1.- El fenómeno migratorio actual
Actualmente son muchos los países que se enfrentan al fenómeno de las migraciones. Por motivos de libre decisión de las personas o, más frecuentemente, por motivos económicos o por causa de los conflictos civiles, étnicos o religiosos, oleadas de personas de diversas proveniencias buscan entrar en los países de acogida, esperando mejorar su nivel de vida o un refugio en su desvalimiento. Este fenómeno es consecuencia de la gran inestabilidad social, política o económica que sacude hoy a nuestro planeta.
Ante un fenómeno de tales dimensiones, ningún país puede solucionar por sí solo los problemas migratorios. Tampoco sirven de mucho las políticas restrictivas, pues originan frecuentemente entradas ilegales, dando origen a situaciones de descontrol tanto en la llegada como en la acogida de los extranjeros. Se hace pues necesaria una colaboración entre los países receptores y entre estos y los países emisores. Pero los problemas sociales adquieren, cada vez más, una dimensión planetaria, por lo que el fenómeno migratorio plantea, además, la necesidad de buscar un nuevo orden económico internacional que, reduciendo las grandes diferencias existentes entre los países ricos y los países pobres, contribuya a reducir los flujos d e personas, por poder conseguir medios aceptables de vida en sus lugares de origen. En cualquier caso, el fenómeno de las migraciones masivas nos sitúan ante un desafío nada fácil de resolver por sus implicaciones económicas, sociales, políticas, sanitarias y culturales.
Para intentar conseguirlo, un primer paso sería excluir en el comportamiento de nuestras sociedades del primer mundo lo que el Papa Francisco ha llamado la globalización de la indiferencia. Dice así: “Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos
altera”
2.- La respuesta de la Iglesia ante las migraciones
Ante el fenómeno migratorio, los cristianos no tenemos otra alternativa que responder generosamente al sufrimiento de tantos hombres, mujeres y niños, que llaman a las puertas de nuestras sociedades del bienestar. Nos debe guiar en ello el comportamiento del Señor Jesús, que se identificó con el pobre, con el hambriento, con el enfermo y marginado. A la pregunta de los justos en la parábola del juicio final: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?, el mismo Jesús contestará: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 37-40).
En consecuencia, la postura oficial de la Iglesia ha sido muy clara desde el primer momento y siempre ha subrayado las consecuencias dramáticas del fenómeno migratorio y la necesidad del compromiso cristiano para paliar, en la medida de lo posible, sus consecuencias. El Papa san Juan Pablo II venía desde hace tiempo denunciando esta situación: “Nadie debe quedar insensible ante las condiciones en que se encuentran multitud de emigrantes. Se trata de personas que están a merced de los acontecimientos y que a menudo han vivido situaciones dramáticas. Los medios de comunicación social transmiten imágenes impresionantes, y en ocasiones escalofriantes, de esas personas. Se trata de niños, jóvenes, adultos y ancianos con rostros macilentos y ojos llenos de tristeza y soledad. En los campos de acogida sufren a veces graves privaciones. Sin embargo, a este respecto, es necesario reconocer el laudable esfuerzo realizado por no pocas organizaciones públicas y privadas para aliviar las preocupantes situaciones que se han producido en diversas regiones del mundo. Tampoco se puede dejar de denunciar el tráfico practicado por explotadores sin escrúpulos que abandonan en el mar, en embarcaciones precarias, a personas que buscan desesperadamente un futuro menos incierto. Los que se hallan en condiciones críticas necesitan intervenciones solícitas y concretas”
Por ello, el Magisterio de la Iglesia, “ha venido insistiendo en la urgencia de una política que garantice a todos los emigrantes la seguridad del derecho, evitando cuidadosamente toda posible discriminación, subrayando una amplia gama de valores y comportamientos (la hospitalidad, la solidaridad, el compartir) y la necesidad de rechazar todo sentimiento y manifestación de xenofobia y racismo por parte de quienes los reciben. Tanto en referencia a la legislación como a la praxis administrativa de los distintos países, se debe prestar una gran atención a la unidad familiar y a la tutela de los menores, tantas veces entorpecida por las migraciones, así como a la formación, por medio de las migraciones, de sociedades multiculturales”.
