ZENIT | 11-12-2015
Este Año Santo Extraordinario es un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que recibe a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Así, lo aseguró el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en la misa en la solemnidad de la Inmaculada Concepción celebrada en la plaza de San Pedro, en la que además abrió la Puerta Santa y dio así inicio al Jubileo Extraordinario de la Misericordia.
De este modo, explicó que “será un año para crecer en la convicción de la misericordia”. Además, indicó que “debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia”. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, “nos hace sentir partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”.
Durante la homilía, el Santo Padre explicó que cumplimos esto de abrir la Puerta Santa de la Misericordia, “a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia”.
El Santo Padre, haciendo referencia al 50 º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II (el 8 de diciembre de 1965, efemérides que ha suscitado la convocatoria del Año Santo Jubilar de la Misericordia), aseguró que esta fecha no puede ser recordada solo por la riqueza de los documentos producidos, “que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe”.
El espíritu del Vaticano II
De este modo, el Pontífice manifestó que en primer lugar el Concilio fue un encuentro. “Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero”, ha explicado. Un impulso misionero, por lo tanto, “que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo”.
Finalmente, Francisco afirmó que “el jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la conclusión del Concilio”. Cruzar hoy la Puerta Santa -concluyó- nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.
Por otra parte, Francisco explicó en la audiencia general del pasado jueves que “celebrar un Jubileo de la Misericordia significa poner en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades el contenido esencial del Evangelio: Jesucristo. Él es la Misericordia hecha carne, que hace visible para nosotros el gran Amor de Dios”. Se trata -observó- de una ocasión única para experimentar en nuestra vida el perdón de Dios, su presencia y cercanía, especialmente en los momentos de mayor necesidad.
Además, “significa aprender que el perdón y la misericordia es lo que más desea Dios, y lo que más necesita el mundo, sobre todo en un momento como el actual en el que se perdona tan poco, en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia”. Pero, frente a tantas necesidades en el mundo, “¿es suficiente con contemplar la misericordia de Dios?” A lo que respondió: “Ciertamente hay mucho que hacer. Pero, hay que tener en cuenta que la raíz de la falta de misericordia está en el amor propio, que se reviste bajo el manto de la búsqueda del propio interés, de los placeres, los honores y las riquezas”.

Lea el reportaje íntegro en la edición impresa de PARAULA sobre La Purísima, en la diócesis de Valencia.