España también sufre, más de lo que algunos piensan o lo que reflejan las encuestas o tal vez transmitan medios de comunicación dirigidos, porque querría ser ella misma, con su identidad propia fiel a sus raíces, en su unidad de la diversidad que la caracteriza, y no le dejan, parece que existan fuerzas empeñadas en romper o desgarrar esa unidad y en no valorarla ni respetarla en lo que es y la identifica en los siglos de su rica historia, en sus orígenes o en su devenir, como proyecto de vida en común. Es la historia en su verdad no distorsionada, porque eso integra y une y no excluye a nadie. Apartarse de la unidad que somos o debilitarla, ha acarreado -lo podemos comprobar en la historia de siglos- división, enfrentamiento rupturas y debilidad.


La última de nuestras rupturas, y la más grande debilidad nuestra desde las postrimerías del siglo XIX, fue la terrible y dura guerra civil entre hermanos en el siglo XX. Por eso, los actores más señeros de lo que llamamos ‘transición’, a los que nunca agradeceremos bastante su ejemplo y legado, su pasión y tesón, quisieron por encima de todo salvar a España, salvarla de desgarros y enfrentamientos, reconstruirla no destruirla, unirla de nuevo sólidamente no artificiosamente, retejerla, en verdadera convivencia y entendimiento entre todos, buscar caminos de reconciliación y unidad para curar y sanar heridas, y así, volver a un proyecto común de todos los españoles. Y lo hizo posible España, la idea de España, y ayudó mucho la Constitución que España entera se dio. Para estos actores lo que verdadera y únicamente contaba era España, más allá de intereses ideológicos, de partidos y de pueblos. No está siendo así ahora desgraciadamente y por eso España sufre, más de lo que algunos se imaginan.


Contemplar hoy España, en sus orígenes y en su devenir ayuda a comprenderla y amarla en su decurso histórico y en su presente: todo lo que fue su proyección europea, lo que constituyó la larga etapa de la Reconquista, verdadera reconstrucción, o la unidad de los Reyes Católicos y su proyección al Nuevo Mundo de la América impulsada por ellos, incluso toda la etapa moderna y contemporánea, sus creaciones y aportaciones en el campo del pensamiento, del arte, de la cultura, de la atención a los pobres y marginados, de la familia, de la educación, o sus grandes figuras universales. Pero también ayuda, además, a mirar hacia el futuro y a encaminar los pasos hacia una unidad más honda y un desarrollo que se inscriben en su identidad. Para eso se requiere amor a lo que somos y conciencia viva de que nos necesitamos todos, sin excluir a nadie, salvo a los que se autoexcluyen empecinadamente por su cerrazón en sus egoísmos, en sus intereses, en sus particularismos: la unidad de todos en el mismo y plural proyecto de todos. España nos reclama y apela a lo mejor de todos, a llevarlo a cabo: nos lo exige el bien común que es España con sus pueblos y gentes que la formamos e integramos vertebradamente. Pero esto está siendo impedido, equivocadamente; nos vemos sumidos en un cierto caos; y esto hace sufrir a la España que somos, despojada de sus raíces e identidad, de su ‘alma’, que nos hizo artífices de gestas tan importantes en la historia. Raíces e identidad, lo queramos o no, son cristianas.


De hecho o pretendidamente, consciente o inconscientemente, se está intentando construir, en vano, una España laica, laicista. Ahí tenemos, como botón de muestra, el proyecto de educación que se quiere imponer por ley a todos: escuela única, pública, neutra y laica, laicista más bien y controlada, ¿dónde vamos, donde se conduce a España? Es claro, además, que se está extendiendo aún más una cultura secularizada y secularizadora; por circunstancias que tanto están haciendo sufrir a España y a todo el mundo, esa España con sus raíces está siendo debilitada, de hecho, por la eliminación casi completa de su religiosidad o piedad popular, sus manifestaciones de fe como en la Semana Santa, o el Corpus, o el Rocío, o la Virgen de los Desamparados, o tantas otras…; incluso los esfuerzos generosos y loables, necesarios, por parte de la Iglesia de sus celebraciones a las que se llega telemáticamente, pueden estar convirtiendo a la Iglesia en una Iglesia virtual, conformando una mentalidad también virtual, no de comunidad cristiana encarnada en el mundo, fermento y signo de una humanidad nueva que se mantiene de lo más santo, que es la Palabra de Dios y la Eucaristía y se expresa por el amor, y hasta este amor puede ser reconvertido y desfigurado por la reducción de la Iglesia a una gran ONG en el fondo mundanizada. Y España sufre porque se le está privando de hecho, o reduciendo o aminorando la fuerza o energía de la aportación específica y fundamental de la Iglesia que se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como esta: manifestar con obras y palabras que Dios existe y que es Él quien nos ha dado y da la vida, que es Él el único Absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas de este mundo, admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Ahí todo se hace nuevo y se llena de esperanza.


Al hacer todas estas afirmaciones no me entrometo en el campo de lo político, que no es el mío, pero sí en el de la moral, y por eso, en virtud de mi responsabilidad eclesial y social, estoy intentando ayudar a descubrir implicaciones morales de los asuntos de nuestra situación. Lejos de constituir amenaza alguna para la democracia, veo que es bueno y saludable, indispensable, para el ejercicio de la libertad responsable y el establecimiento de la justicia, evitar sufrimientos y alentar a actuar corresponsablemente en nuestra sociedad, ayudar a su vertebración y reconstrucción y abrir caminos de esperanza y caminar por ellos.
Mi ánimo y deseo no es otro, como el de la Iglesia en la ‘transición’ que ir encontrando poco a poco el ordenamiento justo para que todos podamos vivir de acuerdo con nuestras convicciones, sin que nadie pueda imponer a nadie sus puntos de vista por procedimientos desleales e injustos, y se crezca en concordia y convivencia justa. No estoy pidiendo otra cosa para no hacer sufrir más a España que respeto a su identidad y libertad a la Iglesia para ser ella misma y anunciar, por los medios ordinarios, sin privilegios ni discriminaciones de ninguna clase, el mensaje de Jesucristo, Camino, verdad y Vida, puerta de salvación y de esperanza. Pido y exijo respeto a la libertad religiosa, garantía de verdadera democracia y estímulo para el crecimiento espiritual de las personas y progreso cultural de la sociedad.


En las actuales circunstancias, la Iglesia, los cristianos y yo, siervo indigno de ella, necesitamos superar varias amenazas o tentaciones: la desesperanza, el enfrentamiento, el sometimiento y la indiferencia. Como respuesta global hago mías aquellas palabras del Papa San Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo”, “en Él está la esperanza que no defrauda”; esta esperanza en el amor real y efectivo, de tantas maneras ante las heridas y sufrimientos por grandes y graves que sean: “¡¡el amor vence siempre. El amor vence siempre como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, el amor vence siempre. Aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas pueda parecernos impotente, Cristo parecía impotente en la Cruz. Dios siempre puede más!!” (San Juan Pablo II). ¡Levantaos, vamos! Ayudemos a España a ser España, propiciemos la dignidad del puesto de trabajo, juntos reconstruyamos la España de la concordia, de la convivencia, de los derechos y libertades fundamentales. Amemos a España y no la hagamos sufrir más con nuevas heridas, desgarros y rupturas superando aquellos comportamientos que pueden o están humillándola. Hay dos palabras valencianas que lo resume todo: “avant, i amunt!”, ¡adelante, y arriba!