FÉLIX GARRIDO (Corresponsal) | 14-12-2017

“Doña María”, así se la conocía en el pueblo, María Martínez, murió como vivió, en el silencio y en el anonimato. Madre de seis hijos consumió su vida entregada a su familia, a la docencia y a la Iglesia. Lo hizo entre la humildad y la oración, siguiendo el modelo de la Virgen su gran amor y su gran maestra.
Todos los graves problemas que rodearon a su familia los puso en manos de la Providencia y en la fe que profesaba al Santísimo Sacramento. Hasta que la enfermedad la recluyó en casa, buscaba tiempo para asistir a diario a misa y su amor a la Eucaristía la reflejaba en la Hora Santa de los Jueves Eucarísticos de la parroquia, como encargada de abrir y cerrar el sagrario.
Fue maestra nacional y eligió el barrio marginado de La Coma para impartir sus enseñanzas. Para encontrarse con los pobres formó parte activa del ropero de Caritas de su parroquia y para llevar el consuelo a los enfermos fue nombrada Ministra Extraordinaria de la Eucaristía. Catequista durante muchos años, supo aplicar sus dotes docentes, para enseñar la doctrina de la Iglesia a los niños.
Días antes de su muerte, mostraba su resignación y al tiempo que ocultaba el dolor físico producido por su grave enfermedad, confiaba en la Providencia porque el “Señor no se equivoca”. La señora María vivió y murió como lo hacen los santos y al final pudo decirle al Señor: “Todo lo he cumplido”.