Tuve la suerte de conocer a Don Vicente Serrano y de tratar con él en alguna ocasión, gracias a su etapa de vicario episcopal de la vicaría III. De esos momentos guardo un grato recuerdo, de un hombre sencillo, afable y cercano, de un hombre de Dios. Hace unos meses supe de su enfermedad y lo desde entonces lo tuve en mis oraciones. Y fue en la vigilia pascual cuando el sacerdote, en la Liturgia Eucarística, nos anunció que ya estaba celebrando la Pascua con el Señor y nos pedía que ofreciéramos la Misa por él.
En estos días posteriores he ido pensando en nuestros sacerdotes: En aquellos que han compartido su ministerio con nosotros, en aquellos que han sido nuestros formadores o en aquellos que han pasado solo un instante por nuestras vidas. Y aunque la gran mayoría de ellos me han ofrecido un testimonio de vida ejemplar, no vamos a obviar ahora que con algunos no congenié. Pero eso no importa. Siempre he defendido que no formamos parte de la Iglesia porque tal o cual sacerdote nos caiga mejor, sino porque nos convoca el Señor.
Sí, pero sin pastores que pastoreen la Iglesia, no podemos caminar. Por eso nos merece tanto respeto la figura del sacerdote. En una ocasión un alumno me cuestionaba acerca del celibato en los sacerdotes. Les reconocí que mi formación no me bastaba para poder explicarlo desde un punto de vista teológico, pero les pude dar una razón de tipo pastoral: Les explique cómo había sacerdotes que no tenían ningún día de descanso a la semana ni al año, que sus horarios superaban con creces el horario de misas -que ellos creían que era su única labor- y que acompañaban a decenas de enfermos, ancianos y personas que necesitaban de auxilio espiritual, a veces, hasta horas intempestivas, y que eso era algo incompatible con una vida familiar normal.
Es una gran bendición contar con hombres que renuncian a todo, a la comodidad de un futuro laboral y familiar, a la seguridad de un empleo bien remunerado o a las ambiciones propias y legítimas de cada uno, por seguir a Cristo y hacerlo hasta su muerte, desde la humildad y sencillez como lo hizo Don Vicente y como lo hacen tantos sacerdotes repartidos por todos los rincones de nuestra diócesis.
Gracias, Don Vicente.