L.B. | 25-01-2019
Una vez revestidos con la dalmática, los diáconos fueron recibidos por el arzobispo a quien juraron obediencia. (FOTO: J.PEIRÓ)
La catedral de Valencia se vistió de fiesta para acoger la ordenación de ocho laicos como diáconos permanentes. Familiares y amigos de los ordenandos llenaron la catedral junto con numerosos sacerdotes que asistieron a la ceremonia.
Se trata de Francisco Javier Aznar, de 48 años, casado, padre de dos hijos y profesor de Religión; José García Jiménez, de 67 años, padre de cuatro hijos y catedrático jubilado; Vicente-Agustín Cloquell, de 50 años, casado, padre de dos hijos y profesor universitario; Miguel Gimeno, de 60 años, casado y agente comercial; Rodrigo Ferre, de 52 años, casado, padre de dos hijos y profesor de Religión; José Antonio Morales, de 60 años, casado, padre de once hijos y médico; Jesús Sánchez, de 48 años, casado, padre de siete hijos y profesor de Secundaria; y Alberto Villalba, de 53 años, casado, padre de dos hijos y técnico electricista.
Alegría por la ordenación
El arzobispo de Valencia, cardenal Antonio Cañizares, presidió la celebración el pasado sábado 19. Durante la homilía manifestó su gran alegría por la ordenación, y felicitó a las esposas, hijos, familias y parroquias de los ordenandos, a quienes animó a “llevar gozosamente el yugo de la servidumbre por medio de la caridad pastoral”. “Sois enviados al mayor de los servicios: a anunciar que son amados de Dios, a enseñar que Dios ama sin límite, a hacer descubrir a los hombres su vocación de hijos amados”, señaló.
También les pidió “que vuestra predicación sea inspirada siempre en la Palabra de Dios”. Y les animó a “hablar con valor y coraje”. “Predicad con fe profunda y arraigada, alentando siempre la esperanza. Anunciad siempre a Dios. Anunciad fiel y abiertamente la verdad que hemos recibido”, les animó.
Igualmente les instó a no callar ni dejar de enseñar en nombre de Jesucristo y a evangelizar, a ser misioneros ante los alejados, cuidando la educación y la catequesis.
Por último, les advirtió de que este servicio “requerirá de vosotros la defensa con riesgo de los indefensos, la denuncia de la injusticia y la opresión”, por lo que les pidió que no cierren sus oídos “ante la llamada de los que piden ayuda”.
Proclamar el Evangelio
Tras la homilía comenzó el rito de ordenación, en el que el Cardenal fue llamando a los ocho aspirantes al diaconado permanente después de preguntar a la comunidad si los candidatos eran dignos.
Los candidatos se postraron en el suelo durante la oración de los fieles. Después, el arzobispo impuso las manos sobre la cabeza de los candidatos, y así les confirió autoridad y capacidad para ejercer la función de diácono, entregándoles el Evangelio como signo de enseñar y proclamar la Buena Noticia, y se les impuso la estola cruzada.
Una vez revestidos con la dalmática, los diáconos fueron recibidos por el Arzobispo a quien previamente juraron obediencia, y también fueron recibidos por los otros diáconos presentes con el signo y el abrazo de la paz.