CARLOS ALBIACH | 5-04-2018
Fina junto a Josefina, Ángela y Mildry en su casa de La Pobla de Vallbona.Fina y Florencio, feligreses de la parroquia Santiago Apóstol de La Pobla de Vallbona, no tienen reparos en abrir las puertas de su casa. De hecho, en su hogar se palpa la obra de misericordia de dar posada al peregrino. Ahora mismo acogen en ella a Ángela y su hija Mildry, que vienen de Guatemala. Pero antes también lo hicieron con Josefina, una chica de Senegal.
Todo comienza cuando el padre Javier, misionero comboniano y natural de La Pobla, pidió a familias de la localidad que acogieran a algunos de los jóvenes de la zona de Guatemala en la que él estaba en misión. Así, una vecina del municipio y Fina acogieron a Gerardo, el hijo de Ángela. Aunque Gerardo no residía en su casa, Fina se encargaba de él por el día y acudía a su casa a comer. También le echaba un mano en el estanco que ella regenta. Tras varios intentos Gerardo volvió a su país, puesto que en España no conseguía trabajo.
Años después su madre, Ángela, llamó a su puerta. “Estaba empeñada en que tenía que ir a España a buscar trabajo porque allí no había trabajo ni dinero y yo estaba cansada de luchar por conseguir dinero para que mis hijos puedan estudiar. No tenía otra opción que intentarlo en España”, cuenta Ángela. No sería la primera vez que estaría en España porque cuando ella y su marido cumplieron 25 años de casados Fina y Florencio les invitaron a pasar un mes en su casa de vacaciones. “Yo tenía un dinero ahorrado para un viaje pero al final mi marido se echó atrás, así que decidí invertirlo en pagarles el viaje a ellos”, relata Fina.
En noviembre de 2016 llega Ángela a España y Fina le abre las puertas de su casa como si fuera su propio hogar. Una salida nada fácil para Ángela, que dejaba en Guatemala a sus seis hijos y a su marido. Al mes y medio consiguió trabajo de empleada del hogar, que aún mantiene. Desde entonces aunque Ángela reside en la casa en la que trabaja durante la semana los fines de semana acude a casa de Fina, su hogar, donde tiene todas sus cosas.
La última llegada fue la de Mildry, su hija pequeña, que con solo 19 años llegó el pasado diciembre para embarcarse en la misma aventura que su madre. Ahora busca trabajo, que le gustaría compaginar con algún tipo de estudio. Para ella fue muy duro la separación con su madre: “Tengo una gran comunicación con ella y al separarme sentí que la había perdido”. A Ángela le gustaría que la próxima llegada fuera la de su marido. De hecho, le cambia el rostro al nombrar la posibilidad. “Es difícil porque con su edad es imposible encontrar trabajo en España”, cuenta. Él allí tampoco tiene empleo y se dedica a mantener un pequeño huerto que tienen al lado de casa para cultivar productos para el propio consumo.
Esta experiencia de acogida no es la primera que realiza Fina y su marido, sino que ya años atrás abrió las puertas de su casa a Josefina, una chica senegalesa dedicada a la venta ambulante y a la que conoció en la calle. “Como tengo la inquietud de hablar con la gente en la que veo en su rostro que algo les pasa empecé a conocerla”, relata Fina. De ahí se la llevo a su casa durante dos años. Ahora aunque ya no duerme en casa sí que acude a su casa en muchas ocasiones.
“Dios me llamó”
Para Fina, que está vinculada al Apostolado de la Divina Misericordia, lo que hace es muy natural y no lo ve que sea de grandes héroes. “A mi me ha venido dado. Veía que la fe que profesaba y el Evangelio en el que creía lo tenía que llevar a la práctica”, sostiene. “Esa inquietud de seguir los pasos de Jesús ayudando a la gente me metió un camino en el que ya no podía salir. No tenía otra opción. Era como el Señor, dentro de mi libertad, me dijese si quiere estar conmigo lo tienes que hacer”, cuenta.
Una decisión arriesgada, ya que meter en casa a alguien que no conoces no es fácil. Sin embargo, como destaca, “el Señor me ha quitado el miedo”. “Cuando tenía que tomar la decisión lo recé muchísimo e iba al Sagrario para que el Señor me dijese lo que tenía que hacer y en esa relación veía que me decía que no tuviera miedo”, apunta. Es más recuerda que cada relato del Evangelio que leía le llamaba “a no tener miedo. Es más, apunta, “vi que no significaba lanzarse al vacío”.
Esta actitud de apertura ha sido un manantial de gracias para Fina y su marido. “Ha supuesto mucho para mi y me ha hecho parar y darme cuenta de las cosas que uno tiene y de lo que tienen los demás. A mi ellas también me enriquece, ya que me dan mucho”, detalla.
Ángela y Mildry no tienen palabras para agradecerles todo lo que están haciendo por ellas. “Agradecidas por todo y sobre todo por acogernos en su casa porque no cualquier persona te abre las puertas de su casa y además de esta forma tan generosa”, apunta Mildry. Para ellas es una ayuda fundamental en una situación de desarraigo que no es nada fácil. “No es fácil dejarlo todo y venir a un país con una cultura totalmente diferente. Veo que Dios me ha ayudado a través de Fina. Yo le pedía a Él que me saliese todo bien y Él se encargó de tocarle el corazón a ella”, relata emocionada Mildry.
“Dios se encarga de buscarnos y de encontrarnos. No tengo dudas que ellas me invitan día a día a que mi fe aumente”, concluye.