Días atrás, en el transcurso de la presentación pública ante los medios de un manifiesto en favor de la «libertad educativa», suscrito por diversas instituciones implicadas en la enseñanza en sus diversos niveles, tras las que se encuentran miles de familias, miles de profesores, y miles de alumnos, así como gente muy cualificada sobre esta temática, dije que tal manifiesto se debía a la responsabilidad de estas instituciones y con el afán de contribuir a superar la «emergencia educativa” -expresión tomada de Benedicto XVI- en la que nos hallamos en Europa, de la que parece no darse cuenta el Ministerio de Educación de España a juzgar por las declaraciones y propósitos de la Sra. Ministra, que -confieso- me han dejado completamente perplejo, porque no abre caminos de futuro sino que los cierra.
Mientras no se den a los jóvenes las respuestas verdaderas y adecuadas a las búsquedas, esperanzas y anhelos más hondos y genuinamente humanos de verdad y bien que hay en ellos, y mientras los niños no reciban una educación integral que demandan de suyo para su crecimiento personal e integración social y les permitan ese crecimiento aprendiendo a ser, no se habrá superado la emergencia educativa en la que nos encontramos. Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la organización y ordenación de la sociedad, el conjunto de leyes y normas que la vertebren, es la Iglesia, son los jóvenes mismos también, los que han de ofrecer la respuesta: ofrecer un estilo de vivir que haga posible un mundo nuevo con hombres y mujeres nuevos y ofrecer la verdad del hombre que ellos andan buscando, aquello que es bueno, justo, y valioso en sí y por sí mismo, lo que les puede hacer felices de verdad y vivir con esperanza, lo que les puede conducir a ser libres, a vivir la verdad en el amor y a descubrir la inmensa grandeza de ser hombre y mujer, la dignidad de todo ser humano, lo que les ayude a aprender el sentido hondo que tienen palabras como «paz, amor, justicia», lo que les llene y les arranque de la cultura del vacío o del nihilismo ambiental y de los sucedáneos, o del «cáncer» ambiental del relativismo y de su dictadura.
Con demasiada frecuencia, ni desde las familias, ni desde los medios de comunicación, ni desde la misma sociedad en la que viven, ni desde determinados ordenamientos jurídicos, ni desde otras y fundamentales instancias educativas, quizá no se les está ofreciendo a los jóvenes satisfactoria y suficientemente una visión del hombre que responda a la verdad de ser hombre, ni un horizonte moral con principios, valores y fines universales y válidos en sí y por sí que permitan al hombre existir en el mundo no sólo como consumidor o trabajador-productor, sino como persona humana, capaz y necesitada de algo que otorgue a su existir dignidad y sentido, responsable ante el mundo, ante los otros, ante sí y ante Dios. ¿Por qué no preguntarnos todos si no les estaremos ofreciendo en el conjunto de lo que forma o educa a las nuevas generaciones más bien un tipo de hombre «ligth», que, en el fondo carece de fines, de sentido, de verdad? ¿Por qué no preguntarse también a dónde conduce una sociedad y una cultura, una «matriz educativa ambiental», donde Dios no cuenta y dónde a los niños y a los jóvenes se les está haciendo ver y pensar que la realidad de Dios es superflua?
La emergencia educativa nos hace entender que estamos ante la hora de un gran examen de cuanto constituye y configura la realidad social, y de cuantos formamos la sociedad; y, en consecuencia, revisar y reconducir tantas y tantas cosas en el conjunto de nuestro propio mundo, hecho de personas y relaciones personales. Es la hora de una gran responsabilidad de todos. La familia, los medios de comunicación, las instituciones escolares, las fuerzas sociales, los poderes públicos, el gobierno de la nación y los gobiernos autonómicos y locales, la Iglesia, todos y cada uno tenemos una responsabilidad en la educación. Cultivar y promover la verdad de la familia» promover y defender la vida y la dignidad de todo hombre en cualquier momento y circunstancia de su existencia, cuidar lo que se ofrece indiscriminadamente en ciertos programas de medios de comunicación, promover una cultura de responsabilidad en el bien común y para el bien común, promover adecuadamente una sociedad justa y solidaria, ofrecer modelos de existencia humana que contribuyan a la verdadera educación, etc., es algo que a todos nos implica siempre y particularmente en los momentos de emergencia educativa que vivimos. Todos debemos hacer el esfuerzo, en unidad; todos somos responsables.
Y responsables deberíamos sentirnos todos también ante la delicada situación por la que atraviesa nuestra España. ¿No es ésta la hora del esfuerzo común, de aunar las fuerzas sociales, de encontrar y aportar soluciones para superar juntos lo que podríamos calificar de «emergencia» en el proyecto común histórico que somos? No es la hora del «sálvese quien pueda», sino de «entre todos» reflotemos la barca y reemprendamos la travesía con nuevos y esperanzados bríos, con fe y valentía. Esto exige también responsabilidad común en la verdad de la educación, libertad en la enseñanza, y libertad educativa y de enseñanza, mirar y velar por el bien común que reclama la educación y la enseñanza. Sencillamente exige respeto a la Constitución Española, sobre todo al artículo 27 que constituye un programa y un horizonte educativo que quisimos la inmensa mayoría de los españoles y que sigue vigente: en todo caso es criterio y norma cuando nos desviamos de él.
Por eso pido respetuosamente a la Sra. Ministra de Educación que sea respetuosa a su vez con la Constitución Española, particularmente con este artículo’ 27, y más aún cuando se cumplen los 40 primeros años de su promulgación; pido sencilla y llanamente que sea respetuosa con los ciudadanos que exigimos, no negociamos, lo que este artículo prescribe. Como Obispo, no pido ningún privilegio para la Iglesia, sino que exijo los derechos inalienables que les corresponden a padres, alumnos, e instituciones. Así edificaremos y no destruiremos y nos abriremos a un futuro de progreso, desarrollo y esperanza de una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos sobre la base de la verdad que nos hace libres y se realiza en el amor, la justicia y la paz.