El pasado domingo, día 27 de enero, celebramos la Jornada Mundial de la Infancia Misionera, la fiesta de los niños que viven con alegría el don de la fe y rezan para que la luz y el amor de Jesús llegue a todos los niños del mundo. Avivemos y alentemos siempre este espíritu misionero entre los niños. Tengamos muy presentes –y hagamos presente de manera muy especial a nuestros niños la realidad que viven la mayoría de los niños en el Tercer mundo, en los países de misión, que no la conocen o no se les muestra. En esos niños, sin duda alguna, está Jesús que para ellos ha venido y viene para que experimenten el gran amor con el que son amados por Él, a través de nosotros, y de nuestros niños de manera muy particular.
Hemos de cultivar en los niños el espíritu misionero. Abramos nuestra corazón a los niños de los países de misión. Ayudémosle. Podemos hacerlo de muchas maneras, pero una de ellas que tenemos bastante descuidada –no era así cuando yo era niño- es la promoción en Valencia de la Obra Pontificia de la Infancia Misionera, en todas nuestras parroquias, en nuestros colegios, en el Junior, en tantos movimientos de infancia.
Con esta obra se intenta –habremos de intentar- ayudar a los educadores a despertar progresivamente en los niños una conciencia misional universal y a guiarlos hacia una comunión espiritual y material con los niños de las regiones y de las iglesias más pobres. La Obra Pontificia de la Infancia Misionera descubre a los niños su ser misionero, como corresponde a todo bautizado, según su edad y posibilidades.
A través de diversos medios, esta Obra cultiva la dimensión misionera que corresponde a toda la Iglesia. A través de la formación, educa a los niños en la dimensión misionera de la fe y en el amor universal; a través de la información, los niños son sensibilizados a las realidades de los territorios de misión; mediante la oración, la plegaria y los sacrificios por las misiones y mediante ayudas materiales para compartir, al alcance de los niños, éstos van cooperando en la obra misionera de la Iglesia, identificándose con ella y cultivando la vocación a la misión universal. De esta manera, ellos se sienten y son también misioneros.
Así, la Obra de la Infancia Misionera contribuye de manera muy importante a despertar la conciencia misionera, a desarrollar y fortalecer el sentido misionero que tiene la vocación cristiana. Ellos, los niños y los animadores de esta gran Obra, nos recuerdan a toda la comunidad eclesial nuestra responsabilidad en la misión evangelizadora que Jesucristo nos ha confiado. Impulsando esta obra, las comunidades cristianas pueden respirar el aire fresco de las misiones que es capaz de rejuvenecerlas con un renovado vigor. Solo el sentido misionero devolverá a las comunidades su rostro joven y vigoroso.
Pido a todos que impulsemos la Obra Pontificia de la Infancia Misionera en nuestra diócesis, que en todas nuestras parroquias haya un grupo de Infancia Misionera. Pido especialmente a los niños que están, entre nosotros, asociados a ella que la difundan con el calor, la libertad y la generosidad que les caracteriza. Exhorto a los educadores – padres y madres, catequistas, maestros cristianos y sacerdotes – que cultiven el espíritu misionero en los pequeños y los asocien a las tareas de esta Obra. Invito a todos los niños a que, siguiendo a Jesús, sean testigos de esperanza, testigos de una humanidad nueva , fraterna y solidaria, universal por encima de barreras y fronteras, testigos de Jesús que es fuente de alegría, de amor y de amistad entre todos.
¡Niños misioneros, amigos, en vosotros está la esperanza!¡Vamos, adelante! Que nadie os gane en generosidad para con los niños del Tercer Mundo, de los países de misión, que carecen de casi todo. Que nadie os supere en ardor misionero. Abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo y dad cabida y cobijo de hogar y amistad a los niños de los países pobres de misión y que todavía no tienen la dicha de conocer y ser amigos de Jesús. Que nadie os aventaje en rezar por las misiones, porque Dios escucha, sobre todo, las oraciones de los niños, como vosotros. Demostrad a los mayores cómo se puede trabajar por las misiones, ser misioneros. Decidles a los jóvenes que ellos también pueden ser misioneros y que serán muy felices si se deciden a serlo. En vosotros, niños, está el futuro de un mañana vivo de la Iglesia, enviada a todos los pueblos para anunciar la buena Noticia de Jesús, amigo y salvador de todos los hombres y mujeres de la tierra.
Queridos niños, sé que sois muy sensibles a la paz entre los hombres,-aunque a veces riñáis entre vosotros-, y que cuando hacéis una oración espontánea siempre pedís por la paz. Sabéis muy bien que Jesús declara felices, bienaventurados, a los que trabajan por la paz. Una manera de trabajar y colaborar en la paz es la oración por la paz. Por eso, con motivo de la Jornada de la Infancia misionera que acabamos de celebrar os convoco a todos los niños de la diócesis a que oréis por la paz. Hay muchas guerras y son terriblemente horribles. La gente sufre mucho en ellas y por ellas: lo sabéis muy bien. En las guerras todos pierden, todos resultan perjudicados. Siempre son los niños como vosotros y las familias los más afectados por la destrucción y el dolor de la guerra. Es preciso que se acaben. Hemos de pedir a Dios que conceda la paz y que no haya más guerras: esto también entra dentro de la tarea misionera, llevar la paz, trabajar y colaborar en la paz.
Con mi bendición para todos, que os quiero mucho