BELÉN NAVA | 12-09-2019
Paula, Carla, Juan Antonio, Paula M., Helena, Alejandro, Daniel, Angie y Lucía, junto a Mª Jesús en el colegio diocesano Nuestra Señora del Socorro de Benetússer. (FOTO: V.GUTIÉRREZ)
Hoy Amparo no tiene muchas ganas de hablar. Pese a lo que sus palabras expresan sus ojos no transmiten tristeza. Una ‘chispa’ de alegría ilumina su mirada porque hoy, ellos, están allí visitándola.
Matilde pese a su avanzada edad, que no diremos por pura coquetería, nos confiesa que sus visitas les llena de alegría. Y entre risas asegura que ellos le han abierto una ventana al mundo a través de internet que la tiene completamente fascinada.
Ellos, son Paula, Carla, Juan Antonio, Paula M., Helena, Alejandro, Daniel, Angie, Lucía… y así hasta 50 nombres. 50 chicos y chicas de tercero y cuarto de Secundaria y primero y segundo de Bachillerato del colegio diocesano Nuestra Señora del Socorro de Benetússer que durante el pasado curso aprendieron que “dos generaciones, jóvenes y mayores, tienen mucho que decirse y que compartir”, explica a PARAULA la psicóloga del centro, Mª Jesús Torres que junto a la trabajadora social de la residencia de mayores de Benetússer, Natalia Martínez, decidieron llevar a cabo el proyecto Tercera Jove el curso pasado.
Matilde y Amparo son tan sólo dos de los 28 mayores que residen en este centro a escasos metros del colegio. Son el ejemplo de la relación intergeneracional que se ha creado entre los jóvenes y los mayores. Para estos últimos, “como si fueran mis nietos” y para los jóvenes “mis nuevos abuelos”.
Porque compartir es la palabra clave de este proyecto ‘Tercera Jove’ que a lo largo del curso 2018-2019 se puso en practica de forma conjunta con el colegio y la residencia. “Los alumnos -explica Mª Jesús- aportan sus ganas de aprender, su entusiasmo y su tiempo libre realizando voluntariado”. Mientras que las personas mayores “aportan experiencias vividas, su aprendizaje de la vida”.
De esta manera, “ambas generaciones se nutren mutuamente, es un aprendizaje servicio dónde lo aprendido en los libros se puede ampliar con la realidad vivida por los mayores”, puntualiza.
Para lograrlo, y estableciendo visitas programadas, jóvenes y mayores comparten actividades de informática, psicosociales y de temas de los contenidos curriculares. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué mejor fuente de información que los mayores para contar a los estudiantes cómo fue la Guerra Civil española? ¿Y quién mejor que las “abuelas” para explicarles cómo ha ido evolucionando el papel de la mujer a lo largo de estos últimos años?
En otras áreas como la plástica o la informática los papeles se invierten y son los jóvenes los que se convierten en “mentores” por unas horas. Para celebrar la llegada de la primavera nada mejor que pintar murales. Y allí se fueron los estudiantes con sus cartulinas y sus lápices de colores y rotuladores. Lo que nunca hubieran pensado es que algunos de los ancianos jamás había tenido una pintura entre sus manos o había dibujado. “En casa nunca hubo dinero para esto”, recuerdan que les comentó una de las residentes emocionada al poder pintar por primera vez.
También recuerdan con ilusión cuando les realizaron un pequeño taller sobre los conocimientos básicos para poder navegar por la red. “Para ellos era el gran descubrimiento. Se les abría un mundo de oportunidades, de conocimientos…” Sin embargo para ellos la sorpresa fue mayúscula cuando, al enseñarles fotos que hay en internet del lugar donde nacieron, su pueblo o donde pasaron la luna de miel les dijeron que “ya no hace falta que vaya. Verlo así es como si estuviese allí mismo”.
A través de la sorpresa de los mayores y de la inocencia con la que aceptan los nuevos conocimientos, los jóvenes se han dado cuenta de la importancia del aprendizaje. Nada hay que darlo por sabido y nadie nace aprendido. Entre ellos han conseguido empatizar con sus compañeros de colegio y con los mayores de la residencia. E incluso, han conseguido empatizar consigo mismo, conocerse mejor y saber hacia donde quieren encauzar su vida y su futuro.
Lo que para algunos era una “excusa” para estar fuera de las aulas se convirtió en una vocación de servicio, porque, sin casi dar­se cuenta jóvenes y mayores se han convertido en una gran fa­milia. Ya no son aquellas personas ancianas a las que visitaban dos veces al mes, ahora son sus abuelos. Y es que, cuando los sentimientos y el corazón cobran protagonismo se convierten en lazos más fuertes que los de la propia sangre.