EDUARDO MARTÍNEZ | 13-07-2014
El presbítero valenciano, en el estudio de su habitación en Casa Santa Marta, en el Vaticano. E.M.
El sacerdote valenciano Luis Miguel Castillo Gualda es una de las cuarenta personas que viven permanentemente en Casa Santa Marta, la residencia del papa Francisco. En una decisión que causó gran sorpresa en su momento, el Pontífice decidió desde que fue elegido sucesor de Pedro alojarse allí y no en el Palacio Apostólico, como habían hecho los papas desde hacía más de un siglo. El principal motivo argüido por el propio Francisco es que en la residencia puede entablar un mayor contacto con la gente que en el apartamento pontificio, algo esencial para él por su carácter sociable y cercano.
No en balde, en Casa Santa Marta viven de forma estable miembros de la Secretaría de Estado vaticana -incluido el secretario de estado, Pietro Parolin-, el nuevo secretario para los seminarios de la Congregación para el Clero, Jorge Patrón Wong, además de los cardenales y obispos de todo el mundo que deciden hospedarse allí temporalmente durante sus visitas a Roma. Uno de esos integrantes de la Secretaría de Estado es Luis Miguel Castillo, que trabaja como oficial en la sección de Documentos Latinos desde hace tres años.
El presbítero valenciano conoce de primera mano, por tanto, cómo es la relación del papa Bergoglio con aquellos con quienes ha querido convivir a diario en Casa Santa Marta. En una entrevista que ha concedido a PARAULA, el sacerdote aporta detalles al respecto y habla también de cómo es su trabajo diario como latinista (o dicho en términos más solemnes, ‘scriptor Latinus Summi Pontificis’).
La primera parte de la conversación se lleva a cabo en la habitación del presbítero en Casa Santa Marta, una estancia de tamaño mediano y sin lujos, compuesta de un dormitorio con baño y un pequeño estudio separado por una puerta corredera, donde no falta una imagen de la Virgen de los Desamparados.
 -Don Luis Miguel, cuando salió de Valencia hace tres años, ¿quién le iba a decir que iba a vivir en la casa del Papa…?
– Así es. Desde el primer momento que me incorporé a la Secretaría de Estado me alojé en Casa Santa Marta, pero entonces el papa Benedicto XVI residía en el Palacio Apostólico. Nadie podía imaginar que su sucesor, Francisco, iba a decidir vivir en esta residencia. Es algo muy grato.
– ¿Hasta qué punto la presencia del Santo Padre en Casa Santa Marta les ha condicionado la vida a ustedes, para quienes es su hogar desde hace años?– Además de la satisfacción de tener al Papa tan cerca, de poder entrar en contacto con él, la vida en la residencia también ha cambiado en cuanto a la seguridad. Lógicamente ahora hay mucha más vigilancia y control. Pero, en definitiva, eso no nos ha impedido seguir llevando una vida normal, dedicada a nuestros respectivos quehaceres.
– ¿En esas distancias cortas, es el Papa tan cercano como vemos en sus apariciones públicas?
– Es evidente que cuando lo vemos en la plaza de San Pedro saludar a la gente desarrolla una efusividad propia de ese contexto particular. En la residencia, lógicamente, es mucho más recatado. Incluso, a primera vista, a veces puede parecer serio. Pero, sin duda, tiene también muchos detalles de auténtica cercanía, bondad y sencillez.
– ¿Podría citarnos algunos ejemplos?
– Tras la misa que preside todas las mañanas en la capilla de la residencia, sale al vestíbulo para saludar, uno por uno, a los que han participado. Además, come en el mismo salón que todos y su menú es el mismo. También podemos acceder a él directamente si en algún momento necesitamos contarle algo importante relacionado con nuestra labor o nuestra vida personal. No pone barreras y, evidentemente, los demás procuramos no invadir su intimidad innecesariamente.
– ¿Han hablado a solas en este tiempo?
