Eduardo Martínez | 09-11-2017
La de Álvaro Gómez-Ferrer es una de esas biografías que hacen comprender inmediatamente cuánto puede llegar a dar de sí una vida, qué cantidad de trayectorias se pueden emprender y con qué intensidad tan alta. Figura destacada del panorama cultural valenciano, arquitecto de renombre y proyección internacional, a sus 78 años es vicepresidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos; ha concluido hace sólo un año uno de sus proyectos más destacados, la rehabilitación y ampliación del Museo de Bellas Artes de Valencia; disfruta y habla con orgullo de su familia, de su mujer, Mercedes, de sus cuatro hijos y 13 nietos; y cuando echa la mirada atrás, a las decenas de países que ha visitado como urbanista de sus ciudades, o como responsable mundial junto a su esposa del movimiento católico para matrimonios Equipos de Nuestra Señora (ENS), lo hace sin melancolía, más bien con gratitud. Acaso porque todo lo aprendido sigue vivo en él, operante, o también porque sigue viajando con frecuencia, o porque su fe acaba por llenarlo todo de sentido pese a la fugacidad del tiempo.
– En sus múltiples viajes por todo el mundo ha podido entrar en contacto con infinidad de matrimonios. Se dice que la institución familiar está en crisis. ¿Cómo percibe usted la familia, sus desafíos actuales, la solución a ellos…?
– Creo que lo principal aquí es que cada familia analice su propia situación concreta, que haga un buen diagnóstico, que sea plenamente consciente de lo que le sucede. Sólo así se pueden aplicar medidas eficaces ante las dificultades. Las soluciones pasan normalmente por el entorno más inmediato. Es importante también tener paciencia, los cambios se producen normalmente poco a poco; ser sincero con uno mismo, autocrítico, reconocer los propios errores, tener autodominio; y, por supuesto, la comunicación, que los matrimonios hablen entre ellos y con sus hijos en un nivel profundo.
– Precisamente en el movimiento al que pertenece, los ENS, uno de los puntos fuertes es la espiritualidad conyugal, el lugar central del matrimonio y la familia…
– Sí y se intenta hacer las cosas con seriedad. Dentro de la metodología de los ENS, cada mes se revisan y se comparten en equipo unos puntos de esfuerzo, que son los que encarnan la espiritualidad conyugal. Lógicamente, muchas veces se presentan dificultades o no se consiguen del todo, pero al menos eso sirve para tenerlos presentes todo el tiempo y tener un objetivo común. De esos ‘puntos concretos de esfuerzo’, como se llaman a estas acciones, la que a mi juicio más ayuda es el ‘deber de sentarse’, que es un diálogo en profundidad con tu cónyuge. Se hace una vez al mes ante la presencia de Dios. Hacer oración juntos es muy importante. Las parejas hablan de muchas cosas, pero con dificultad se comparten sentimientos profundos. Institucionalizar ese nivel de diálogo facilita la comunicación en el matrimonio, la detección de posibles problemas y su solución.
– Muchos matrimonios católicos hablan de una creciente dificultad a la hora de enseñar la fe a sus hijos. En su opinión, ¿qué es lo más importante que hay que tener en cuenta para lograrlo?
– La oración con los hijos, sin duda. Para la transmisión de la fe en la familia lo primordial es esto. Y no es difícil, aunque necesita de ciertas condiciones: evitar la rutina y ponerse en un cierto plano de igualdad entre padres e hijos a la hora de rezar. En este sentido, el padre marianista Manuel Iceta nos ayudó mucho a mi mujer y a mí en nuestra época de crianza de los hijos, cuando éramos responsables de ENS en España. Sus libros nos orientaron mucho, sobre todo ‘Hogares en oración’, donde propone varios modelos de oración en familia. Ahora hemos propuesto a la editorial PPC volverlo a imprimir con alguna adaptación porque sigue siendo muy valioso. Pues bien, en aquella época compramos un libro para cada hijo y para nosotros. Y cada vez dirigía uno la oración. Era espectacular. La tele apagada y la familia rezando unida. Los hijos estaban muy motivados porque se sentían protagonistas. Es importante la apoyatura en un método y que éste se adecúe en función de la edad. Esta oración que se hacía cada mes o dos meses se terminaba con una merienda en sábado, muy bien preparada. Las cosas no son mejores porque se hagan muchas veces sino porque se hagan bien alguna vez. Todo aquello les marcó muy positivamente para toda la vida.
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