Queridos hermanos y hermanas en el Señor: Llevo cuatro meses entre vosotros y al servicio vuestro como pastor de esta Iglesia diocesana de Valencia. Han sido cuatro meses intensos de encuentros, de observación, de escucha, de oración. No os extrañéis de que no me haya hecho una visión totalmente formada y precisa, con perfiles y matices de la totalidad: todo llegará. Y por eso pienso que no sería prudente, por mi parte, dar un juicio concreto, y menos definitivo, sobre la situación. Con todo, sí que os puedo decir que tengo una visión general de la situación: Dios me ha concedido mirar esta gran diócesis con mirada de fe, con su mirada, y tener una visión abarcadora del conjunto, escuchar la voz o las voces que de él me llegan, dibujar el cuadro de situación con grandes pinceladas y compartir con vosotros algo de mis apreciaciones y preocupaciones.
Ello podría ayudar a situar los eventuales o posibles caminos para seguir en nuestra actuación pastoral diocesana, que concretaremos todavía más entre todos al finalizar los trabajos en los grupos formados para el Itinerario Diocesano para una nueva Evangelización (cuyo final habremos de aligerar un poco), recogiendo y articulando las sugerencias operativas aportadas en estos grupos.
Sólo me referiré a alguno de esos caminos para no pararnos y seguir avanzando en el camino, sin olvidar que el único camino es Jesucristo, presente en todo cuanto somos y hagamos. Por eso, como he repetido tantas veces, de manera especial con los sacerdotes en nuestros encuentros iniciales, nuestra mirada ha de ponerse enteramente en la persona de Jesucristo, y recorrer el camino, sin retirarnos, con la mirada puesta en Él, “iniciador y consumador de nuestra fe” (Heb 12).
Es evidente que nos encontramos en una nueva etapa del mundo, de España, de toda la Iglesia, que, por cierto, no está resultando nada fácil. No somos ajenos en Valencia a esa realidad. ¿Qué hacer en esta etapa, en este nuevo periodo de la historia? ¿Qué «dice el Espíritu a nuestra querida Iglesia» (Ap 2, 7), en esta situación, social, cultural y religiosa que estamos viviendo, tan distinta a la de hace pocos lustros, cada vez más variada y comprometida? ¿Hacia dónde y por dónde encaminar nuestros pasos? El camino nos lo traza el mismo Cristo, presente en la Iglesia, actuante en la historia: Él mismo es la meta y el camino, la verdadera fuente y el término de nuestro caminar, que no puede ser más que un caminar en fe, en esperanza. Jesucristo es el futuro del hombre, y el futuro del hombre es posible, porque ¡en el presente! está Jesucristo.
No busquemos, pues, otra respuesta a los grandes retos y desafíos que sin duda se abren ante nosotros. Seamos humildes, por tanto verdaderos y realistas: por mayor empeño que pongamos en dar ingenuamente con «fórmulas mágicas», con grandes planes, con proyectos fabulosos y novedosos, con programas «populistas» –en palabra de moda ahora–, que serían nuestros y nada más que nuestros, obra de nuestras propias manos en las que se confía, no hallaremos otro camino verdadero que Jesucristo para los grandes o pequeños retos y desafíos de nuestro tiempo.
San Juan Pablo II nos lo recordó con unas palabras bellísimas y lapidarias en su Carta «Al comenzar un nuevo milenio», tan extraordinaria como alentadora: «No será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!» (NMI, 29). Por eso se trata ahora, por encima de otras cosas y acciones, de buscarle de todo corazón y seguirle con todas las consecuencias y como Él demanda, de escucharlo y contemplarlo, adorarlo, vivirlo, darlo a conocer con obras y palabras. Cultivar y avivar el encuentro con Él es la clave para una apasionante renovación de nuestro mundo, de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia, y de un renacimiento pastoral en nuestras comunidades, en la Iglesia universal y en la diocesana.
De esta renovada experiencia de fe y de amor a Jesucristo, de «estar con Él», podrá nacer un nuevo ímpetu en la misión de la Iglesia y de nuestra diócesis. A partir de este encuentro y de esta experiencia renovada de Jesucristo, presente en la Iglesia, no dejaremos de comunicar y testificar «lo que hemos visto y oído» cerca de Él. Ninguno de los que hayamos recibido la gracia de la fe en Él podemos eximirnos de dar testimonio del «Evangelio de la alegría», de la Encarnación y Nacimiento de Jesucristo, de su vida, de su pasión, muerte, y resurrección, de su permanencia para siempre entre nosotros, del Evangelio de la redención, de la esperanza, que descansa en la victoria sobre el pecado y la muerte por su resurrección. En Cristo, las expectativas más hondas y nobles de la humanidad entera hallan su fundamento más real y firme: la esperanza de todo ser humano se colma por su Victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, de la paz sobre la violencia, de la verdad sobre la mentira, de la solidaridad y de la caridad sobre todo egoísmo y exclusión.
Nadie, ningún cristiano, en consecuencia, debería eximirse del sagrado deber de comunicar este anuncio salvífico a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. A esta tarea, por la misma caridad que nos urge y configura en la gracia bautismal, estamos llamados y obligados todos (porque todos hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte, participamos de la libertad gozosa de los hijos de Dios, expresión de la verdad, que nos hace libres y se expresa en la caridad). Se abre un gran tiempo para la misión –en él estamos ya inmersos–, como en los primeros momentos del cristianismo, y no hay tiempo que perder.
Ningún cardenal, arzobispo, obispo, sacerdote, persona consagrada, fiel cristiano laico, hombre o mujer, niño, joven, adulto, o anciano, ni los enfermos ni los sanos…, ninguno de los cristianos en la Iglesia, concretamente en esta Iglesia que peregrina en Valencia, en nuestra diócesis, estamos eximidos de la urgencia apremiante de evangelizar. A eso, además, nos compromete y embarca de forma muy concreta el «Itinerario de nueva evangelización» que hemos emprendido en nuestra diócesis el domingo del Bautismo del Señor.
Atención a los sacerdotes
1.Me refiero, en primer lugar, ¡cómo no!, a los sacerdotes, mis queridísimos e imprescindibles colaboradores, mi gran ayuda, hermanos y amigos. He apreciado con gozo la buena salud de nuestro presbiterio. Soy consciente de vuestras situaciones, me las habéis manifestado en público o en privado, bastantes de vosotros, sacerdotes. No me son ajenos ni vuestro estado de ánimo, ni vuestros logros, ni vuestros deseos y proyectos. He comprobado que nos afectan parecidas problemáticas y preocupaciones a las que se ven en otros lugares del mundo, de nuestro entorno socio-cultural, o de España. Sé de vuestros desvelos pastorales, de cómo habéis tomado parte y os esforzáis en los trabajos del Evangelio, sin duda duros y exigentes; sé muy bien que habéis estado, que estáis, bregando día y noche, y que, en consecuencia, pudiera, incluso, hacer mella el cansancio y hasta un cierto desánimo por la escasez de frutos palpables en los trabajos apostólicos (no olvidar que «éxito» no es nombre de Jesús, nuestro único y buen Pastor).
