BELÉN NAVA| 21-09-2018
Las redes sociales se han convertido este verano en un colorido catálogo de viajes. Los jóvenes compiten por mostrar quién se lo pasa mejor, quién ha viajado al lugar más exótico o quién ha practicado los mejores deportes de aventura alternando los escenarios de las instantáneas entre los mares de aguas cristalinas y arenas blanquísimas a las selvas tropicales con exóticas vestimentas. Sin embargo, los jóvenes que ocupan esta semana nuestras páginas no son de los que se dejan llevar por el “postureo”. No siguen modas ni hacen lo que hacen por ganarse ‘likes’ en las redes sociales.
Para ellos, sus vacaciones han sido de ensueño porque han podido colaborar con los misioneros, con los “héroes que cambian el mundo”. Trabajar con ellos codo con codo; conocer de primera mano las realidades de su día a día que, a este llamado Primer Mundo, nos parecen tan lejanas y tan ajenas a nosotros.
Todos cargaron desde Valencia sus maletas de ilusiones y de inquietudes por lo que se encontrarían en Filipinas, Perú, Kenia…y han vuelto con ellas repletas de fe y de confianza puesto que sido capaces de ver el rostro de Dios en cada uno de los niños a los que han cogido en sus brazos, en cada una de las familias a las que han ayudado o en cada anciano al que han acompañado.
No son todos los que este verano han marchado de misión, tan sólo son una representación del buen hacer de tantos jóvenes de nuestra diócesis que aparcan sus preocupaciones por dar lo mejor de sí mismos a los más necesitados en vacaciones.
Togo: Los niños que personifican el Evangelio
«Cuando se viaja a África se “llenan las maletas” de clichés y de ideas preconcebidas. La pobreza, el hambre, la muerte, la migración ilegal o la precariedad. Todo ello existe, no lo voy a negar. Pero nuestras maletas ahora viajan llenas de experiencias que nos han descubierto estos pueblos. Y es que aquí he visto el rostro de un Dios sencillo que se muestra en los pequeños encuentros del día a día. Ahora nuestras maletas están llenas de experiencias que no pesan, al contrario, hacen que la carga sea más ligera.”
Adesesep (Perú): Son felices sin tener casi nada
“Esta experiencia – reconoce Inés – me ha hecho valorar cada cosa que tengo y que no tengo . Cada cosa que me da Dios es un regalo, tanto si es bueno como si es malo. Me ha hecho ser consciente de que la felicidad está en vivir el día a día disfrutando de lo que Dios me regala en cada momento. Allí, las familias son felices con lo poco que tienen”. Pero ante todo Inés subraya la idea de “no vivir en la exigencia” y agradecer el haber podido vivir esta misión porque “más que ayudarlos nosotros, son ellos los que nos han ayudado a nosotros” haciéndoles abrir su corazón hacia la grandiosidad del amor del Señor y es que el colegio Santo Tomás de Valencia es sinónimo de futuro y esperanza para las nuevas generaciones de las familias Adesesep y Profram.

Isla de Olando (Filipinas): Una lección de vida
“El respeto y el cariño de toda su gente y la eterna sonrisa pase lo que pase, aunque no te conozcan de nada, al igual que su fe y la de los misioneros con los que convivimos, una fe tan viva y necesaria entre tanta dificultad, dando gracias cada día por lo poco que tienen y con una actitud tan positiva” porque “la misión abre ojos, corazones, enriquece y engancha. Agradecido por vivir experiencias así y ser un poco de luz y, como dicen allí… Salamat! (gracias en tagalo)”.

Kenia: Dios también está a la otra parte del mundo
“Siempre diré que hasta que no lo vi, no fui consciente de que la pobreza es una realidad, una realidad muy dura y sin embargo, han sido esas personas las que me han transmitido toda la felicidad y generosidad del mundo”. Tras esta experiencia Amparo afirma con rotundidad que “Dios también está en la otra parte del mundo y lo he podido ver en cada uno de ellos, porque si de algo están seguros allí es que Él nunca les abandona”.

Ecuador: La mayor riqueza, en los sitios más pobres
“Allí hemos visto el rostro de Cristo, especialmente en el necesitado y en el enfermo, al que visitábamos casa por casa. Y también porque ellos, los que a los ojos de la carne no tienen nada, nos han recordado que, a veces, la mayor riqueza, está en los sitios más pobres”. Además, “como cristianos, hemos contemplado la belleza y la universalidad de la fe, de la Iglesia, que no terminan en las puertas de nuestras parroquias. Hemos encontrado una Iglesia joven,  muy viva, y con ella hemos celebrado la fe, preciado tesoro”.

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