10-04-2016
Sant Vicent Ferrer, tan profundament nostre, és el nostre sant més representatiu, el més arrelat en els costums i tradicions valencianes, el que més viu està en la memoria i la pietat popular, el que ha deixat una empremta més profunda en la nostra història, el més universalment conegut. Un sant próxim i familiar a tots els valencians que sol-liciten amb fervor la seua ajuda i intercessió.
Debo subrayar su nota más característica y más viva para los tiempos actuales que corremos: su impulso evangelizador. Fue un predicador que sabía llegar en su lenguaje llano al corazón de los sencillos, un anunciador incansable, a tiempo y a destiempo, con ocasión o sin ella, del Evangelio de Jesucristo, por tantos países de la vieja Europa que en ese Evangelio se sustenta y fundamenta y que tan necesitada está hoy de volver a él para reencontrarse a sí misma con renovado vigor, y así ofrecer al mundo entero el futuro que requiere. Sin duda que también para nosotros, para Valencia o España entera, que recorrió como un nuevo Pablo anunciando el Evangelio de la misericordia llamando a la conversión: hoy es un estímulo y acicate para no callar y ofrecer a todos la riqueza de la Iglesia que no es otra que Jesucristo, en quien tenemos todo el amor y la misericordia que necesitamos para vivir de otra manera, construyendo una sociedad nueva basada en el amor, el diálogo, el respeto mutuo, el bien común y la paz, edificando una nueva humanidad, una nueva Europa, una nueva España y una nueva Valencia hechas de hombres y mujeres nuevos con la novedad del Evangelio, que es el Sí más grande e incondicional de Dios al hombre, a todo hombre y mujer.
San Vicente Ferrer fue un mensajero de la paz, un infatigable promotor de paz y de concordia. ¡Cómo necesitamos esto aquí, en nuestra Comunidad Valenciana, en España! Andamos un poco “a la greña” y así no se edifica paz ni se genera concordia siempre tan fecunda. ¿Qué nos diría hoy, qué nos dice hoy, san Vicente Ferrer? Seguro que nos gritaría una y mil veces hasta que nuestra sordera se disipase: “Dichosos los que trabajan por la paz y la concordia”. Porque como andamos, reconozcámoslo, no podemos ser dichosos, felices, y esto, sin duda, por falta de concordia. Construir la paz es tarea permanente, de siempre, también de hoy: lo vemos cuánto apremia esto en un mundo tan violento, tan descalificatorio de los demás, tan excluyente, tan cerrado en sus egoísmos y opiniones particulares como el que vivimos. La Iglesia, los creyentes cristianos, no lo olvidemos, tenemos una gran responsabilidad que no podemos soslayar: somos Iglesia que vive de la Eucaristía, sacramento de caridad y de reconciliación, de misericordia; esta caridad y misericordia se ha de manifestar y palpar en el amor para con los pobres, los más pobres, los inmigrantes y refugiados, los perseguidos en sus países de origen, los desahuciados y sin techo; la Iglesia y nosotros como Iglesia nos sentimos llamados a compartir los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, particularmente en nuestro suelo valenciano.
Es preciso superar y señalar la injusticia que entraña, venga de donde venga y la cometa quien la cometa, aunque sean instituciones que están obligadas a actuar en justicia, el negar las ayudas que deben prestar a instituciones que están llevando a cabo una encomiable labor a favor de los necesitados.
En nuestra patria valenciana, la de san Vicente Ferrer, en España, necesitamos de la unidad por la que tanto trabajó y luchó nuestro santo; es preciso retejer el tejido de la unidad de nuestra sociedad, lacerado por tantos factores disgregadores. Como Pastor llamado a reunir los hijos de Dios dispersos –somos todos hijos suyos– siento en lo que está más dentro de mí, y me duele decirlo, la división que observo y que no es solo reflejo del pluralismo diferenciador rico y enriquecedor de una sociedad, como debe ser, plural, y donde todos nos respetemos, pero esto no es así, se trata de verdadero enfrentamiento lleno de riesgos. Y así no podemos continuar, nos abocaremos a la disgregación estéril y esterilizadora. Es hora de unidad no de confrontación; es hora de sumar y multiplicar, no de dividir ni de restar; es hora de buscar respuestas juntos a los problemas comunes; es hora de arrimar el hombro, de hacer espaldas, no de egoísmos ni de protagonismos en el fondo narcisistas, cuyas víctimas son siempre los mismos: los más débiles, los indefensos, los que no cuentan. Mucho temo que en la situación que nos encontramos no pensemos más en los pobres, los excluidos, o, como dice el Papa, “los descartados”.
Hermanos, amigos, valencianos, sigamos las huellas de san Vicente Ferrer que son las huellas de la santidad, las huellas de las Bienaventuranzas que proclaman dichosos a los pobres, a los misericordiosos, a los que lloran, a los que trabajan por la paz, a los que confían plenamente en Dios, escuchan y se apoyan en su Palabra, la cumplen. En la vida de los santos, como san Vicente Ferrer, que siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo, Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos, en san Vicente Ferrer, Dios mismo nos habla y nos ofrece un signo de su Reino, de su amor, de su invitación a la auténtica fraternidad en la que impera la comprensión mutua, la misericordia y la búsqueda esperanzada del bien común, cuyos beneficiarios primeros deben ser los últimos: “los últimos deben ser los primeros”.
Sin olvidar a los niños, a los que tanto quiso san Vicente Ferrer, sobre todo los más necesitados de amor, como los huérfanos –cosa terrible en su época–, para los que fundó un Colegio, el Colegio Imperial de Huérfanos “San Vicente Ferrer”, que pervive hasta hoy con vigor y ejemplarmente por tantos motivos en san Antonio de Benagéber. Desde aquí y con el estímulo de san Vicente me atrevo a pedir a quienes ostenten la responsabilidad de la vida pública que, por justicia y humanidad, respeten y ayuden como deben a los Colegios de niños necesitados de protección y ayuda –los niños siempre lo son– y que favorezcan sin trabas el tipo de educación que sus primeros y principales educadores y protectores, los padres, deseen para sus hijos, que es la mejor e insoslayable protección.
Que Sant Vicent ens auxilie a esta València nostra, tan volguda de veritat, que sempre va voler ell tan entranyablement i va considerar la seua patria i sa. casa. Va ser sant Vicent un valencià com cal que sempre va exercir de valencià, com tots voldríem ser en estos moments.
Per a finalitzar permeteu-me que compartisca amb vosaltres la alegria de comunicar-vos que ja s’estan donant els passos convenients per a promoure la Causa del Doctorat universal de l’Església de Sant Vicent Ferrer. I, en este sentit, s’estan duent a terme els encontres pertinents amb l’Orde de Santo Domingo, la Facultat de Teologia Sant Vicent Ferrer, la Universitat Católica de Valencia i el capítol de Cavallers Jurats de Sant Vicent Ferrer.
Que Déu ens concedisca arribar a felíç terme esta iniciativa tan justa com empeñativa. Pregueu perqué es realitze conforme al voler de Déu i bé de l’Església.