L.A. | 05.03.2021
El sacerdote de la archidiócesis de Valencia, Gustavo Riveiro D’ Angelo, delegado episcopal de Pastoral de Turismo y Tiempo Libre del Arzobispado de Valencia, ha sido nombrado director del departamento de Pastoral del Turismo de la Conferencia Episcopal Española (CEE). La designación ha tenido lugar en el marco del encuentro de la Comisión Permanente de la CEE celebrado en Madrid los días 23 y 24 de febrero.

-¿Cuáles son las competencias que va a tener al frente de este departamento?

-Coordinar las tareas de las diócesis en lo que se refiere a la pastoral del turismo en España, donde el turismo es una realidad muy importante, es el primer destino vacacional y de ocio del mundo. El turismo vive en este momento una situación de particular dificultad. En definitiva, coordinar esa tarea junto a los delegados de las diócesis y proponer actuaciones, promover también la preparación de agentes pastorales. Seguramente tendremos que buscar la posibilidad de que haya que buscar algún lugar donde puedan prepararse los expertos de la pastoral del turismo que ayuden en las parroquias al servicio de las diócesis, sean laicos, religiosas, sacerdotes u otros tipos de realidades que en la vida de la Iglesia están presentes. Pienso que ahí está el meollo de la cosa.

En el sector del turismo, en la hostelería, encontramos también algunas de las principales víctimas económicas de la pandemia. ¿Cuál es el perfil de esa otra realidad que ahora emerge con más fuerza por la pandemia?

– Sin duda, la pandemia ha dejado más víctimas que las dolorosamente fallecidas, enfermas o con secuelas. Entre las víctimas directas también está todo el mundo del turismo que no son solo las personas que un día soñaron y pusieron sus capitales y sus ilusiones y fundaron una empresa grande como puede ser un hotel, una agencia de turismo, un tour operator o alguna otra cosa; ha implicado ingentes capitales, esfuerzos, sacrificios… También el pequeño trabajador. Han quedado en el camino los 74 millones de personas que el verano pasado no vinieron a España. Han quedado en el camino estudiantes que en verano se van a trabajar a alguna playa para hacer algunos dinerillos que les permitan seguir en la universidad o la persona que deja a su familia por dos o tres meses -no viviendo en las mejores condiciones- y van a trabajar a hoteles o como camareros o de limpieza o tantísimas otras cosas. No estamos hablando solamente del sufrimiento de aquellos que podían tener algún resguardo. Estamos hablando también de personas que han quedado en el límite absoluto, que han terminado en la cola de Cáritas. También entra aquí el sector de la hostelería, que está padeciendo de una manera particular. Yo no soy quién para decirle a las autoridades públicas que es lo que tienen que hacer pero, seguramente, hay que moverse con eficacia porque España tiene en el turismo y en todo lo que significa colateralmente el mundo del turismo su mayor industria.
Por otra parte, el mundo del turismo es capaz de crear fuentes de trabajo genuinas e imposibles de ser sustituidas por tecnología. Ninguna tecnología podrá abrirte la puerta de un hotel, sonreírte y decirte “¡buenos días!” o servirte elegantemente un desayuno o acompañarte y explicarte las maravillas de una catedral o de un museo. Cojemos los audioguías y nos parece que es muy distinto tener alguien que siente y vibra con el arte, que tiene delante que una mera grabación fría y latosa de la cual uno simplemente escucha una explicación impersonal.


-En esta situación tan terrible, ¿cuál es la aportación que puede hacer la Iglesia?
-La labor de la Iglesia está por el bien común. Siempre la labor de la Iglesia está al servicio del hombre en el nombre de Cristo. Por amor a Cristo y por amor al hombre -amado por Jesucristo- la Iglesia se pone al servicio de una cantidad de realidades. Realidades que a veces comportan el sufrimiento más extremo como el exilio o la migración, las persecuciones u otro tipo de cosas. En el aspecto propio del mundo del turismo, será acompañar las tareas de los delegados de las diócesis y promover la evangelización del mundo del turismo.
En nuestra tarea no está organizar viajes. Nosotros acompañamos a los que los organizan. Los ayudamos a que la evangelización del sector pueda darse de una manera muy clara y concreta y que a través de la belleza, del arte, de la cultura y de cantidades de realidades el hombre pueda también encontrarse con Dios.
Un gran amigo mío dice: “Después de la condición de hijo de Dios la condición de turista es la mejor condición del mundo”. No sé si esto es muy dogmático, pero casi lo suscribo (Risas). Claro que el turismo recrea, ayuda, no solo de manera directa sino a la persona que lo realiza. ¡Cuántas personas han descubierto los horizontes de sus vidas yendo a otros lugares, abriéndose a muchas realidades! Cuando hablamos de turismo no hablamos solamente de turismo vacacional que en España es enorme y fortísimo y que ojalá recupere cuanto antes todo su pulso porque lo necesitamos y lo necesita España también. Pero también lo necesita la Iglesia. Ver vacía La Sagrada Familia de Barcelona achica el corazón.
Además, el turismo es una realidad transversal. Desde que la ONU reconoció el derecho a las vacaciones pagadas en los años de la posguerra, el turismo registró un boom a nivel mundial. El derecho a las vacaciones generó que en la agenda de todos -ricos y pobres, de una latitud u otra- tomarse vacaciones y hacer unos días de turismo fuera algo ineludible. En tiempos no muy lejanos, las vacaciones eran algo pensado para personas pudientes. En cambio, hoy forman parte de la agenda social de todos.

– Es compatriota del papa Francisco, ¿cuáles son las claves de futuro que aporta para integrar el cuidado del medio ambiente en el turismo?
-El Papa regaló a la Iglesia y el mundo una carta maravillosa titulada Laudato Si, tomando esas palabras de san Francisco de Asís: “Te alabo, mi Señor”. San Francisco de Asís, en ese cántico a las criaturas y a la Creación -que el Papa retoma-, el Papa nos llama a algo que la Iglesia lleva haciendo muchísimo tiempo. No es un llamamiento oportunista porque resulte bien a los oídos de la gente sino que la Iglesia tiene una preocupación genuina por la casa común. La casa común no es una especie de naturaleza intacta y mitificada sino la casa común es nuestro hábitat, el lugar donde desarrollamos nuestra vida y que seguramente deberemos poner un empeño mayor en cuidar. El papa Francisco ha querido agregar a este cuidado de la naturaleza -en el cual el turismo tiene tanto que hacer y tanto que decir- una palabra novedosa, que es que la ecología sea una ecología humana e integral, que también incluya al hombre, porque hay ciertas posturas ecologistas e ideologizadas que defienden que la ecología posee un valor absoluto para todos pero exceptúan al hombre, que justamente es el objeto o la razón de la Creación, dado que el hombre, cuando realiza su obra, transformando la naturaleza pero cuidándola como su casa, se realiza a sí mismo. Una frase que usaban los latinos era: “La naturaleza salvaje encuentra su mayor expresión en la cultura”, en lo que el hombre realiza con sus manos pero en el cuidado atentísimo a la obra de Dios.