– Sí, varias veces. La primera, cuando se enteró de que mi sobrino Pablo había fallecido [el año pasado, con sólo 7 años de edad], me llamó a su habitación preocupándose por mí y por mi familia. Meses antes, el niño, sus padres y hermanos habían venido a Casa Santa Marta. El Santo Padre los recibió con toda amabilidad. Bendijo a Pablo, que ya estaba muy enfermo, y todos participamos ese día en la misa con el Papa [Luis Miguel Castillo concelebró ese día junto con Francisco]. En su despacho, el Papa mantiene una fotografía del niño con recordatorio que sus padres le dedicaron. Estos detalles siempre resultan entrañables y nos aportan consuelo en una situación que sólo la fe permite superar. En aquella ocasión, comenzamos hablando de lo acontecido y acabamos hablando de Dios, de la Iglesia y del hombre. En otra ocasión en que dialogamos, fue el mismo Papa quien me quitó la chaqueta, como se hace con un invitado a casa, y se lanzó a contarme un chiste con gracejo argentino. Lo importante es que te escucha y que puedes ensanchar el corazón con él tratando cuestiones personales o de interés eclesial. Conversar con él no es cumplir un protocolo. Quizá sea el mayor recuerdo que me lleve de mi paso por la Santa Sede.
En las dependencias de la Secretaría de Estado del Vaticano, con una bula firmada por Francisco. E.M
– En la línea de su sencillez, Francisco está estudiando el modo de reformar la Curia Vaticana. Y, según parece, una de las medidas sería reducirla…
– La sencillez es un rasgo esencial del Evangelio y él lo subraya mucho. A mí me parece bien, creo que Francisco nos enriquece con esa manera de ser. Que eso pueda llevarle a reducir la Curia yo no lo sé, pero me parecería algo normal. Por otra parte, es evidente que el Papa necesita unos organismos (los dicasterios, la propia Secretaría de Estado…), con un mínimo de personal, que le ayuden a llevar adelante su ingente labor. Sería imposible que él pudiera hacerlo todo. Creo no equivocarme si afirmo que él puede ser instrumento de Dios para acometer con audacia algunos cambios, considerados como maduración serena del Concilio Vaticano II. Yo percibo en él una bondad profunda que se manifiesta en una simplicidad que libera. Quizá su éxito radica en saber pasar de las cuestiones más universales al trato cordial y particular, es la prueba de fuego de todo el que gobierna y responde al estilo del Señor Jesús. Además, es hombre de oración, y de un orante no hay que tener miedo, sólo tal vez si tememos perder vanos privilegios… No olvidemos aquello de san Buenaventura, ‘opera Christi non deficiunt, sed proficiunt’, es decir, ‘la obra de Cristo no se debilita sino que progresa en la historia’. Para ello son necesarias ciertas reformas.
– ¿Y cuando escucha la palabra ‘funcionario’ aplicada por algunos a los que trabajan en la Curia Vaticana, qué siente?
– No me gusta esa palabra con esa aplicación. No somos funcionarios. Somos servidores de la Iglesia. Yo, por ejemplo, ante todo soy y me siento sacerdote. Lo esencial y mi continuo punto de referencia es que allá donde esté, y haga lo que haga, sea un pastor, que ayude a otros a llegar a Jesús. La ilustración que proporciona el estudio a un presbítero nunca es para la autocomplacencia, sino para servir mejor a la Iglesia. En mi caso, insisto, yo ante todo soy un sacerdote de la diócesis de Valencia que durante un tiempo ejerce una misión pastoral en Roma. No sabemos hasta cuándo… hasta que Dios quiera. Creo que saber irte con la misma libertad que viniste es signo de higiene vocacional.
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Finalizada la conversación en Casa Santa Marta, la entrevista prosigue en las dependencias de la Secretaría de Estado       – junto al apartamento pontificio-, donde Luis Miguel Castillo trabaja a diario. Allí nos hablará de su labor como latinista. En Santa Marta, mientras ha durado la primera parte de la entrevista, más una visita por sus principales áreas, el Papa ha permanecido en su habitación. No lo hemos visto en todo el tiempo. Pero no ha dejado de ser emocionante pensar que en cualquier momento podía asomar por un pasillo.