Por ello, justamente, habrá que intensificar y fortalecer la dedicación a los sacerdotes, la vida y ministerio sacerdotal, la espiritualidad de los presbíteros, para «volver a echar las redes en el nombre del Señor» una y otra vez, a tiempo y a destiempo. El Papa Juan Pablo II nos regaló un amplio y rico magisterio para nosotros sacerdotes, concretado particularmente en su Exhortación Apostólica «Pastores dabo vobis», en las Cartas que nos dirigió a los sacerdotes y Obispos con ocasión del Jueves Santo, en su autobiografía sacerdotal «Don y misterio», y en otros escritos e intervenciones. En la Exhortación Apostólica tenemos una fuente imprescindible para renovar y fortalecer nuestra vida y espiritualidad sacerdotal. Entre otras cosas, la Exhortación del Papa nos invita a la formación permanente entendida en toda su extensión. Propiciar la interiorización de esta Exhortación Apostólica y cuidar la formación permanente de todo el presbiterio, mayores y jóvenes, todos juntos y no por separado, es algo a lo que debemos dedicar todo lo que sea necesario.
También la Iglesia, mediante la Congregación para el Clero, nos ha regalado el «Directorio sobre el ministerio y vida de los presbíteros», que habrá de conocerse mejor e interiorizarlo para aplicarlo y vivirlo, y así acontezca en nuestra diócesis un renacer y una revitalización sacerdotal con renovado vigor y entusiasmo.
No podemos omitir aquí la referencia al riquísimo magisterio del Papa Benedicto XVI sobre el sacerdocio, particularmente con ocasión del Año Sacerdotal y también en uno de los volúmenes de sus Obras Completas, publicadas también en español.
Finalmente, con sus notas características enmarcadas dentro de su talla tan rica y atrayente de pastor y de la difusión del Evangelio de la alegría y de la misericordia, el Papa Francisco nos está ofreciendo pautas y orientaciones muy precisas para nuestra renovación sacerdotal y de la Iglesia, llamada a anunciar y hacer presente en todo el «Evangelio de la alegría».
Además de conocer e interiorizar este rico y oportunísimo magisterio de los Papas sobre la identidad, vida y misión de los sacerdotes, habremos de ver en nuestra diócesis cómo asumir esas orientaciones para impulsar sin más demora, este año mismo, la renovación de todos nosotros, sacerdotes, en cuyo núcleo siempre habrá de estar la Eucaristía, el Sacramento de la Penitencia, la oración, la Lectio Divina, la caridad pastoral…
Desde el momento que se hizo público mi nombramiento como Arzobispo de Valencia he tenido, tengo y tendré una atención preferencial por los sacerdotes; lo dije y lo reitero; la atención a los sacerdotes en sus diversas situaciones y circunstancias para mí debe ser, es prioritaria: ¡ayudadme todos en este propósito y rezad por mí! Necesitaré ayuda en este terreno; por eso voy a crear en seguida la Delegación Episcopal para el Clero, cuyos fines, contenidos, estructura, personas, etc. se determinarán provisionalmente y se darán a conocer en breve. Dentro de esta atención a los sacerdotes, merece una atención particularizada la etapa sacerdotal de los cinco primeros años de sacerdocio tras la ordenación, que son tan determinantes y decisivos. Por eso, se va a crear para los sacerdotes en su primer año de ministerio un Convictorio Sacerdotal, ubicado en la calle Comedias, dirigido por un sacerdote que para los neosacerdotes sea un padre, un hermano, un amigo que los guíe, acompañe y ayude; este convictorio, en principio, tendrá un año de duración, ayudará a la fraternidad sacerdotal, favorecerá la vida espiritual, y actuará muy en relación con el Seminario que acaban de finalizar como período de formación para el sacerdocio; ya concluida la etapa del Seminario necesitan una etapa de configuración con Cristo, formación ya en el sacerdocio. El sacerdote encargado, con las ayudas pertinentes dentro de la Delegación Episcopal para el Clero, se ocupará también del primer quinquenio sacerdotal.
Habrá que fortalecer y cuidar las tres residencias sacerdotales de la diócesis, la atención a los sacerdotes enfermos –servicio que ya se está llevando encomiablemente por un sacerdote–. La atención a los sacerdotes jubilados, mayores, que viven bastante solos hemos de cuidarla con especial esmero: que nunca se sientan solos o que ya no cuentan; todos los miembros del presbiterio, en particular los que tenemos alguna especial responsabilidad con los sacerdotes, debemos visitarlos donde se encuentren, hacerles compañía, estar con ellos, con los sacerdotes mayores que han «gastado y desgastado» su vida como pastores. Continuará el servicio diocesano a los sacerdotes que puedan tener problemas particulares para continuar con las obligaciones del ministerio sacerdotal.
Habrá, así mismo, que estudiar y comprobar las necesidades económicas de los sacerdotes, los lugares donde viven, etc. Y también ver los lugares y funciones diocesanas en los están desempeñando su ministerio. En este sentido el equipo de gobierno nos reuniremos, si Dios quiere, para ver o estudiar sacerdote por sacerdote, parroquia por parroquia, institución por institución, si es lo mejor continuar así o tal vez cambiar para ubicarse en el lugar y ocupación más adecuados: no mover como fichas de un tablero, sino como personas, sacerdotes llamados a ser don de Dios para las comunidades en las que están y desempeñan su ministerio. Todo, pues, para los sacerdotes y pensando en ellos: lo primero es la persona. En este orden de cosas, creo que habrá que fijarse, en particular, en los pueblos o núcleos rurales, buscar una redistribución justa y las necesidades, tanto de las comunidades como de los sacerdotes mismos.
He observado que tenemos una gran necesidad de sacerdotes: en estos momentos, si no fuese por los casi sesenta sacerdotes venidos de fuera a cursar estudios en nuestros centros de formación, la diócesis no podría atender ya y bien, adecuadamente, una buena parte de ella que es servida hoy por estos hermanos (también ellos requieren una atención específica).
El número de vocaciones en nuestra diócesis, aun habiendo crecido los últimos años, es todavía insuficiente; esto me ha producido una gran preocupación. Os lo confieso; estoy preocupado. Hay que potenciar la pastoral vocacional por todos los medios. La escasez todavía de vocaciones al sacerdocio ministerial, puede ser la señal de un «mal» hondo o de unas «insuficiencias» que necesitan ser atajados; estamos a tiempo. (No podemos olvidar que la Eucaristía hace la Iglesia y que no hay Eucaristía sin sacerdotes, porque así lo ha querido el Señor. Son necesarios los sacerdotes: necesarios para que la Iglesia sea, necesarios también para el futuro de los hombres).
