Carlos Albiach | 09-11-2017
Martes 31 de octubre. Son las 19.30 h. y mientras muchos jóvenes preparan sus disfraces para salir a la calle y celebrar Halloween, decenas de jóvenes celebran la eucaristía en la iglesia de San Lorenzo de Valencia. Una celebración en la que se conmemora a todos los santos y que es más especial para ellos si cabe porque les prepara para la misión de esa noche: anunciar a Jesucristo por las calles invitando a que entren a tener un rato de oración ante el Santísimo con gestos tan sencillos como poner una vela bajo el altar o escribir una petición. Se trata de los misioneros de la iniciativa Nightfever, que tras la misa se ponen de rodillas ante el Santísimo para que les ayude en la misión, que van a comenzar a partir de las nueve y media de la noche.
Y lo harán desde una iglesia situada en la zona donde tiene lugar la fiesta de Halloween, donde los jóvenes ataviados de disfraces terroríficos aprovechan también para hacer botellón. Durante la homilía de la misa el delegado diocesano de jóvenes, Virgilio González, les animaba esa noche a seguir el ejemplo de los santos, “que de una forma humilde hacían presentes en el mundo a Dios”. “Tenéis que estar alegres y contar que Dios está en tu vida, que Dios ha hecho posible lo que jamás pensabas que podía hacer”, añadió. El sacerdote les daba además la clave para la noche de evangelización: “¿Qué tenemos que decir? Que Dios ha enviado a su Hijo por nosotros, que con su muerte y resurrección nos da la vida eterna. ¿No lo sabes decir? Pues Dios lo hará por ti”.
Llegaba el momento de salir y los jóvenes, gran parte de ellos nerviosos, salían a la calle como si de un ejército de evangelizadores se tratase. Con las únicas armas de una vela y sobre todo con su testimonio no dudaban en parar a los viandantes que ignoraban lo que allí dentro ocurría. Sin embargo, muchos de ellos se sorprendían que una noche de Halloween hayan optado por celebrar la vida, es decir, ponerse a los pies del Señor. De hecho, muchos de los que se encontraban iban disfrazados.
Dentro en la iglesia los momentos de silencio se unían a los cantos de oración. Y la luz de las velas indicaban el camino hacia el altar, donde iluminado estaba el Santísimo. La noche no había hecho más que comenzar.

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