L.M.A 23-06-2016
Enrique y Mercedes Montalt, durante la entrevista. A.SAIZ
EL sacerdote Enrique Montalt (Vinalesa, 1948), párroco de Jesús Maestro, y su hermana Mercedes (Vinalesa, 1959), maestra, vuelven a sorprendernos con un libro “Solo Estar” (ed. Desclée De Brouwer) que frente al activismo y al frenesí del hacer por hacer, invita a quedarnos en casa, a permanecer en el silencio y a percibir a Dios en lo hondo de nuestro ser. Lo único necesario para transmitir el Evangelio es “estar” con Jesús, vivir en el espíritu de Jesús la experiencia del Padre.
– ¿Podrías describir vuestra trayectoria espiritual?
– Mercedes: Hace bastantes años que participamos en los Ejercicios de Contemplación con Xavier Melloni en las Cuevas de Manresa. Ahí experimentamos que “sentarse”, respirar, acallar los pensamientos, sentimientos y la palabra sagrada nos iban reconciliándonos con nosotros mismos, con lo que es.
– Enrique: La postura corporal, la respiración, las manos, la atención plena nos disponen al Silencio, a solo estar. Mientras estamos en posición sedente, toda la atención focalizada en la respiración y en la palabra sagrada experimentamos silencio, quietud. Y percibimos nuestro ego mental que se diluye y emerge el observador, el testigo, el alma.
– ¿Esta práctica contemplativa siempre ha ido bien, o ha tenido altibajos?
– E: No penséis que todo es fantástico. Comprobamos que quedarnos en silencio es muy difícil. El reto siempre es perseverar; creer que hay cosas más necesarias que “sentarse” y la tentación es dejarlo, o lo haré más tarde.
La respiración nos enseña a entregar, a entregarnos a “solo estar”, en la certeza de que Dios está en nosotros; aprendemos a rendirnos solo a Él. Una gran fe se necesita para sentarse en silencio y quietud. Esto es muy sano: coloca al ser humano en una posición más rendida, humilde.
– ¿Y cuáles son los beneficios del “sentarse”, de “sólo estar” ante Dios con esta práctica meditativa?
– E: Los regalos de “sentarse” se perciben fuera de la meditación y la lista es muy larga y maravillosa. Lo primero, para estar en silencio y sentado no es condición que uno esté bien. El mismo Jesús nos decía: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.
Gracias a ese sentarse, respirar, y estar en silencio aprendemos a no querer ir a ningún lugar distinto a aquel en que se está. Al meditar mantenemos la atención no en los pensamientos y sentimientos que provocan nuestros estados personales, sino que prestamos atención con amabilidad al momento presente y a ello nos ayuda el respirar; es ahí donde enfocamos la atención, y la mente se aquieta y no ejerce dominio sobre el observador; habito en el observador, ese es mi lugar, mi casa, mi yo auténtico.
Los Ejercicios nos disponen a estar con Dios, a vivir en diálogo con Él en el fondo de nuestro ser y lo llamamos coloquio del silencio.
La contemplación es un placer, pues presupone haber encontrado a Dios y gozarse en Él: “He hallado a aquel a quien ama mi alma; ya nunca le dejaré” (Cantar de los cantares, 3,4). En los Ejercicios miramos a Dios con atención amorosa; los orantes se contentan de estar cerca de su Amado por el reposo, la serenidad y la quietud.
La práctica espiritual de “sentarse en actitud orante” es la única “cosa necesaria”. Y la verdad es algo que nos supera. Solo Dios puede enseñarme a encontrar a Dios.
– ¿Qué lo nuclear de esta practica meditativa?
– E: “Aprender a callar para quedarnos en silencio” Sentados disfrutamos del hecho de inspirar y exhalar; permanecemos ahí, sin hacer nada más; no buscamos otra cosa más que estar; no deseamos nada; solo estar. Y esto crea un modo de ser que nos hace más humanos y amables. Al permanecer en solo “estar”, vivimos en nuestra identidad.
En cada inspiración recibo y en cada espiración ofrezco; recibo y ofrezco; soy un vaso que se colma y un vaso que se vacía, para volverse a colmar de lo nuevo; me lleno de su presencia y me entrego a su presencia.
Con la inspiración incorporo una invocación, Cristo. Y con la espiración, Jesús; el aire que inspiro se llena de su nombre, que recorre cada una de mis células y el aire que expiro se llena de mi entrega; de mi verdadera identidad, soy hijo.
– M: En los Ejercicios de Contemplación me hago disponible para el encuentro con Dios y en Él permanezco, estoy. No tengo palabras para describirlo, en cuanto las pongo, Él deja de estar ahí. Es el Misterio que me habita. Vivo en Él; no soy yo es Él quien habita en mí; y mi vida se hace al estilo de Jesús: donación y entrega; y cada vez que inspiro me siento mirado y amado por mi Dios y Señor; y cada vez que expiro me miro y amo con la mirada y el corazón lleno de ternura y compasión; soy otro Cristo; ésta es mi identidad, mi esencia, mi ser verdadero.
– ¿Qué repercusiones tiene esto para vuestra misión?
– E: Paro, respiro, estoy atento y dispuesto a vivir desde lo que Soy. Y así mi sacerdocio como cualquier estado de vida es expresión de ese “estar”, “estoy para ti”; el otro no es un objeto que yo puedo utilizar; la tierra no es un planeta para que haga lo que me dé la gana; desde lo que soy, no soy un depredador: estoy aquí para cuidarte. Por eso he decidido abrir los ojos y ponerme en pie, vivir con atención plena. He decidido cuidar y estar atento a las sensaciones corporales, al acallar mi mente desaparece mi egoísmo y el verme superior a nadie; celebrar la Eucaristía; he decidido pasear; saludar a los que me encuentre al menos con una mirada afable y estar muy a gusto conmigo mismo, con todos y con Dios.
– M: Disfrutar de la naturaleza y cuidar la allá donde esté, como el bello paraje del parque del Penyagolosa y su pueblo Villahermosa del Río; visitar a los enfermos, atender a quien me lo pidiere; decido recitar mis oraciones todos los días, postrarme ante Dios que es lo más sagrado desde mi pequeñez. De ahí brotará una palabra única y definitiva del Testigo que soy: ¡Gracias!