Belén Nava | 08-10-2015
Uno de los refugiados en un campamento cercano a Röszke, un pueblo tranquilo en la frontera que separa Hungría y Serbia. (Foto: Kristóf Hölvényi) Taizé traspasa fronteras. Y no sólo a través de los encuentros europeos y las oraciones itinerantes que se hacen en numerosas parroquias. Su espíritu llega a muchas partes del mundo gracias a los jóvenes que, tras su paso por localidad francesa, se preguntan cómo continuar con lo que han descubierto al regresar a sus hogares. “Los hermanos buscan cómo sostenerles y les animan a asumir compromisos en sus ciudades y países, en sus parroquias y sus comunidades locales. La peregrinación de confianza sobre la tierra es una tentativa de respuesta a estas cuestiones”, explican desde la comunidad ecuménica.
Este año, y ante la crisis provocada por la entrada masiva a Europa de familias que huyen de los conflictos bélicos y la persecución religiosa de Oriente Próximo, la comunidad de Taizé decidió que era allí donde debía estar para prestar su ayuda. Ferenc, un padre de familia que vive en Taizé desde hace varios años ayudando en la acogida a los jóvenes, junto con tres voluntarios, viajaron hasta la zona para crear, durante algunas semanas, una “pequeña fraternidad provisional”. Junto a Ferenc, que regresaba a su Hungría natal, viajó un viejo amigo suyo fotógrafo, Kristóf Hölvényi, que les condujo hasta la frontera que separa Hungría y Serbia. Allí comenzaron a tomar conciencia de la dimensión de esta denominada como ‘gran crisis humanitaria”. “Me sentí inmediatamente conmovido por el número de familias con niños -explica Ferenc-, a veces bebés en cochecitos no muy prácticos sobre las traviesas de los raíles, las mujeres embarazadas, las abuelas y los hombres de edad respetable, ayudados por los más jóvenes. Me quedé una buena media hora sin poder decir palabra ni moverme, tragándome mis propias lágrimas. Las mochilas eran en general mucho más pequeñas que las de los jóvenes que llegan a Taizé para pasar una semana. Los mejor pertrechados traían mochilas de excursionista, pero mucha gente sólo tenía bolsas de plástico como si volvieran de hacer la compra en el supermercado”.
“Era increíble ver -relata- cómo el punto de acogida se organizaba sin contar con coordinación central y cómo las organizaciones de todo tipo trabajaban juntas. Era otra imagen de Hungría y Europa Central que los medios de comunicación no llegan necesariamente a transmitir”.
Los jóvenes voluntarios llegados de Taizé, después del cierre de las fronteras por las autoridades húngaras el 15 de septiembre, no verán ya las grandes muchedumbres de refugiados que cruzaban el país como durante las tres o cuatro últimas semanas. Pero sigue habiendo gente, algunos vuelven de países europeos que los rechazan, como la propia Hungría y otros que siguen llegando a través de Serbia, Croacia y Rumanía.
“Los que los ayudan a cruzar la frontera amasan fortunas”, denuncia Ferenc y es que a ellos mismos les pidieron 100 euros por llevarles hasta la capital húngara.
A día de hoy, prestan su ayuda al programa ‘Hospes venit, Christus venit’ coordinado por los Jesuitas. Con él se intenta establecer un diálogo con la sociedad húngara; recopilar todas las ofertas de ayuda a los refugiados y facilitar la integración de los refugiados que presentan su solicitud de asilo en Hungría.
Esta ayuda se ha traducido en un trabajo diario en un antiguo orfanato al norte de Budapest donde se acoge a todos los menores refugiados llegados al país sin sus padres. “La esperanza es acompañar a estos niños que lo han perdido todo y hacer que sus días sean más hermosos”, aseguran.