Esto todavía nos hace ver, como más urgente y apremiante, el promover vocaciones al sacerdocio. En esto estamos comprometidos todos. Siempre y de manera muy particular este año, como ya he dicho, me voy a dedicar, con toda el alma y con todas mis fuerzas, a los sacerdotes: son el corazón vital de la diócesis. Os pido vuestra ayuda total. Habrá que pensar en cómo fortalecer nuestros seminarios, la formación de los aspirantes al sacerdocio en todos estos seminarios, que hemos sentir como muy propios, a cuyos responsables agradezco de todo corazón, y en acción de gracias a Dios, su labor nada fácil, pero apasionante y fundamental. En toda la diócesis, en todas las misas, en la oración de los fieles se incluirán siempre peticiones por las vocaciones sacerdotales –también por las vocaciones a la vida consagrada y a la acción misionera de la diócesis– y por los seminarios y lugares de formación de estas vocaciones. Recomiendo encarecidamente que en los jueves sacerdotales, en la Adoración Eucarística –permanente, nocturna, perpetua– se pida por esta intención.
Renovación de la pastoral de iniciación cristiana: Atención a la catequesis
2.Veo con esperanza la catequesis. He observado cómo en todas las parroquias se lleva a cabo la catequesis, sobre todo con niños y con ocasión de la preparación al sacramento de la Confirmación. Pero creo, sinceramente, que podemos mejorarla y que, además podemos y debemos extenderla a otras edades y situaciones. Habrá que, en concreto, intensificar y extender más la catequesis con jóvenes y adultos. Debo añadir, que aun reconociendo y valorando la acción catequética en la diócesis, hemos de perfeccionarla y mejorarla todavía más, y asumir enteramente los criterios que deben inspirar la catequesis dentro del proceso o itinerario de iniciación cristiana, secundando lo que reclama el Directorio General para la Catequesis, cuya clave de lectura e interpretación es el Catecismo de la Iglesia Católica concebido como elemento básico de la iniciación cristiana.
He observado, muy en relación con la necesidad grande de mejorar la catequesis, que tenemos también una gran necesidad de formación de catequistas, de consolidación y fortalecimiento de su vida cristiana y espiritual; en éste y en los próximos cursos, siempre, habrá que hacer un gran esfuerzo en este terreno y elaborar un plan de formación integral de catequistas sencillo y operativo; pido la colaboración de todos.
Necesitamos también instrumentos catequéticos. Hay que utilizar los Catecismos de la Comunidad Cristiana de la Conferencia Episcopal Española; estos son los catecismos aprobados para nuestra diócesis y estos deben ser los que nuestras catequesis tengan en cuenta, no otros.
Necesitamos, por lo que he podido ver en la diócesis, impulsar la catequesis familiar y también el catecumenado; por eso, desde aquí, recomiendo vivamente a todas las parroquias, sobre todo de la capital y de los núcleos más grandes de población, la puesta en marcha del catecumenado donde los cristianos sean conducidos al redescubrimiento integral de la vida cristiana y a la conversión personal, de manera que se integren de verdad a la comunidad espiritual y sacramental que es la Iglesia. En todo caso, la catequesis deberá tener una inspiración catecumenal y desplegarse en esa misma perspectiva.
Necesitamos en nuestra diócesis una catequesis para una Iglesia en estado de misión y, como he indicado antes, dentro de un proyecto de iniciación cristiana integral que ayude a los cristianos a asumir su bautismo y a favorecer la identidad cristiana, que dé a conocer el misterio salvador de Dios en el servicio de la fe, que ayude a vivir y confesar la fe eclesial en Iglesia y como Iglesia, una fe confesante y confesada; una catequesis que lleve a emprender el camino de la misión al mundo, el que nos lleva a los hombres, y capacite para una presencia real, efectiva y confesante de los cristianos en la vida pública. Necesitamos hacer cristianos. Y se hacen cristianos –bajo la acción de Dios y de su gracia– en los procesos o itinerarios de iniciación cristiana que, este año, hemos de orientar: para eso habrá que hacer un estudio doctrinal y teológico de la iniciación cristina y ofrecer normas concretas y prácticas, posibles, para llevar a cabo en toda la diócesis una renovación pastoral de la iniciación cristiana, tendente a hacer cristianos. Habremos de cuidar de manera particular a los niños: que desde su más tierna infancia sean iniciados integralmente en la fe cristiana en el seno de la familia, que aprendan casi a hablar al mismo tiempo que aprenden a rezar (a decir «papá y mamá» al tiempo que aprenden a decir “Padre Nuestro” y “Santa María», y por ello ayudar a las familias en este cometido).
Atención a la pastoral y evangelización de los jóvenes
3.Como en el resto de las diócesis españolas, también en la nuestra, he podido comprobar el grave problema de la evangelización de los jóvenes. Creo que en todos los encuentros sacerdotales en vicarías-arciprestazgos, de una manera u otra, me han sacado o ha salido el tema de la juventud. La juventud está alejada y vive inmersa en una cultura y en una mentalidad que les va vaciando por dentro. No sabemos cómo actuar; pero sí somos conscientes de que es necesario actuar y propiciar una pastoral adecuada a ellos. No cabe ninguna postura derrotista. Habremos de intensificar en las parroquias la formación de jóvenes, y llevar a cabo un esfuerzo de coordinación y planificación pastoral que responda a un planteamiento claramente evangelizador. En este sentido, pido a todos los que trabajan en el ámbito de la enseñanza, principalmente a nuestros colegios, que se apresuren a trabajar y coordinarse, en la diócesis, en una pastoral de juventud clara y decididamente según los criterios de la Iglesia (San Juan Pablo II y otros santos educadores de los jóvenes son un modelo a seguir).
Tenemos el movimiento diocesano Junior pero, además de renovarlo y fortalecerlo en lo que necesite ser renovado y fortalecido, habrá que propiciar también otros grupos, asociaciones, iniciativas y movimientos de pastoral de juventud. El Espíritu Santo está suscitando nuevos movimientos en la Iglesia; no nos cerremos a esa acción del Espíritu. Con ilusión y con esperanza, con gran comprensión y amor a los jóvenes, sin escamotear las exigencias del Evangelio, nuestra diócesis se ha de aprestar a trabajar, con garbo e ilusión, en este campo pastoral donde está el futuro de la Iglesia y de la sociedad. La Iglesia necesita contar con la generosidad, el deseo de justicia y la capacidad de entrega de una juventud cristiana valiente y decidida. En todo caso toda la pastoral de juventud habrá que revisarla para que se sitúe en ese dinamismo indicado de la diócesis para hacer cristianos, de iniciación cristiana.
