Creo que todos lo tendríamos claro si nos hicieran elegir entre algo bueno o algo malo, pero ¿Qué ocurriría si la elección fuese entre lo bueno o lo mejor? Con esta cuestión comenzó mi camino de discernimiento vocacional, aunque el Señor se había encargado de ir preparando el terreno desde mucho antes.
He crecido en una familia en la que la fe es el mejor don que nuestros padres han sabido regalar y cultivar, no sólo cuidando nuestro proceso de crecimiento personal, sino dándonos un claro ejemplo de lo que significa vivir desde los valores del Evangelio y teniendo por modelo a Jesús de Nazaret. Me eduqué en un colegio de la Compañía de Jesús, donde me enseñaron, de la mano de San Ignacio de Loyola, a buscar/encontrar a Dios en todo y en todos. Estudié magisterio, especialidad en Educación Física, con el deseo de poder ayudar a crecer como personas a mis alumnos a través del juego y el deporte.
Al terminar la carrera, tuve la suerte de aprobar las oposiciones y comenzar a dar clase en la escuela pública y con ello a ir construyendo mi vida según el modelo que en mi cabeza estaba estructurado: independizarme, seguir estudiando, salir, viajar… A los 27 años, mi futuro próximo parecía completamente predecible incluso para mí misma, sin embargo, el Señor se coló casualmente en mi vida con esa pregunta que tanto me desestabilizaba, y si bien es cierto que en alguna ocasión habiendo conocido a alguna religiosa o escuchando su testimonio de vocación, yo había podido preguntarme si ése sería mi camino, siempre había hecho lo imposible por convencer al Señor de que no era mi momento; aunque se ve que no fui del todo convincente y que su paciencia infinita acabó por cuestionar mi vida y vocación.
Estuve un año destinada en la Linea de la Concepción como maestra; allí aprendí lo mucho que puede llegar a doler la pobreza y regresé a Sevilla con ganas de más: de más crecer en lo personal, de más buscar y transmitir a ese Jesús que durante un tiempo tanto se había nublado en mi vida… Retomé las actividades de pastoral que había dejado y busqué acompañante. Poco a poco el Señor se fue haciendo más y más fuerte en mi vida y en mi cotidiano hasta llegar el día en que alguien me puso por delante el dilema de elección entre lo bueno o lo mejor.
Durante un tiempo no dejaba de cuestionarme qué sería eso “mejor” que el Señor podía tener preparado para mí, pues estaba convencida de que lo que hasta ese momento había construido era buenísimo. Tras meses de discernimiento y búsqueda, se iba haciendo más y más clara mi opción, así que no sin cierto miedo comencé a dar pasos en dirección a la vida religiosa. He de decir que nunca me he sentido tan libre como el día que decidí que quería ser Esclava.
El curso pasado hice el postulantado en una comunidad en el barrio de la fuente de San Luis, en Valencia, y actualmente me encuentro en mi primer año de noviciado como Esclava del Sagrado Corazón de Jesús, donde sigo confirmando la opción que un día tomé y aumentando día a día mi deseo de vivir con Él y como Él. Así que sólo me queda concluir como decía Sara: “El Señor me ha hecho bailar: los que se enteren bailarán conmigo”.
Montse Chías González-Blanch.
Novicia de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
Valencia.