"Germans i germanes, confiem plenament en la Mare de Déu" Carta semanal del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares Llovera y actos previsto para la fiesta de la Virgen

(FOTO: M.GUALLART)
Queridísimos hermanos y hermanas: este domingo, con una alegría que no cabe en nuestro pecho, celebramos la fiesta de la Mare de Déu deIs Desamprats, la nostra Mareta. Reconozcamos que «este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo»; es un día para que cantemos con la mejor de nuestras voces a la Santísima Virgen de los Desamparados; es una día para que no callemos, como los niños que, en Jerusalén, aclamaban a Jesús al entrar en aquella ciudad sobre un borriquillo, en la que se iba a consumar su pasión y su Cruz gloriosa; es un día singular para dar gracias por la fe, que «en terres valencianes no mor», precisamente, per la Mare de Deu dels Desamparats, como cantamos en el himno en su honor; esa fe en Jesucristo, que por Ella conservamos, es hontanar y manantial inagotable de humanización verdadera de nuestro mundo y fuente y venero inextinguible de cercanía a todo desamparo y con los desamparados, que tienen nombres concretos y viven situaciones concretas, conocidas u ocultas.
Hoy, y cada día, no podemos silenciar el «homenaje de pur i ver amor» a la Madre de Dios y de los Desamparados, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos, vida y dulzura, esperanza nuestra. No puede haber mayor esperanza para los desterrados hijos de Eva que María, Virgen de los Desamparados, «reina del cel i la tierra». Ella vive con nosotros, sus hijos, porque, con Juan el Apóstol querido, la hemos acogido en casa; Ella está en el cielo: en el cielo tenemos una Madre. La madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra Madre. En el cielo tenemos una Madre, que es Madre de los Desamparados de la tierra. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón. ¡Qué grande es Dios, qué grande ha estado con nosotros!.
Germans i germanes, confiem plenament en la Mare de Déu, Mare del Desamparats: mai s’ha sentit dir que ningú dels qui han acudit a sa protecció i li ha implorat el seu socors, haja segut desamparat per Ella. Per això, A Tu venim a que ens ampares ara i sempre, i en l’hora de la nostra mort, especialment en els instants difícils de la nostra vida, en les grans dificultats del moment que vivim, en les actuals circumstàncies difícils de la nostra terra de València, sempre oberta a ofrenar noves glories a Espanya, en esta hora crítica de la seua història.
Es la grandeza, es la verdad de Dios lo que proclama y canta la Virgen María, y nosotros nos unimos a Ella, en el canto del Magníficat. Ese canto maravilloso que brota del corazón lleno de la fe de María, la fiel esclava del Señor, dichosa porque ha creído, que permanece junto a la Cruz, nos descubre el alma de la Virgen y la expresión más neta de su personalidad. Ese canto es, en expresión de Benedicto XVI, un retrato, un verdadero icono de María, en el que podemos verla tal cual es, es el que vemos en la imagen bellísima, rodeada de mágico resplandor, que llevamos siempre en nuestro corazón de la Mare de Deu del Desamparats.
Fijémonos que lo que Ella destaca en ese canto suyo es la grandeza de Dios, es decir, su misericordia infinita, su obra que engrandece, levanta y salva al hombre caído, al pobre, humillado, afligido o desamparado, las maravillas que Dios ha hecho, hace y hará en favor de los hombres. «María desea que Dios sea grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté presente en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un ‘competidor’ en nuestra vida, de que su grandeza pueda quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. Ella sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grandes. No oprime nuestra vida sino que la eleva y la hace grande: se hace grande con el esplendor de Dios» (Benedicto XVI), que es su amor, su grande e infinita misericordia.
¡Salve, Reina del cel i la terra! ¡Salve, Verge dels Desamparats! ¡Salve, sempre adorada Patrona! ¡Salve, Mare dels bons valencians!