 
[su_box title=»Al mirar por el microscopio, sintió la llamada del Creador al sacerdocio» style=»soft» box_color=»#210adb» title_color=»#ffffff»]Luis Miguel Castillo nació en 1965 en Valencia, en la calle Gobernador Viejo, “junto al Pouet de Sant Vicent”, remarca. Su madre, ya ordenado él, le decía a menudo: “Ruego para que seas un buen predicador, como san Vicente”. Se crió, no obstante, en el grao; se licenció en Farmacia; y cuando se disponía a comenzar un doctorado en Botánica, al mirar un vegetal por el microscospio, sintió que ese Dios magnificente de la creación le llamaba al sacerdocio, para dedicarse “más intensamente al Creador y dar a conocer a los hombres al Dios Padre de Cristo”.
Fue ordenado en 1995 y, tras varios destinos pastorales (en Moraira y Alcublas), marchó a Roma para ampliar estudios. Se licenció en Letras Clásicas y se doctoró en Teología Patrística; volvió a Valencia, donde fue párroco de Nuestra Señora de Lourdes; y hace tres años fue enviado de nuevo a Roma, esta vez para entrar a formar parte de la Secretaría de Estado, donde es oficial de la sección de Documentos Latinos.
El oficio de latinista
Junto con sus otros seis compañeros de departamento, compone en latín –la lengua oficial de la Iglesia- una serie de documentos papales, normalmente los más solemnes. Por ejemplo, bulas de nombramientos de obispos o de creación de diócesis, así como decretos de canonización o cartas a embajadores, entre otros. Junto a las fórmulas protocolarias que se repiten en este tipo de documentos, una parte de los mismos es de creación propia de los latinistas, que emplean citas del magisterio de la Iglesia que se adapten bien a cada caso. Por su formación específica, el presbítero valenciano suele emplear frases de los Padres de la Iglesia. A aquellos autores cristianos de los primeros siglos, de autorizada doctrina, Luis Miguel Castillo los reivindica, junto con el latín y el griego. “Todo ello forma parte de nuestras raíces culturales; por su medio nos ha llegado una parte muy importante de la revelación cristiana”, recuerda. Leer y meditar los textos de los clásicos y de los Padres de la Iglesia “no sólo aporta conocimientos, sino principalmente nos configura la mente, o sea, nos forma en el denominado ‘estilo humanista’”, observa. “Lamentablemente -asegura- son pocos, incluso entre los pastores, los que con frecuencia recurren a las fuentes del cristianismo para nutrir su vida espiritual”. Por eso, “seguir cultivando el latín y el griego no sólo es una cuestión de aprendizaje de lenguas, sino que además valoramos toda una cosmovisión que tanto ha enriquecido al cristianismo”. En el caso del latín en la Iglesia, el sacerdote destaca, además, su “universalidad”, así como el hecho de que sea una lengua que, “por su concisión y precisión, permite expresar muy bien conceptos y valores inmutables”.
Revisión de la encíclica ‘Lumen fidei’
Una vez los latinistas han compuesto los textos, pasan a una comisión de control. En ocasiones, el mismo Francisco, “como ya hacía también Benedicto XVI”, manda alguna observación en vistas a la redacción del documento. El texto definitivo es entintado por calígrafos en un pergamino. Entre los cometidos de los latinistas también está el de traducir documentos de la Iglesia al latín, dado que los de mayor importancia han de estar expresados en esa lengua, en lo que se llama la ‘editio typica”, la edición oficial, que es la de referencia para todas las demás. Entre los trabajos concretos que Luis Miguel Castillo ha desarrollado en los últimos meses están la composición de las bulas de los últimos obispos nombrados en España; la traducción del oficio y la misa del doctor de la Iglesia san Juan de Ávila; o la revisión de la primera encíclica de Francisco, ‘Lumen fidei’, y de los textos latinos de las Acta Apostolicae Sedis (AAS).[/su_box]