3.- “Obras quiere el Señor”
“Fui forastero y me acogiste”. Son palabras que, como el resto del capítulo veinticinco de San Mateo, siempre nos interpelan con una fuerza provocadora que nos llama a la conversión. Hoy nos interpelan todavía más aún ante la emergencia que plantean en los últimos días la avalancha a Europa de refugiados, de perseguidos, de hermanos nuestros que miran a nuestros países como la solución a sus inmensos problemas de hambre, de carencia de lo mínimo necesario para vivir con sus familias con cierta decencia en los países de origen, de falta de libertad a la que se ven sometidos en sus tierras que tienen que abandonar, e incluso de terribles persecuciones a causa de su fe. Las escenas que nos llegan, las situaciones que vemos o que adivinamos son tremendas, terribles, y golpean nuestras conciencias. Se ha convertido en nuestros días en preocupación preponderante de los Estados que, en justicia, se ven interpelados y urgidos a buscar soluciones y a proceder adecuadamente con justicia, sin que traiga consecuencias imprevisibles para los propios países. Una situación dramática que nos hace pensar y no cruzarnos de brazos.
Ante este fenómeno tan generalizado y masivo de la emigración, con motivaciones tan diversas y complejas, de proporciones tan gigantescas, de dramaticidad tan intensa y de urgencia tan grave, moviéndose tantos cientos y cientos de miles, en gran parte personas muy pobres y necesitadas de todo, que lo arriesgan todo a la desesperada, de un lugar a otro buscando casa, pan, libertad, condiciones más dignas para sí y para la familia, las palabras del Señor “fui forastero y me acogiste” cobran una fuerza todavía mayor y llaman a la conciencia de la Iglesia, a la conciencia de cada uno y a la de la sociedad en su conjunto.
Lo primero que esta realidad reclama de todos, y particularmente de la Iglesia, es el sentirnos al lado de los emigrantes, como si del Señor se tratara, ya que con ellos se identifica y cuya amargura Él también tuvo que soportar en los primeros años de su vida terrena y que ahora soporta en ellos mismos: algo, y mucho, todo, hay que hacer por ellos. Aceptarlos y acogerlos cordialmente para que se sientan reconocidos en toda su dignidad de hermanos, sentirnos solidarios de veras con los que sufren en su carne los efectos de la marginación y de la pobreza a la que, con frecuencia y por desgracia, se ven impelidos tantos y tantos emigrantes que vienen de otros países buscando otras condiciones de vida, o simplemente vivir. Ofrecerles hospitalidad, ser hospitalarios de verdad, sin exclusiones ni posturas discriminatorias.
Nosotros los cristianos, llamados a vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios, no podemos dejar de escuchar, acoger y cumplir aquellas palabras que recoge la Sagrada Escritura: “Si un emigrante se instala en vuestra tierra no le molestaréis: será para vosotros como un nativo más y lo amarás como a ti mismo, pues también vosotros fuisteis emigrantes en Egipto” (Lev 19,33). Y en otro pasaje: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor tu Dios te rescató de allí; por eso te mando que procedas así” (Deut 24, 17). Es un mandato de Dios el proceder de este modo con los inmigrantes. Un mandato que nos lleva a nuestra actuación personal y a reclamar y posibilitar que así sean tratados por la sociedad a través de las leyes pertinentes. No podemos ser pusilánimes, ni acobardarnos, tampoco perder la cabeza y dejarnos llevar sólo por sentimientos. Toda prudencia es poca, pero toda libertad y confianza en Dios, que nos grita a través del clamor desesperado de sus hijos más pobres y desgraciados, la necesitamos sin olvidar que la caridad no tiene límites. ¡Ante todo, la caridad! Es verdad que, de inmediato, surgen sentimientos de indignación y tristeza, no exentos de vergüenza, acompañados de compasión y movidos a la solidaridad; pero esto no basta y no arregla nada. Es necesario asumir los sentimientos de Dios y actuar en consecuencia.
