EVA ALCAYDE | 21-06-2019
Los integrantes del Altar Playa entrando con la imagen del santo al recinto carcelario. (FOTOS: J.PEIRÓ)El 15 de junio no fue un sábado cualquiera. Al menos para los internos del área de preventivos del Centro Penitenciario de Valencia, en Picassent, que recibieron una visita muy especial.
Hasta el establecimiento penitenciario se trasladaron algunos integrantes de la Asociación San Vicente Ferrer-Altar Playa y de la parroquia San Vicente Ferrer de Valencia, ubicada en el barrio del Canyamelar, que en este año santo que acaba de concluir ha sido uno de los templos jubilares designados.
En la comitiva vicentina, integrada por una decena de personas, estaban el consiliario y párroco, Pablo Villarroya, la honorable clavariesa de las fiestas vicentinas 2019, Mariví Borrell, el presidente del Altar de la Playa, José Ángel Crespo, y otros miembros de la junta de la asociación vicentina.
En su visita a los internos de Picassent llevaron la imagen procesional de san Vicente Ferrer, estampas con la oración oficial del Año Santo Vicentino y un olivo joven que será plantado en los jardines de entrada al área de Preventivos y que siempre recordará la primera vez que una imagen de san Vicente Ferrer entraba en el interior del establecimiento penitenciario.
Una vez gestionados los pases para poder acceder al interior del recinto penitenciario, Antonio Quesada, párroco en Nazaret y capellán voluntario de Pastoral Penitenciaria daba las primeras recomendaciones al grupo: “Nada de teléfonos móviles, dinero, ni llaves”. Las normas son las normas y la seguridad, lo primero.
La comitiva vicentina, a la que se añadió Francisco Arcís, coordinador de Pastoral Penitenciaria, el propio sacerdote Antonio y algunos voluntarios más, discurrió por los pasillos del área de preventivos, portando al santo en procesión.
Caminaban despacio, impresionados por los largos pasillos, las rejas y las medidas de seguridad. Tras pasar el módulo de enfermería y la zona central, -justo debajo de la torre de vigilancia-, donde se encontraban expuestas las obras de arte realizadas por los internos en los talleres de pintura y cerámica, la comitiva se dirigió hacia el área social.
El salón de actos, donde iba a celebrarse la misa, se fue llenando poco a poco de internos. Al ser un día especial la celebración fue conjunta, y después de unos minutos llegaron las mujeres.

Ruegos y peticiones espontáneas

La misa en la cárcel es un encuentro festivo y alegre para los presos. Más aun cuando es una celebración diferente y especial, en la que, además de los voluntarios, hay gente de fuera.
Pero hay otras diferencias. Casi toda la liturgia es cantada y la música alegra el espíritu. Los internos ensayan los cantos antes de la misa, y tras romper el hielo inicial, se lanzan a cantar con ganas y con palmas incluidas.
El altar es una mesa, pequeña y sencilla, sin grandes ornamentos, colocada en el propio patio de butacas. Y los internos no siguen algunos gestos y actitudes de la liturgia, por ejemplo, no permanecen de pie en la proclamación del Evangelio, ni se arrodillan en el momento de la consagración.
Mención aparte merece el momento de las peticiones, que en la cárcel se hacen de forma espontánea. El instante es emotivo, pues cada interno tiene su propia historia.
Una chica pide por su hija pequeña, “que hoy va a tener un día duro” y por el juicio que tiene el jueves próximo, “para que salga bien”, otro pide por su familia y otro más “por la compañía que tenemos hoy y por todos los presos”. Un integrante de la comitiva vicentina pide “por los que estáis aquí, para que pronto os encontréis con la libertad”… y así se suceden las peticiones por ese juicio pendiente, por ese permiso que no llega, por las parroquias “para nos ayuden también cuando no estemos aquí”, y para que “la Iglesia siga creando espacios de acogida para facilitar la reinserción”.
Antonio, el capellán voluntario de Pastoral Penitenciaria eleva la última petición: “por ti, para que no la fastidies y vuelvas aquí”, refiriéndose a la cárcel, ese lugar al que el sacerdote en plan jocoso dice que es “el mayor convento de clausura de la diócesis de Valencia”.