La opción preferencial por los pobres que ha de marcar la acción pastoral de la Iglesia, universal y diocesana –así corresponde a la verdad del Evangelio, a las exigencias de una nueva evangelización, a los signos de los tiempos, a lo que Dios nos está diciendo tan claramente a través del Papa Francisco– se corresponde con la opción preferencial también por los jóvenes, verdaderos pobres hoy; muchos de ellos podemos estimarlos un tanto semejantes a quien se encontró el Buen Samaritano –»robados, heridos, tirados en la cuneta, necesitados de urgencias”– a los que no se les puede abandonar o pasar por alto o lejos de ellos; hemos de comprenderlos, quererlos, como son; que nunca se vean condenados o minusvalorados; que se tenga confianza en ellos, que se les exijan todas las muchas capacidades que tienen y se les presente las exigencias radicales del Evangelio de las que ellos son capaces, que se les ofrezca claramente el seguimiento de Jesucristo, que se les ofrezca enteramente, sin ambigüedades ni recortes, la persona de Jesucristo, que es lo que más necesitan y les importa.
Atención a las familias y la pastoral familiar
4.Otro aspecto en el que quiero fijarme es en el de las familias. Doy gracias a Dios por la fuerza que todavía mantiene la familia cristiana en nuestra diócesis. Reconozco todo el peso y la rica trayectoria de los Movimientos Familiares entre nosotros. También me hago eco, con preocupación, del problema de tantos matrimonios jóvenes, entre los veinticinco y cuarenta y cinco años, en los que ha hecho presa la secularización de nuestra sociedad y la influencia de formas de vida que minan las familias por dentro. Creo sinceramente que tenemos que promocionar a todos los niveles la atención a la familia, aprovechando las ricas experiencias con que ya contamos y coordinando la acción de tantos matrimonios cristianos dispuestos a colaborar. Sentimos, además, una poderosa llamada a atender a matrimonios rotos, o en dificultades, o en otras situaciones dolorosas. Nuestra diócesis ha de esforzarse por presentar la verdad, la belleza, la grandeza de la familia, asentada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, fundamentado en el amor verdadero, fiel e indisoluble, abierto a la vida, teniendo muy en el centro la realidad sacramental de lo que entraña el «casarse en el Señor».
Este año, y de alguna manera como preparación al próximo Sínodo, nuestra diócesis, a través de la Delegación Diocesana para la Familia, del Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia, y de cuantas personas e instituciones sean necesarias, hemos de potenciar de manera muy destacada cuanto nos está exigiendo una verdadera pastoral de la familia, «Iglesia doméstica, transmisora de la fe», secundando muy en primer término la inolvidable Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de San Juan Pablo II y en fidelidad y continuidad de la gran tradición de la Iglesia. En este campo se juega el futuro del hombre, de la humanidad y de la Iglesia: la familia, no lo olvidemos, es el camino de la Iglesia y de la humanidad. Para eso, habrá de potenciar con medios sencillos y constantes la espiritualidad familiar sobre la piedra angular de Jesucristo. Pido, tanto a la Delegación Diocesana para la pastoral de la Familia y de la Vida, como al Instituto Juan Pablo II, a la Facultad de Teología, a la Facultad de Derecho Canónico, a la Universidad Católica «San Vicente Mártir» y a la Universidad CEU-Cardenal Herrera, que nos ayuden cuanto puedan en este terreno, ya que es mucho lo que pueden y deben colaborar con sus aportaciones específicas.
Como ya señalé antes, las familias tienen un papel insustituible en la transmisión de la fe en el seno familiar, y una responsabilidad básica e inalienable en la iniciación cristiana de sus hijos, y en su educación. Habrá que ayudarles en este cometido suyo mediante instrumentos y acciones específicas y sencillas, ofrecerles materiales para la catequesis familiar, o para la oración en familia.
Fortalecer la vida de caridad en la Iglesia diocesana. La diócesis, como toda la Iglesia, tiene la opción preferencial por los pobres
5.La situación social y económica por la que atraviesa Valencia es grave y dolorosa; ahí tenemos los datos del Informe Foessa que constituye una llamada apremiante a la conciencia de los católicos a nuestra solidaridad, a nuestra actuación, y a nuestra esperanza. Es necesario llevar a la conciencia de todos nuestro ser «samaritanos» en medio de las nuevas pobrezas. En esto hay que poner todo nuestro empeño. Este año, nuestra diócesis ha de llevar a cabo un importante esfuerzo por combatir las nuevas pobrezas, ayudar a superar el paro promoviendo iniciativas para crear empleo, y mostrar el rostro de una Iglesia que, fiel a su Señor, anuncia y testifica con obras y palabras el Evangelio de los pobres, y ofrece que es verdad su anuncio del Evangelio de la alegría, de la caridad y de la misericordia, porque hoy, en Valencia, los pobres son evangelizados, los cristianos y las instituciones de Iglesia –todas– estamos en la vanguardia de mostrar verdaderos signos de caridad y justicia. Pido a toda la diócesis –y en toda la diócesis– que sea de verdad un año dedicado de manera muy preferencial al ejercicio de la caridad en todas sus dimensiones, también en su dimensión política. Se nos abre un gran panorama para ejercitar la señal que identifica a los cristianos: la caridad. Habremos de poner todo nuestro empeño en la imaginación y la creatividad de la caridad, un año para ejercitarnos en la caridad. ¡2015, un año para la caridad, para la oración y para la Eucaristía!, de suyo inseparables.
Ofrezco, en este orden de caso, algunas sugerencias que podrían llevarse a cabo: ¿Por qué en los presupuestos de la diócesis y de sus instituciones no se dedica un tanto por ciento (¿el diezmo? de los mismos) a atender a los pobres? ¿Por qué no se «venden» algunos de los bienes patrimoniales de la Iglesia y se destinan a los pobres? ¿Por qué no se estudia la manera adecuada de compartir algunos bienes –pongamos viviendas– destinándolas a usos sociales, por ejemplo a pisos de asistencia a madres solteras, madres en gestación que no quieren abortar, mujeres víctimas de malos tratos domésticos…? ¿Por qué no nos desprendemos del diezmo de nuestros ingresos personales y hacemos que lleguen a los pobres? ¿Sería posible? ¿Y qué podríamos hacer, con la colaboración de empresarios católicos y de buena voluntad, con sensibilidad social, para crear por cada una de las empresas uno o dos puestos de trabajo en ellas? Ante el grito angustioso que nos llega de los países donde los cristianos están siendo tan perseguidos o se ven obligados a salir de sus países ¿no podríamos crear fondos de becas para que los niños en aquellos u otros países puedan recibir una adecuada educación? ¿Qué deberíamos hacer para atender como pide el Evangelio a los inmigrantes y refugiados que llegan a nosotros?
En todo el ejercicio de la caridad cristiana de nuestra diócesis –agradeciendo de antemano su importantísima obra– desempeñan un papel fundamental las Cáritas diocesanas, arciprestales o parroquiales. No debería pasar este año sin que cada parroquia –o unida a otras parroquias de la comarca– tuviese una Cáritas parroquial propia. No puedo dejar de mencionar aquí la importante obra de Manos Unidas, cuya campaña anual se aproxima, proyectada hacia el llamado «Tercer Mundo», y pido que también en todas las parroquias exista un equipo colaborador: sería muy bueno y aconsejable. No olvido, agradeciendo de todo corazón cuanto son y hacen, a tantas y tantas otras instituciones que, desde la fe cristiana y como Iglesia, en particular personas consagradas, religiosas y religiosos, hacen presente entre los pobres y los que sufren el Evangelio de la Caridad: con todas ellas todos debiéramos sentirnos muy unidos y ayudarles de tantas maneras como podemos hacerlo. Hay que potenciar y coordinar lo que viene haciéndose en el campo de la caridad y de atención a las pobrezas, las de siempre y las nuevas.
