21-07-2016
El presente 2016 es un gran año de fiesta. La Iglesia administra a manos llenas, día a día, en este singular año la Misericordia de Dios.
El Papa Francisco nos dice: «Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo específico de la esperanza cristiana».
La Iglesia nos invita, ahora y siempre, a profundizar en uno de los principales atributos divinos, descubriéndonos que Dios pone de manifiesto su alegría a través del perdón, de su infinita Misericordia. Actitud Divina que define todo su amor por los hombres y mujeres de todos los tiempos. Por decirlo de alguna forma más gráfica Dios se rebaja al máximo para estar al alcance de cualquier persona que le busca en demanda de perdón.
Además, debo recalcar que la Misericordia es una actitud cristiana arraigada fuertemente en la persona y en donde se va expresando de diversas formas, sea por medios materiales como espirituales. Se establece ofreciendo ayuda en todos los sentidos: enseñando, consolando, perdonando, acogiendo, tendiendo con frecuencia nuestras manos…
Por lo que, si logramos poner los medios e ir aplicando asiduamente la Misericordia, descubriremos que este deseo va creciendo en mayor grado a medida que se práctica, produciendo a su vez, en nuestro interior, una enorme experiencia de paz y de alegría.
Pero también necesitamos descubrir, para tenerlo muy presente, que en la raíz del olvido de la Misericordia está anclado siempre el amor propio.
Por otra parte, debo destacar, que no hay que confundir la Misericordia con el sentimiento de lástima, debe quedarnos muy claro que son dos conceptos totalmente diferentes. Sentir lástima por alguien no es una actitud persistente de la personalidad, sino que es una sensación o sentimiento pasajero. La Misericordia, como he dicho anteriormente, está impresa dentro de nosotros mismos y es justo que la vivamos y la apliquemos gradualmente.
Misericordia es un término que proviene del latín y hace referencia a una virtud del ánimo que lleva a los seres humanos a compadecerse de las miserias ajenas. Se trata de una actitud bondadosa de la persona; consistiendo su misión en que todos lleguen a entender a través de la conducta personal el significado y la magnificencia de la Misericordia. Para lograr este noble objetivo se debe actuar siempre de forma muy cercana, siendo humildes, amables, sonrientes, dispuestos a escuchar, a atender, a entregarse, a querer, etc. La Misericordia es la disposición a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas (que todos tenemos) por ello, se debe comprender, a todas luces, que es mucho más que un sentimiento de simpatía. Es una práctica interior y exterior de compasión por los que sufren por diversas causas y que nos impulsa a ayudarles o aliviarles. Significa tener un corazón solidario con todos y, muy especialmente, con los que tienen mayores obstáculos y necesidades.
En definitiva, la Misericordia es un atributo donado, que debemos regalar a toda persona que lo necesite o reclame; y lo más importante, nos iremos asemejando a la misma bondad de Dios.
Como punto final, debo añadir que vivamos con gran alegría este tiempo de especial Misericordia, y, unidos como pueblo, acudamos a nuestra Madre y Patrona, la Virgen de los Desamparados, para que nos acompañe y nos impulse a cumplir el mandato imperativo que nos dejó su Hijo Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre del Cielo es misericordioso”.