C.A. | 24-05-2018
Uno de los niños acogidos juega con el balón en el exterior de la casa. (FOTO: A.SÁIZ)Son las seis de la tarde. Van y vienen de las actividades extraescolares. Unos se toman su tiempo para merendar un par de mandarinas. Otros apuran los deberes o simplemente se dedican a jugar con el balón, el patinete o la bici. También los hay que aprovechan para descansar. Esta escena, típica de una casa de una familia con niños pequeños, no es la de una familia corriente. Es la de un hogar especial: el centro de menores Projecte Obert Llíria, que La Salle abrió el pasado verano en una casa individual situada en el recinto del centro de formación y la granja escuela de Llíria.
Aunque se trata de menores con problemas sociofamiliares que vienen de diferentes familias, e incluso diferentes culturas, el calor y el cariño de una familia se palpan en el ambiente. Así se puede ver por ejemplo en el abrazo que Denís, uno de los acogidos, le da a Adrián, uno de los educadores, nada más llegar a la casa. O en cómo Jara le explica los deberes a uno de los acogidos o intenta hacer entender a otro que eso que ha hecho está mal.
Crear un ambiente de familia donde se puedan sentir acogidos. Este es, por tanto, el objetivo que se busca en este centro subvencionado por la Generalitat Valenciana con capacidad para siete niños de diferente edades. Pilar Romera, psicóloga del centro, cuando habla de los niños acogidos no puede disimular la pasión que supone para ella este trabajo y la preocupación por los menores. “Aquí se les ofrece otra alternativa, se intenta que sea un hogar y que se puedan desarrollar como personas emocional y familiarmente”, cuenta. Pero esto no siempre es fácil, puesto que “muchas veces vienen con conductas aprendidas que no son las más adecuadas. De hecho, lo normal es que tengan que desaprender para volver a aprender”.
La clave, como apunta Pilar, “es dotarles de herramientas y estrategias para aprender a superar los problemas de su historia y para poder enfrentarse a lo que les plantee la vida en el futuro”.
Este nuevo centro se une al que desde hace doce años los hermanos de La Salle gestionan junto a su Escuela Profesional de Paterna. Su apertura vino motivada por una necesidad por parte de la Generalitat y por poder acoger a niños de diferentes edades en las mejores condiciones. Como explica el director del centro, Pepe Riofrío, “en los últimos años al de Paterna nos estaban llegando niños más pequeños que tenían que convivir con adolescentes”. Sin embargo, añade, “era muy complicado porque tienen problemáticas muy diferentes”. De ahí, que se plantease abrir una casa para niños y mantener la de Paterna para mayores de doce años.
Con estos dos centros, como explica Riofrío, hay un recorrido completo. A ellas se unen los dos pisos de emancipación que tienen en Paterna, y que están destinados a jóvenes de 18 a 23 años y en los que se les da las herramientas para poder ser autónomos.
La casa de Llíria además, al no estar en casco urbano, como asegura el director, “es perfecta para los más pequeños”. Aquí disponen de libertad al ser un terreno amplio en la naturaleza que les permite jugar y en verano disfrutar de la piscina. Asimismo, pueden disfrutar de las instalaciones de la granja escuela.
Con proyectos como el de este centro de menores, como explica el director, La Salle es fiel a sus orígenes y al carisma de su fundador, San Juan Bautista de La Salle, que trabajó por los jóvenes más desfavorecidos. “Aquí nosotros queremos trabajar con ellos como los mejores padres y madres. Que el tiempo que estén aquí lo aprovechen al máximo”, resalta el director.
“Necesidad de cariño”
A los niños que llegan al centro, como indica el director, “lo que más le falta es cariño y que alguien les atiendan y se preocupen por ellos”. En este sentido, la psicóloga destaca que necesitan “sentirse protegidos y que a partir de ahí se puedan desarrollar emocionalmente, adquirir habilidades sociales y así llegar a su total autonomía”. “Nosotros les acompañamos, puesto que ellos son los protagonistas de esos procesos, en los que tienen que aprender de sus éxitos y fracasos”, añade Romera.
El funcionamiento de esta casa, como cuentan los educadores, es el típico de una familia. Por la mañana, tras el desayuno y la higiene personal se trasladan a colegios cercanos. Cuando vuelven del centro o de las actividades extraescolares es el momento de hacer deberes, estudiar, así como de jugar y tener un rato de distensión. Después llegan las duchas y la cena. Además antes de dormir tienen la hora de familia, en la que todos reunidos en el salón hablan de cómo les ha ido el día y comparten cómo están.
Además, ellos realizan tareas adecuadas a su edad como el orden de la habitación. De hecho, cuentan con una economía de fichas para mejorar las conductas, en la que se les evalúa aspectos como la higiene, el orden y el respeto. Con esas fichas consiguen puntos que se traducen en precios o beneficios. También tienen un taller de cuentacuentos cada dos semanas, así como de cohesión grupal, inteligencia emocional y deporte.
Lea el reportaje íntegro en la edición impresa de PARAULA