No querría que pasase este año sin que se hiciese y se divulgase el estudio y reflejo fiel de lo que la Iglesia en Valencia está haciendo en cumplimiento del mandamiento nuevo «Amaos como yo os he amado», a favor de los pobres y los que sufren, en el seguimiento de Jesús, que ha venido a traer la buena noticia a los pobres y necesitados en cualquier forma, anunciar en obras y palabras el Evangelio de la misericordia. Esto, no para hacernos propaganda, sino para conocer y agradecer el don de Dios que manifiesta a través de tantas y tantas personas e instituciones su caridad y animarnos así a secundar y potenciar cada vez más la creatividad y la imaginación de la caridad en nuestra diócesis en los tiempos que corremos.
También, muy unido a esto, hay que poner todo nuestro empeño en la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia, tan sumamente iluminadora y necesaria en estos tiempos que Dios nos ha dado vivir. ¿Qué podríamos hacer para difundir esta Doctrina Social, sobre todo entre los laicos? Os confieso que estoy decidido a buscar y empeñar todos los medios posibles para que esta enseñanza de la Iglesia sea conocida, penetre en las conciencias de los cristianos, las forme, y les lleve a actuar públicamente desde las convicciones y criterios que esa enseñanza comporta. Hay aquí una tarea muy grande que tendremos que promover en el laicado de Valencia, los centros educativos, la Universidad Católica… Os pido y cuento con toda vuestra colaboración para ello. Subrayo que es muy urgente la formación de los católicos en la vida pública, sin ningún complejo; es algo que demanda el bien común del cual no podemos inhibirnos nadie.
Y menos aún podemos inhibirnos los cristianos de otras obras de misericordia como es el visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, atender a los que no tienen hogar y acoger al emigrante y refugiado, procurar ropa a los necesitados, ayudar a los encarcelados y exiliados y aportarles la libertad que necesiten, acompañar a quienes sufren la muerte de un ser querido… Son las obras de misericordia elementales que nos muestra la enseñanza básica del Catecismo que habremos de hacer objeto de nuestra predicación, catequesis y enseñanza en los diferentes niveles, y que entrañan una nueva mentalidad necesaria en conformidad con la novedad del Evangelio. La diócesis, a través de las Comisiones diocesanas correspondientes y de otros medios a su alcance, ha de poner en obra estas obras tan en la entraña misma del Evangelio de la caridad y de la misericordia. A estas obras de misericordia y a otras que demandan las nuevas pobrezas de nuestro tiempo no sólo están llamadas y han de entregarse y vivir las personas consagradas; todos estamos llamados, también los fieles cristianos laicos, y éstos de manera especial puesto que viven en el mundo.
Fortalecer la participación de los laicos
6. En nuestra diócesis, gracias a Dios, contamos con muchos, infinidad de fieles cristianos laicos que están comprometidos de verdad con su ser cristianos, viven su identidad cristiana y eclesial con gozo y ánimo. Constituyen, sin duda, una gran riqueza y un notable patrimonio de la Iglesia diocesana. Son muchos los fieles cristianos laicos implicados en tareas eclesiales –en la catequesis, en las obras de acción social y caritativa, en los grupos de animación litúrgica, en la enseñanza religiosa escolar, en los grupos para el Itinerario de Renovación o de Evangelización–, muchos los que pertenecen a grupos, asociaciones y movimientos apostólicos que no voy a enumerar ahora, (nuevos o consolidados ya en otros tiempos en la Iglesia), muchos los laicos en consejos parroquiales, en tantas y tantas realidades que muestran así que está llegando la “hora de los laicos”, la participación de los fieles cristianos laicos en la vida y misión de la Iglesia, tan claramente impulsada por el Espíritu Santo a través del Concilio Vaticano II, de la enseñanza de los Papas, de los Obispos, de los nuevos carismas laicales suscitados en los últimos tiempos como un renovado Pentecostés para anunciar con obras y palabras el Evangelio, para tomar parte activa en la misión de la Iglesia.
Dentro de esta participación de los laicos merece destacarse la presencia de la mujer en toda esta participación, que también es señal de Dios de por donde hemos de encaminarnos, pero que igualmente hay que fortalecer y encontrar su presencia propia que le corresponde en la Iglesia. Hay que buscar y crear nuevos espacios para la mujer en la Iglesia: en la diócesis, en las parroquias, en la acción y presencia de la Iglesia en su misión evangelizadora.
Precisamente por esta vitalidad de los laicos en la vida de la diócesis, señal de Dios, aún hemos de potenciar y fomentar todavía más, siguiendo las indicaciones de la Iglesia, la participación de los fieles cristianos laicos en la vida y misión de la Iglesia diocesana sea personal o individualmente sea de manera asociada y coordinada. De los laicos depende hoy de manera muy principal la nueva evangelización que urge y apremia. Esta presencia y participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia se ha de mostrar, de manera particular, por el lugar donde están: el mundo, la sociedad, las realidades seculares, en su acción evangelizadora en el mundo, en la sociedad, en la política, en el ámbito de la cultura y de los nuevos areópagos, en el de la familia, en la enseñanza…
Un signo de este fortalecimiento, potenciación y coordinación del apostolado seglar –en particular de los jóvenes– será, en nuestra diócesis, la destinación del edificio de “San Lorenzo” como “casa del seglar”, donde tengan su sede el Foro de Laicos, movimientos de apostolado seglar… con el objeto de que vean los fieles cristianos laicos que ocupan un lugar muy importante y central en la vida de la Iglesia; edificio, además, que también estará destinado a los jóvenes y a nuestro Movimiento Junior, con el objeto de animar, coordinar, ofrecer un espacio donde puedan encontrarse, reunirse, compartir iniciativas de fe, de formación y de evangelización los jóvenes cristianos y hallar juntos su lugar en la Iglesia, que han de sentir como su propia casa y hogar.
En relación con los fieles cristianos laicos y el apostolado seglar, añado que he observado que en Valencia, sobre todo en la capital pero también en otros núcleos de población mayores, hay un alto número de profesionales (pensad, por ejemplo, en los profesionales sanitarios –médicos, enfermeras– o en el ámbito de la enseñanza). No sé si tenemos una atención específica a este amplio e importante sector de población. Me temo que no. Y esto me preocupa, como también sé que os preocupa a vosotros. Por eso pido que veamos cómo atender eclesialmente, evangelizadoramente, a tantos profesionales, hombres y mujeres, que trabajan en nuestra diócesis. En sus ámbitos se plantean infinidad de problemas éticos, cuestiones que tienen que ver con el diálogo de la fe y la cultura, organización de la sociedad, la vida pública, la política, etc. Todo eso es enteramente cercano al Evangelio. Y la Iglesia ha de hacer presente ahí.