No podemos pasar de largo y dar un rodeo con comentarios que señalan culpables o dan soluciones para los que tienen el poder de los pueblos. Habrá que actuar sin ponerse nerviosos, pero actuar; habrá que actuar colaborando con los poderes públicos, con los Estados y gobiernos que correspondan, pero actuar sin más dilaciones y paliar esta situación hasta que se encuentren soluciones globales y verdaderas; habrá que actuar denunciando, pero la denuncia sola no soluciona las cosas, hay que atender a los que nos llegan sabiendo que aquí los vamos a recibir como hermanos: “Obras quiere el Señor”, diría santa Teresa de Jesús.
4.- Propuestas de Cáritas Diocesana
Cáritas Diocesana de Valencia se ha señalado ya unos objetivos concretos como respuesta a mi petición. En cuanto organismo de la Iglesia, que tiene encomendada en la diócesis la misión de promover y coordinar la atención a los refugiados, ya ha anunciado una serie de propuestas de actuación, a las que pueden sumarse cuantos, cristiano y no cristianos, se han hecho conscientes de la urgencia de esta crisis humanitaria.
● En primer lugar, ha creado un formulario para que los interesados en ayudar puedan ofrecerse para la colaboración y el apoyo a las personas refugiadas. Para obtener más información y comunicar sus datos personales, pueden contactar con el sitio [http://www.caritasvalencia.org].
● Igualmente, se ha abierto una cuenta en el Banco de Santander para recoger donativos con destino a paliar las consecuencias de esta crisis. Su número es: ES71 0049 0781 9726 1025 5270.
● También va a establecer un grupo de coordinación con otras entidades (CAR, CEAR, ACCEM y Cruz Roja), así como con los Ayuntamientos, para mejor organizar el alojamiento y acompañamiento de las familias de refugiados.
● Se van a organizar próximamente cursos breves, de 10 horas de duración, para la formación de agentes de pastoral de migraciones, según las orientaciones de la instrucción pastoral del Pontificio Consejo para los emigrantes e itinerantes Erga migrantes cartas Christi y del documento Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos.
● Cada Vicaría territorial creará su propia Comisión de pastoral de las migraciones, para coordinar en el ámbito de su demarcación los diversos niveles de respuesta que requiere la acogida de los refugiados, contando en lo posible con personal experto en los ámbitos social, jurídico, psicológico, espiritual y pastoral. A su vez, deberá contar con el apoyo de otras entidades católicas especializadas en migraciones y refugio.
● Habrá también en las Cáritas parroquiales equipos locales de acogida y acompañamiento, encargados del acondicionamiento de los pisos cedidos en precario, para la gestión de las necesidades básicas (alimentación, ropa, gastos del hogar, etc.), para el acompañamiento de las personas y familias en sus propios hogares y para la coordinación del voluntariado local de acompañamiento.
● A través de Cáritas Diocesana se ofrecerán recursos de apoyo, como, por ejemplo, modelos de contratos, orientaciones para la acogida en el propio hogar, modelos de acuerdo interno con las familias, etc.
● Finalmente, como elementos de sensibilización de la población en general, divulgaremos las informaciones más comunes relativas a la población refugiada, los derechos que se les reconocen, las ayudas sociales previstas, los retos que plantean para la plena integración sus diversas tradiciones culturales y religiosas, etc.
En todo ello, será de una gran ayuda el testimonio personal de quienes obtuvieron asilo ya hace años y se han integrado plenamente en nuestra sociedad y en la comunión eclesial, así como de quienes tienen más reciente su experiencia de búsqueda de protección y esfuerzo para su integración social.
5.- Conclusión
Es mi deseo que todo el pueblo cristiano eleve súplicas confiadas al Padre común para que se encuentren caminos de solución a las dolorosas e injustas situaciones por las que pasan tantos hermanos nuestros, que, por razones diversas, han tenido que abandonar sus familias, su patria, sus tierras, buscando condiciones de vida humana más dignas. Introdúzcanse preces en la oración de los fieles por esta intención. Convóquense vigilias y encuentros de oración y de adoración. No endurezcamos nuestro corazón: “En casa hay sitio para un hermano más”.