La Iglesia incorpora cada año a la solemnidad de Pentecostés, día de la Iglesia naciente, que celebramos el domingo, la fiesta del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Con esta ocasión hago a los católicos que me lean una apelación a su conciencia a que fortalezcamos en la Iglesia la participación de los laicos, a que hagamos todo lo posible para que los cristianos laicos se incorporen con decisión y valentía a la obra de evangelización, a que pongamos todo nuestro empeño en que cada día haya más cristianos militantes dispuestos a mostrar en nuestro mundo, con obras y palabras, el Evangelio de Jesucristo en todo su atractivo y su fuerza de renovación de la sociedad.
“Todo cristiano está llamado al apostolado; todo laico está llamado a comprometerse personalmente en el testimonio, participando en la misión de la Iglesia” (Juan Pablo II). Pero junto a este testimonio personal e intransferible de cada uno y por sí mismo, es necesario que los cristianos laicos se asocien. Las asociaciones laicales para el apostolado movimientos y grupos apostólicos son un signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo. Por otra parte, la estrecha unión de las fuerzas es la única que vale para lograr plenamente los fines del apostolado moderno y proteger eficazmente sus bienes. Se trata de unir y coordinar las actividades de todos los que quieren influir, con el mensaje evangélico, en el espíritu y la mentalidad de la gente que se encuentra en las diversas condiciones sociales. Se trata de llevar a cabo una evangelización capaz de ejercer influencia en la opinión pública y en las instituciones; y para lograr este objetivo se hace necesaria una acción realizada en grupo y bien organizada.
Para ello, el Espíritu Santo ha suscitado en y para la Iglesia diversos grupos y movimientos apostólicos. Todos ellos merecen nuestra atención y nuestro apoyo. Entre las formas de apostolado asociado, el Concilio cita expresamente la Acción Católica, que tanto vigor y frutos ha dado en la Iglesia, y que ahora deberíamos alentar, extender y fortalecer. La Acción Católica se ha distinguido por el vínculo más estrecho que ha mantenido con la Jerarquía. Esa ha sido una de las principales razones de los abundantísimos frutos que ha producido en la Iglesia y en el mundo durante sus muchos años de historia. Su fin es la evangelización y la santificación del prójimo, la formación cristiana de las conciencias, la influencia en las costumbres y la animación religiosa de la sociedad. De su grado de fidelidad a la Jerarquía y de concordia eclesial depende y dependerá siempre su grado de capacidad para edificar el Cuerpo de Cristo. La Iglesia necesita una Acción Católica vigorosa, con fuerza militante, que impulse una nueva evangelización, que sea una viva irradiación de la comunidad eclesial en su unidad, en su caridad y en su misión de difundir la fe y la santidad en el mundo.
En los momentos que vivimos considero necesario que hagamos en la Iglesia todos los esfuerzos posibles por implantar, donde no esté, o por fortalecer y extender la Acción Católica renovada, donde esté ya establecida, conforme a las nuevas orientaciones de la Conferencia Episcopal Española. No podemos inhibirnos con el pretexto de los defectos reales o supuestos que pueda o haya podido tener la Acción Católica. Una actitud semejante sería contraria a la acción del Espíritu que nos habla a través de los Papas, del Concilio, o de la voz de los Obispos que recomienda y pide esa atención y crecimiento de la Acción Católica.
El Concilio Vaticano II fue un nuevo Pentecostés en la Iglesia en el pasado siglo. Por eso es urgente y apremiante que no se olvide este Concilio, que volvamos a él y que, con la fuerza del Espíritu Santo sea aplicado y difundido fielmente para la renovación de la Iglesia y del mundo: que buena falta nos hace para que surja con fuerza una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos, que siguen, porque lo han aprendido como buenos discípulos, el nuevo arte de vivir del Evangelio, que es Jesucristo, esperanza de un futuro lleno de luz y de verdad que se realiza en el amor y se vive en le paz y en el fin de toda violencia y mentira, que esclavizan: Un nuevo mundo con la fuerza de un nuevo Pentecostés.