Fortalecer y potenciar la pastoral educativa
7. Un capítulo muy fundamental es el de la enseñanza, en el que también habremos de trabajar con toda ilusión, lucidez y decisión. La diócesis cuenta con casi 70 colegios diocesanos propios, con otro amplio número de colegios regidos por instituciones religiosas, por una Universidad de inspiración cristiana ‘Cardenal Herrera’, con una Universidad Católica ‘San Vicente Mártir’ propia: todo esto constituye un enorme potencial para evangelizar y para educar cristianamente a las nuevas generaciones que hay que fortalecer y revigorizar al máximo. Vivimos una verdadera emergencia educativa y una apremiante urgencia de una nueva evangelización. Pecaríamos con un pecado grave de omisión si estas instituciones no son fortalecidas y conducidas a que cumplan con pleno vigor y decisión la misión evangelizadora y educativa que les corresponde.
Un capítulo que merece especial atención en el campo educativo es el de la enseñanza religiosa en la escuela solicitada por un amplio número de padres para sus hijos, conscientes de su derecho y responsabilidad, en la que tantos profesores están embarcados y cumpliendo una misión eclesial y social admirable. Apoyar la enseñanza religiosa, atender a los profesores de religión y ayudarles en su nada fácil tarea, a veces llena de dificultades incluso institucionales, es un deber que tenemos en la diócesis. Hemos de hacer todo lo posible por la enseñanza religiosa, por mejorarla y fortalecerla en todo lo que haya que fortalecer, particularmente en la escuela católica, a cuyo ejemplo apelo.
Muy en relación con esto tenemos el gran reto de la evangelización de la cultura donde se juega tanto el futuro del hombre y de la sociedad. La evangelización de la cultura, o mejor, el que la fe cristiana se haga cultura es una de las necesidades mayores que la Iglesia tiene por doquier, también aquí en el momento que vivimos. El futuro del hombre y de la sociedad está jugándose hoy, entre nosotros como en el resto de España o de Occidente en el campo de la cultura. La Iglesia, la diócesis de Valencia en ella, no puede permanecer al margen, en modo alguno, de todo lo que supone el complejo mundo de la cultura. Por lo demás, como ya señaló Pablo VI, “la ruptura entre el Evangelio y la cultura es sin duda el drama de nuestra época” (EN 20). Nuestra diócesis ha de buscar un cauce específico, hasta institucional, que encamine y encauce este vasto ámbito de la evangelización de la cultura, en el que incluyo también los medios de comunicación social y cuanto se refiere al arte en sus diversas expresiones.
Evangelizar la religiosidad popular
8. En el poco tiempo que llevo aquí he podido comprobar el valor y vigor de la religiosidad popular entre nuestras gentes. Uno de los signos manifestativos, no el único, de esta religiosidad popular es el de las Cofradías: su número, su crecimiento en los últimos años, etc. Soy consciente de toda la problemática que este fenómeno comporta. Pero es un hecho que está ahí y al que hay que prestarle atención y ayuda pastoral. Me propongo tener encuentros con los representantes, directivos y consiliarios de las Cofradías y estudiar cómo llevar a cabo una evangelización en ellas y desde ellas. Habrá que potenciar entre otras cosas, la formación de sus miembros y encontrar cauces para una mayor inserción en la responsabilidad apostólica de la Iglesia diocesana.
Mejorar la coordinación pastoral familiar
9. Por lo que he podido observar, en nuestra diócesis se trabaja mucho pastoralmente; pero tal vez nos falte coordinación, sobre todo en la ciudad de Valencia, aunque también en los pueblos y en los diversos campos de la acción pastoral. Estimo que tendremos que ver cómo llevar a cabo una mayor coordinación de los esfuerzos y de las acciones pastorales, de las personas que tienen responsabilidades en la acción eclesial, de las estructuras organizativas y rectoras a nivel diocesana, de los movimientos y asociaciones apostólicas, etc. Sé que no es fácil, pero habrá que intentarlo una vez más. Las fuerzas y los efectivos son cada día menores; las exigencias, sin embargo, mayores, y conviene ordenar todo, agilizar y racionalizar nuestros esfuerzos, y no dispendiar fuerzas ni recursos.
En el plano de la coordinación, y a la luz de la eclesiología de comunión que nos ofrece como clave el Concilio Vaticano II, que siempre deberá ser guía y faro en nuestra diócesis para su renovación interior y constante, nos encontramos con organismos de comunión como los Consejos diocesanos del Presbiterio, de Pastoral, de laicos, los arciprestazgos, las Vicarías territoriales… Todo esto habrá que revisar, corregir lo que sea preciso o conveniente, y, en todo caso, potenciar y fortalecer. En el Sínodo diocesano de hace unos años encontramos abundantes y ricas orientaciones que es necesario retomar: el Sínodo actualiza y aplica el Concilio en nuestra diócesis y hemos de retomarlo de nuevo y proseguir los caminos que en él se nos trazó a toda la diócesis. Desde que he llegado a Valencia, esta puesta en vigor de nuestro Sínodo es una de mis preocupaciones que he manifestado en multitud de ocasiones.
Hacia una pastoral de santidad como norte y guía de toda pastoral
10. Aunque tal vez tendría que haberme referido a lo que voy a decir ahora al comienzo, he preferido dejarlo para casi el final por la importancia que tiene. Valencia es tierra de mártires y de santos. Para mí es una experiencia muy gozosa “palpar” las raíces religiosas, teologales y cristianas de nuestro querido pueblo de Valencia, a pesar de que también se ve azotado, sobre todo en los sectores más jóvenes, por la secularización, el indiferentismo religioso, la increencia y las formas paganas de vida de nuestro tiempo. Por ello, creo que hay que poner todo nuestro empeño –y nuestra confianza en la ayuda de Dios, sin la que nada podemos– en avivar esas raíces y promover una pastoral de santidad.
Y tratándose de “pastoral de santidad”, y de una pastoral que afirme a Dios como Dios, como lo sólo y único necesario, a Dios como Soberano y Señor, “origen, guía y meta del universo”, es necesario la potenciación de la liturgia, particularmente de la EUCARISTÍA DOMINICAL. Sobre la Eucaristía dominical pienso ofrecer en breve una carta pastoral, dada la centralidad e importancia que en sí entraña para la Iglesia, a la que la misma Eucaristía hace, y estar en ella la fuente y cima de la vida cristiana, y la fuente y culmen de toda evangelización. En esa carta también me referiré a los años jubilares eucarísticos que, a partir de noviembre próximo, tendremos en nuestra diócesis, D.m., cada cinco años, como indiqué ya en otra ocasión apoyándome en la gran reliquia que Dios nos ha concedido a la diócesis de Valencia: El Santo Cáliz de la Última Cena.
