CARLOS ALBIACH | 28-09-2017
Rebeca en la puerta de la catedral de Valencia. (FOTO: INMA MIÑANA)334 millones de cristianos sufren la persecución por el hecho de ser cristianos en todo el mundo según datos de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Uno de los rostros de esta Iglesia perseguida y sufriente es el de Rebeca Bitrus, católica nigeriana que fue secuestra por el grupo terrorista yihadista Boko Haram durante dos años. Rebeca en su visita a Valencia cuenta a PARAULA cómo en la persecución la fe se hace fuerte y cómo a pesar de todo hay espacio para la esperanza y el perdón.
Rebeca tiene 24 años y es nigeriana. Su historia está marcada por el sufrimiento pero también por la esperanza. Su vida cambió el 21 de agosto de 2014. Esa tarde mientras ella estaba en la ducha empezó a oír gritos que alertaban de que terroristas del grupo Boko Haram llegaban a Baga, su ciudad. Eso hizo que ella y su marido tuvieran que salir corriendo. Por un lado ella, con los dos niños, de 3 y 1 años, y por otro su marido, puesto que a los hombres si los cogían los mataban. Su marido huyó pero ella fue apresada y secuestrada por los terroristas para, según ellos decían, enseñarles el caminó de Alá.
A partir de ese momento comenzó a vivir en un campo de entrenamiento para terroristas, donde trabajaban de sol a sol y las maltrataban. Además a su hijo mayor al tener más de tres años, le enseñaban el Corán para que se convirtiera en el futuro en un yihadista. Allí vivió episodios que nunca podrá olvidar y que hoy cuando los recuerda no puede evitar las lágrimas. El primero de ellos fue cuando un terrorista cogió a su hijo pequeño y para que no molestase lo tiró al lago Chad, donde murió. Ella lo vio todo con sus propios ojos. “Este niño se va con Dios para que no hagas caso”, le dijo el terrorista. Otro momento muy duro fue cuando fue violada por un grupo de terroristas a pesar que en otras ocasiones se había resistido. Fruto de esta violación se quedó embarazada de su hijo Cristóbal. En estos acontecimientos, como cuenta, le surgía siempre una pregunta: “¿Cómo puedes decir que matando se puede seguir el camino de Dios?”.
Importancia de la oración
Durante todo ese tiempo ella se aferró a su fe, la única garantía de su esperanza, tal y como recuerda. “Tanto sufrimiento, la muerte de mi hijo, la violación… a pesar de todo esto nunca dudé de mi fe”, recuerda en varias ocasiones y con voz firme en el dialecto nigeriano que habla. La oración fue una constante en el día a día en el campo. “No tenía rosario, pero con mis manos me bastaba para rezarlo y acordarme de Dios”, relata. Además, cuando los terroristas les obligaban a rezar siguiendo el Corán y mirando hacia La Meca ella en su pensamiento solo se acordaba de Jesucristo: “Jesús, por favor, perdóname, que esto lo hago por obligación. Tú sabes que te quiero”.
En la oración, como ella misma relata, no perdía la esperanza de que saldría de su particular calvario. Una de las soluciones para conseguir la libertad era aceptar llevar un cinturón de explosivos para cometer un atentado y antes de hacerlo huir. Pero ahí lo tenía que hacer sin sus hijos. Sin embargo, un día de 2016 cogió a sus dos hijos, a pesar de las dudas de llevarse al pequeño, y se escapó. Tras dos semanas deambulando al final alguien la encontró y la llevo a la puerta de la parroquia, donde el padre Innocent, se convirtió en su ángel de la guarda. “Luego fui consciente de que todo había sido gracias a mi rezo, puesto que yo pedía a Dios poder escapar con mis hijos”, destaca.
¿Se puede perdonar a los terroristas? Rebeca no duda en responder: “Sí los he perdonado”. Aún así, admite, que no es fácil y más sabiendo que mataron a su hijo y la violaron. “Puedo perdonar gracias a la fe que he recibido de pequeña. Además tengo el ejemplo de Jesucristo, que incluso clavándole en la cruz, pidió al Padre que perdonase a los que le crucificaban”.
Esta fe de Rebeca le viene desde que era pequeña, puesto que nació en el seno de una familia católica. “Tanto en casa como en la iglesia nos hablaban de Dios”, cuenta. Ahora ella repite con sus hijos lo mismo que hicieron con ella como es rezar por la mañana al despertarse y por las noches antes de ir a la cama. También algunas noches se despiertan para rezar. Y junto a estas prácticas estan las que le enseñan en la misma parroquia.
La ayuda de la Iglesia
Esta joven nigeriana reconoce que fue la Iglesia la que le abrió las puertas nada más escapar del campo. De hecho, no tiene palabras para describir lo que está haciendo por ella el obispo de Maidiguri, su diócesis. “Nuestro obispo se ha volcado con nosotros y no nos deja de ayudar”, indica. También destaca que el Gobierno solo ayuda a musulmanes, de ahí que los cristianos solo cuenten con la Iglesia.
La vida una vez fuera del campo no fue del todo fácil para Rebeca. Se encontró con su marido y con la ayuda de la Iglesia iniciaron un proceso de reencuentro matrimonial y sobre todo de aceptación del hijo que había tenido con el terrorista. “Teníamos el miedo que lo llevase en la sangre y saliera como su padre, terrorista”, indica.
Además Rebeca recibió una palabra de aliento de su obispo: “Cuidándole y amándole tu hijo no va salir mal y vas a tener la ayuda del Espíritu Santo para que salga bueno”.
Ella ahora vive en un campo de refugiados apoyado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, donde es mayor la seguridad, y solo salen para acudir a la parroquia a las celebraciones, donde a pesar de ser un sitio inseguro y tienen miedo siguen yendo. De hecho, cuenta Rebeca, son muchas las veces que intentan atentar en la iglesia. “A veces lo consiguen y otras veces como si de un milagro se tratase, encontramos la bomba enterrada”, relata.
A pesar de esta inseguridad Rebeca destaca que en se visten bien para la misa y durante ella “cantan y bailan como hacen habitualmente”.
Una de las cosas que ha llamado la atención de Rebeca en sus día en España ha sido “andar por la calle sin miedo”.

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