelización en nuestra diócesis, impulsando una pastoral de la conversión, de la santidad y del servicio samaritano entre nuestras gentes y en los países de misión donde Dios nos llama, particularmente los Vicariatos amazónicos del Perú; descubrir las llamadas y exigencias evangélicas y misioneras propias de nuestro ser de cristianos y establecer las tareas ineludibles de nuestro servicio a los hombres de hoy, particularmente a los jóvenes tan necesitados de Evangelio;
– repensar nuestra pastoral para centrarnos en lo esencial, en lo que es el ser y el quehacer nuclear de la Iglesia, para organizarnos mejor, de manera corresponsable, orgánica y conjuntada: en comunión eclesial;
– señalar aquellas opciones preferenciales y enucleadoras que han de orientarnos en el próximo futuro. Teniendo en cuenta todo lo anterior pido a los diferentes Consejos de los Órganos de Comunión diocesanos que deliberen y me aconsejen acerca :
– de cuáles serían los puntos principales a tener en cuenta en esta convocatoria de un sínodo diocesano, en orden a marcar un nuevo dinamismo y un renovado vigor en nuestra diócesis para esta nueva fase de su historia; dificultades que se observan y posibilidades que se abren; problemas a los que habría que atender o superar;
– de las finalidades y metas concretas que habría que proponerse con un sínodo para nuestra diócesis: necesidades a las que habría que responder, desafíos que tenemos planteados, etc;
– del modo como proceder, de las líneas generales de su organización.
Que Dios bendiga a todos, que nos ilumine en nuestros trabajos y que nos indique los caminos a seguir en verdadera sinodalidad, mirando siempre a Jesucristo, iniciador y consumador de nuestra fe, y que la Virgen Maria, nuestra Señora de los Desamparados, San Vicente Mártir y san Vicente Ferrer, y todos los santos valencianos, y los ángeles guardianes de nuestra diócesis y de los ángeles custodios de cada uno, nos ayuden y acompañen.
Rezad todos por el Sínodo, desde hoy mismo. Para gloria de la Santísima Trinidad: Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo.
Valencia, Fiesta de la Santísima Trinidad, 16 de junio, 2019.