Esto nos llevará a que, ya desde ahora en este año, potenciemos la adoración eucarística en nuestra diócesis: adoración permanente, adoración nocturna, adoración perpetua, cuarenta horas, jueves eucarísticos, visitas al Santísimo, etc. Muy unido a esto como algo enteramente muy prioritario en la vida cristiana, en la Iglesia, es impulsar en todos, desde el Arzobispo hasta el último de los fieles, o de los niños, la vida de oración. Como he dicho en otras ocasiones y lugares este año debe ser un año de oración y para la oración en la diócesis de Valencia. Inseparablemente de la oración hay que fomentar también en este año, y siempre, la Lectio Divina.
También habrá de tener muy en cuenta la incorporación plena de los monasterios de vida contemplativa a toda la pastoral; desde el claustro, las monjas contemplativas están sosteniendo nuestra diócesis y están llevando a cabo eficazmente esa “nueva evangelización” de la que tanto se habla que muestra a Dios en el centro, fuente y fundamento, origen de todo bien y de toda dicha. A ellas, al tiempo que les agradezco con todo el corazón su vida escondida con Cristo en Dios, pienso también que mi ministerio debe dedicarles lo mejor y pido que también todos en nuestra diócesis se lo dediquemos: les debemos muchísimo, más de lo que parece y algunos piensan. Debemos ayudarles.
Y como el centro de la Iglesia santa y llamada a la santidad es la liturgia, principalmente la celebración eucarística, habrá que poner todo nuestro cuidado más exquisito y nuestra atención más viva y gozosa a mejorar la celebración litúrgica en nuestras comunidades y hacer de la celebración dominical de la Eucaristía, de la celebración de la penitencia y de otros sacramentos, el “punto fuerte” de toda nuestra acción pastoral. Habrá que retomar para actualizarla y ponerla en práctica aquella espléndida Instrucción Pastoral, de hace unos años, de la Conferencia Episcopal sobre el Domingo y habrá que recordar también otros documentos del magisterio pontificio sobre el domingo, como también algunos puntos elementales, pero por ello mismo fundamentales, para mejor celebrar. Por lo que he podido observar, podemos mejorar mucho la liturgia, fuente y cumbre de la evangelización. La celebración es el termómetro de la vida de las comunidades y el test de nuestra pastoral: no lo olvidemos.
Por supuesto que para una pastoral de santidad, para seguir caminos de reforma y renovación, para andar por las sendas de la perfección que es nuestra vocación –”sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”–, providencialmente Dios nos concede el año jubilar teresiano que estamos celebrando con ocasión del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Necesitamos volver a Santa Teresa de Jesús, conocer su magisterio, su testimonio porque ella es arroyo que lleva a la fuente de agua viva, que sacia el corazón sediento del hombre, sediento de Dios vivo. Ella es resplandor que conduce a la luz. Y su luz es Cristo: “Luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, esperanza de los pueblos, Maestro de sabiduría, libro vivo en que Teresa aprendió las verdades, en el único en que podemos aprender la Verdad de Dios y la verdad del hombre, que nos hace libres con la libertad de los hijos de Dios, piedra angular sobre la que se edifica la historia. Entre nosotros, en nuestra diócesis, con las acciones oportunas, debemos potenciar más y más decididamente este año teresiano, providencialmente coincidente con el Año destinado a la vida consagrada.
La vida consagrada en el corazón de la diócesis. Año de la vida consagrada
11. Necesitamos que este año de gracia que Dios concede a su Iglesia destinado a la Vida Consagrada sea para nuestra diócesis un tiempo en el que la vida consagrada sea mejor conocida, más amada, esté más en el corazón de todos los diocesanos. Que sea un año para fomentar vocaciones a la vida consagrada y un tiempo de oración por todos los que han consagrado a Dios por especial consagración sus vidas a favor también de la Iglesia. Les debemos mucho a nuestros hermanos y hermanas que viven una especial consagración a Dios y a la Iglesia en nuestra diócesis; nunca les pagaremos y agradeceremos cuanto son, significan y hacen en nuestra diócesis, y, en general, en toda la Iglesia. Nuestra Iglesia sería otra sin la vida consagrada. Necesitamos su testimonio para poder caminar en nuestro mundo. Ayudémosles y que ellos y ellas vivan con renovado vigor, fortaleza, autenticidad y fidelidad lo que Dios les pide en estos momentos nada fáciles también para la vida consagrada; que Dios les ayude en su anhelada renovación y revitalización que tanto desean las personas consagradas en la variedad y riqueza de sus carismas. Todos juntos hemos de potenciar al máximo la inserción de la vida consagrada en la diócesis y encontrar y consolidar los cauces para las mutuas relaciones que son tan necesarias como urgentes: por ejemplo, coordinar las parroquias y los colegios, la pastoral evangelizadora de niños y jóvenes, la atención y formación de padres, la acción caritativa y social. Todos juntos, en la comunión eclesial que somos podremos hacer muchísimo con la ayuda del Señor que lo quiere y que no nos falta.
Conclusión
12. He presentado en esta Carta Pastoral algunos aspectos que considero particularmente importantes, necesarios y urgentes, por sí mismos, escuchando lo que el “Espíritu dice a la Iglesia diocesana”, escuchándoos también a vosotros. Es verdad que, escuchando a mi Consejo de Gobierno, al Consejo diocesano del Presbiterio y al Consejo diocesano de Pastoral, podríamos matizar, completar y explicitar otros aspectos y acciones que enriquecerían estas indicaciones pastorales de por dónde habremos de caminar y Dios quiere que vayamos la iglesia diocesana. Creo que en estos puntos, de alguna manera, coincidimos todos, y que habremos de enriquecerlos y concretarlos más oyendo a los diferentes Consejos que acabo de mencionar, que deben ser verdaderos “motores” y “cauces” diocesanos y serán tenidos muy en cuenta con toda certeza operativamente.
