01-06-2016 EDUARDO MARTÍNEZ
“Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el ‘matrimonio’ entre personas del mismo sexo”. Quien así habla es el papa Francisco en su reciente exhortación apostólica Amoris laetitia, uno de los documentos más importantes de todo su pontificado.
Al referirse en ese mensaje a la ideología de género y a las políticas de equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio, el Pontífice quiso expresar de ese modo su apoyo a los obispos y grupos católicos hostigados en sus territorios por quienes no sólo enarbolan la bandera de la citada ideología, sino que además tratan de imponerla a quienes no piensan como ellos. Francisco se hacía eco así también del sentir expresado en el último Sínodo de los Obispos, en el que ese asunto fue tratado y denunciado por prelados de todo el mundo.
En Valencia hemos vivido un episodio que bien puede ejemplificar esas “presiones” a las que se refiere el Papa: la intervención del presidente de la Generalitat en las Cortes Valencianas el pasado 26 de mayo, en las que Ximo Puig reprobaba con dureza la homilía del cardenal Antonio Cañizares en la que avisaba del peligro de “legislaciones contrarias a la familia”, a las que se suman “movimientos y acciones del imperio gay, de ideologías como el feminismo radical o la más insidiosa de todas, la ideología de género”. En su explicación, el jefe del Consell -que contestaba en la sesión de control al Gobierno valenciano celebrada en Les Corts a una pregunta al respecto de la homilía del portavoz de Compromís, Fran Ferri- empleó entre otros argumentos contra el cardenal Cañizares unas palabras del propio papa Francisco. Tal vez pensó el president que confrontar al cardenal con su `jefe´, a las palabras del primero con el magisterio de la Iglesia, era una forma definitiva de desacreditarle. Pero, en honor a la verdad, si se examina lo dicho por Francisco sobre la ideología de género y la homosexualidad en lo que llevamos de pontificado, la conclusión debe ser justo la opuesta.
El presidente del Consell se limitó a recordar unas palabras del Papa que eran las que mejor encajaban en su propósito, aquellas famosas en un vuelo de regreso a Roma de “¿Quién soy yo para juzgar [a un gay]?”. ¿Es todo lo que ha dicho Francisco sobre la cuestión? En modo alguno.
“La teoría de género, esa equivocación de la mente humana”
Convendría que Ximo Puig, Fran Ferri y quienes suscriben sus intervenciones en Les Corts supieran que la Iglesia no condena a las personas (a ninguna, homosexual, hetero…) sino a los actos de unos y otros que considera inmorales. Sería bueno recordar también que el actual papa, en otro documento de primer orden, su encíclica Laudato si’, afirma que “la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” y que, por tanto, “no es sana una actitud que pretenda cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma” (como de hecho pretende la ideología de género).
En otros muchos momentos, Francisco ha advertido contra esta ideología. Baste citar sólo dos más. Una, en su visita a Nápoles el 23-3-2015, donde habló de “esa equivocación de la mente humana que es la teoría de género, que crea tanta confusión”. Otra, en su catequesis de la audiencia general el 15-4-2015, al plantear “si la considerada ‘ideología de género’ no se trata también de una expresión de una frustración y de resignación que busca borrar la diferencia sexual porque ya no pueden hacer frente a ella”. Ante ello alertó: “La eliminación de la diferencia [aspecto esencial en la ideología de género, del que deriva argumentalmente su promoción de la homosexualidad] es el problema, no la solución”.
Todo ello sería bueno que lo tuvieran en cuenta quienes además de propagar la ideología de género se permiten el lujo de dar lecciones de doctrina católica, al punto de confrontar a un cardenal con el Papa. Y se ve muy necesario también que comprendan, en aras del bien común, que cuando así habla la Iglesia, su pretensión no es condenar a persona alguna, sino fomentar su desarrollo, a veces ayudándola a corregir errores. La homofobia es execrable, anticristiana, pero criticar a la ideología de género en cuanto que ideología no es odiar a los homosexuales, que merecen todo el cariño y el respeto, y no por una concesión a ellos sino por su dignidad como personas. No es sano para una sociedad querer cercenar, mediante la injuria y la manipulación, tales ideas que sólo buscan el bien de todos.