L.B. | 9-03-2018
Las hermanas y amigas de Ana acudieron a despedirle. A.SAIZ
Ana Martínez es muy joven, pero tiene clara su vocación religiosa después de haber seguido un proceso de discernimiento vocacional que ahora continuará en el noviciado de las Servidoras de Jesús del Cottolengo del Padre Alegre. PARAULA compartió con ella unos momentos previos a su marcha.
El pasado sábado 3, la valenciana Ana Martínez Calandrín, de 19 años y auxiliar de enfermería, sale de su casa en el barrio valenciano de Benimaclet, camino a Barcelona. A pesar de su juventud, tiene clara su vocación religiosa. En Barcelona, le espera el noviciado de las Servidoras de Jesús del Cottolengo del Padre Alegre. Y allí entra para ser feliz.
Para Ana siempre ha sido algo innato ayudar a los demás. Siendo niña ya acompañaba a su madrina a Cáritas, donde era voluntaria, y mientras ésta atendía la tienda, Ana ordenaba las cosas. Por eso, a su madre no le extrañó que al pasar un día por delante del Co- ­tto­lengo y ver la imagen del Sagrado Corazón con la inscripción ‘Ven a mí’, Ana le preguntara si no necesitarían voluntarios allí.
Y desde aquel momento, hace seis años, Ana ha acudido al centro todos los días sin excepción, incluyendo sábados y domingos. De 5 a 9 de la tarde, la joven da de cenar, lava, cambia y acuesta a ‘las buenas hijas’ -mujeres impedidas-, a las más mayores y también a la más pequeña de la residencia, una niña de 7 años.
“Las enfermas me han acercado a Dios”
Ana reconoce que al principio el Cottolengo impacta, porque no estás acostumbrado a ver lo que hay allí. “Es una realidad muy dura. Pero es eso, una realidad. Son personas enfermas psíquicas o con defectos físicos que te impresionan”. De hecho, ha conocido a voluntarios que no han podido aguantar. “Yo les digo que no les tengan miedo, que son enfermas, que tienen su discapacidad, pero son personas como nosotras”.
A Ana su voluntariado en el Cottolengo le ha ayudado a madurar. “Yo me reía de los enfermos cuando iba por la calle. Ahora pienso que eso me podía haber tocado a mí”, dice.
Y destaca que las enfermas le han ayudado también a crecer espiritualmente de una manera muy especial. “A veces te dicen que sonrías, que seas feliz, que aproveches la vida, que vivas… Y piensas, ¿cómo puede decirme esto si ella está ahí, sentada, sin poder hacer nada, y necesita ayuda hasta para comer? Pero ellas te animan. Si te ven triste, te dan un abrazo. Me llena mucho y me gusta estar y hablar con ellas”, explica Ana.

Lea la entrevista íntegra, en la edición impresa de PARAULA