Por enumerar sólo algunas sugerencias que se han hecho en esos Consejos señalo: potenciar y formar el voluntariado de Caritas; fortalecer la formación de catequistas tanto en contenido como en pedagogía; cuidar las catequesis de novios en orden a su futuro matrimonio y revisar los cursillos para este fin, y atender pastoralmente los primeros años de matrimonio; avivar la conciencia en toda la comunidad, particularmente de los sacerdotes, de la importancia insoslayable de la pastoral de enfermos; intensificar y abrir cauces nuevos de pastoral con los jóvenes y ofrecer directrices en nuestra diócesis para esta pastoral; cuidar de la pastoral del Bautismo y la recuperación del sentido bautismal en la comunidad cristiana –en general, y en concreto, en las parroquias y familias–, conjuntar la acción educativa escolar de padres, maestros, parroquias, escuelas católicas, centros públicos del Estado; desarrollar la catequesis familiar y ofrecer orientaciones e instrumentos adecuados, tanto para la catequesis familiar como para la pastoral familiar; cuidar con especial esmero la pastoral universitaria que tan descuidada la tenemos en las Universidades del Estado o privadas y potenciarla en la Universidades de la Iglesia, ‘Cardenal Herrera’ y ‘San Vicente Mártir’, ambas queridas y consideradas como parte de nuestra diócesis, “salidas ambas del corazón de la Iglesia”; hacer un plan para toda la diócesis de una pastoral de la enseñanza con el objeto de coordinar y potenciar los esfuerzos en este campo, tanto para los centros públicos como los concertados; atender la presencia eclesial en los medios de comunicación social, la información de la Iglesia y sobre la Iglesia en ellos, y atender a nuestros propios medios en orden a la evangelización; formar en la Liturgia y para una renovación verdadera de la pastoral litúrgica; formar a lectores para las celebraciones, para el canto, para los coros parroquiales, para la animación de toda la comunidad en la participación litúrgica; cuidar más la formación litúrgico-musical; potenciar al máximo los grupos del Itinerario para la Evangelización; ayudar con diversos cauces e instrumentos para la nueva evangelización de los alejados y ofrecer técnicas para la evangelización; cuidar la atención diocesana y de los diocesanos a las misiones y a la vocación misionera de la Iglesia; mejorar las relaciones entre las Comisiones diocesanas y las parroquias u otros ámbitos de Iglesia; fomentar los encuentros interparroquiales, potenciar los arciprestazgos y revisar si es la más correcta la distribución actual de los arciprestazgos en nuestra diócesis; estudiar bien y orientar la pastoral rural también en nuestra diócesis, particularmente en pequeños núcleos de población; fomentar la pastoral del sacramento de la Penitencia; formar a los seminaristas –también a los sacerdotes– para una nueva evangelización, para la pastoral con los alejados, y para el primer anuncio, para una pastoral que llame a la conversión, para no quedarse en una pastoral de solo mantenimiento sino ir a una pastoral misionera: fomentar y cuidar la pastoral vocacional; cuidar a los sacerdotes… Todas estas sugerencias y otras más se han hecho en los Consejos diocesanos del Presbiterio y de Pastoral. Sistematizaremos estos puntos y otros tal vez no mencionados –pero que se dijeron– y los estudiaremos en esos Consejos.
13. En esta Carta que dirijo a toda la diócesis, como habéis podido observar, no se trata de cosas nuevas sino de atender a los aspectos fundamentales y básicos y de dar un nuevo impulso a nuestra diócesis, animarla y fortalecerla para que recobre el vigor de una fe vivida que la conduzca, bajo la acción del Espíritu, a un nuevo Pentecostés que la lance a la misión, a una nueva evangelización, que es anuncio explícito y testimonio del Señor, obra de renovación de la humanidad con la novedad y vida del Evangelio. Ahí es donde está el futuro de la Iglesia que crece desde dentro. A todos os pido que secundemos estas sugerencias que os hago desde el corazón de pastor y ante el Señor, en oración y súplica para escucharle y hacer su voluntad: sin la oración nada podemos.
14. Y concluyo: Ciertamente es mucho lo que tenemos que hacer, muchas las obras a emprender o a continuar, a llevar a cabo. Son obras de Dios, así las sentimos. No podemos abrumarnos: abrumarnos nos paralizaría; con sencillez, humildad y confianza, Dios nos llama a proseguir el camino, sin retirarnos, con la mirada puesta en Jesús, que vino a proclamar la buena y gozosa noticia del Reino de Dios cercano, entre nosotros, y llamar a la conversión.
Desde lo más hondo de mi persona, os digo y os exhorto a todos: no busquemos otra cosa que a Dios y su voluntad, que a Cristo, crucificado por los pecadores para llamarlos a todos; que Dios sea nuestra heredad y el lote de nuestra vida, la paga de nuestros trabajos. Que vivamos siendo testigos de la gracia de Dios. Que Él nos muestre y nos otorgue su gracia: “su gracia nos basta”. Desde aquí todo se baña de luz. Necesitamos esto en momentos de tanto ajetreo y actividad como nos enreda a veces, cayendo en la patología del “martalismo” –por Marta–, en expresión del Papa Francisco. Es bueno recordar ahora, y volver una y otra vez a aquella página tan maravillosa y reconfortadora del cardenal Van Thuan, verdadero mártir de la fe y testigo de la esperanza, de la confianza en Dios y de su gracia y misericordia: “tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo (todas las tareas y afanes pastorales)….; todo eso es una obra excelente, son obras de Dios, ¡pero no son Dios! Si Dios quiere que abandones todo eso, hazlo en seguida, y ¡ten confianza en El! Dios hará las cosas infinitamente mejor que tú. ¡Tú has elegido a Dios solo, no sus obras!… Elegir a Dios y no las obras de Dios. Ese es el fundamento de la vida cristiana, en todo tiempo. Y, a la vez, la respuesta más auténtica al mundo de hoy. Es el camino para que se realicen los designios del Padre de los cielos sobre nosotros”, sobre la Iglesia, sobre la diócesis, sobre la humanidad de nuestro tiempo.
Cuando releo esta página del cardenal Van Thuan, me digo: “Es verdad, qué sencillo y simple es; ¡qué torpe que soy!, para no darme cuenta de que esto es lo mejor, que es lo único que vale en la vida de un pastor, y de todo cristiano llamado a evangelizar; que lo más importante y decisivo en todo pastor y en todo cristiano es concentrarse en lo único necesario, en lo único que importa por encima de todo: Dios y su voluntad, su gracia y su iniciativa, su designio de salvación; que lo verdaderamente importante no está en nuestra programación ni en nuestros proyectos humanos o en nuestras ideas, por geniales que sean o parezcan, sino en el designio de Dios, plenamente manifestado en Jesucristo, a Quien hay que buscar, escuchar, ver y seguir. Todos nos prodigamos con gran entrega a las obras, también a las obras de Dios, como si todo fuese obra nuestra y elección nuestra.
Pero siento, personalmente, que tengo que examinarme sinceramente una y otra vez delante de Él y preguntarme: en mi vida pastoral, ¿cuánto es para Él y cuánto para sus obras, que con frecuencia, además, son las mías?” Este habría de ser ahora el sentimiento más profundo que nos embargase, la certeza más firme en que descansasen nuestras vidas. Por ello, la actitud más básica y prioritaria que se nos pide en esta “hora de Dios, de su gracia, de su esperanza que no defrauda”, es la del niño pequeño, recién amamantado, en brazos de su madre: la confianza total en el Señor; o, como nos dice Pablo en su Carta a los Efesios; “Tener los mismos sentimientos de Cristo”; o, como diría Santa Teresa de Jesús, ser “amigos fuertes de Dios”. Esto es lo que necesita la Iglesia y el mundo: “AMIGOS FUERTES DE DIOS”.
Con mi agradecimiento a todos, la seguridad de mi afecto y mi oración, y mi bendición.
Cordialmente en el Señor