Eduardo Martínez | 24-05-2019
Pablo besando la bandera española durante las bodas de plata de la promoción de la Guardia Civil en Aranjuez, el año pasado.
La llamada de Dios a la misión de cada uno puede llegar en cualquier momento y en cualquier situación. También mientras eres teniente de la Guardia Civil y aunque ese encargo sea nada menos que el de ser sacerdote. Eso mismo es lo que le sucedió a Pablo Lucena. Su vocación sacerdotal despuntó mientras servía en activo a la Benemérita. Allí se encontraba integrado, a gusto, satisfecho de poder servir a sus conciudadanos en la lucha contra el terrorismo o el narcotráfico. Pero Dios debió de ser muy persuasivo porque acabó ordenándose como sacerdote del Opus Dei y, hoy en día, ejerce su ministerio en la iglesia de San Juan del Hospital, en Valencia, acompañando principalmente a jóvenes y personas enfermas. Eso sí, este sacerdote natural de Baena (Córdoba) y de 51 años de edad, sigue amando a la Guardia Civil, a la que sigue vinculado en régimen de excedencia. Dice, de hecho, que su vocación a la Benemérita “era absoluta”, que le costó mucho realizar aquel cambio tan drástico y que, por mucho que sea feliz en el sacerdocio, si ahora “me da el sol en la cara, el tricornio lo sigo llevando en la sombra”.
– ¿Cómo descubrió su vocación al sacerdocio siendo guardia civil?
– En realidad descubrí mi vocación al sacerdocio siendo numerario del Opus Dei. Me pasó como a tantos otros numerarios. Como también le pasó a la Virgen. En su primer ‘sí’ a Dios Padre estaba todo incluido, ¡incluso un cambio de planes! En la cruz, Jesús le pidió que fuera nuestra Madre. A mí también me pidió un cambio de planes: que fuera sacerdote ministerial. Pero esto no se entiende si no partimos de la llamada que Jesús me hizo al Opus Dei como numerario cuando tenía quince años y a mi respuesta afirmativa.
Con los años, le había dicho a mi obispo, don Javier [monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei en ese momento], que mi entrega a Dios quería ser total, incluso por delante de mi vocación profesional a la Guardia Civil. Y un buen día me lo pidió.
No sentía ninguna atracción humana por el sacerdocio fuera de la estima que nos suscita a todos. Y, como había pasado quince años antes [al decidir vivir en celibato como numerario del Opus Dei], dije que sí. En Roma lo estuve sopesando con mucha calma y volví a decirle al Prelado que sentía la nueva llamada de Jesús y que estaba dispuesto a ser sacerdote. Don Javier me ordenó el 1 de septiembre de 2002 en Torreciudad.
– ¿Cómo recibieron sus compañeros y familiares la noticia?
– Recuerdo que algún compañero de Tarifa me hizo llegar el comentario de que era una pena con la carrera que llevaba en el Cuerpo… ¡Me hizo sonreír! Primero se lo comuniqué a mis padres y a mis nueve hermanos. Fliparon y me apoyaron felices, no se lo esperaban. Mi hermano Juan, el que me sigue, quiso asegurarse de que no era una decisión del momento –había pasado una mala racha profesional–. Después se lo dije a mi tíos y primos. Y cuando estaba reuniendo fuerzas para decirlo en la Comandancia, mi jefe me llamó a su despacho para decirme que mi primo, entonces subdelegado del gobierno en Cádiz, se lo había contado por teléfono pensando que ya estaba al corriente. Me invitó a tomarme más tiempo en esa decisión porque veía que disfrutaba en el trabajo… Me llevé el sable de oficial a Roma y ascendí por antigüedad a capitán con mi promoción de la Academia estando ya en Roma.
Como sigo estando en situación de excedencia, podría volver al Cuerpo en un destino de capitán… Pero creo que ese pluriempleo no es muy viable. Mis compañeros son ya veteranos tenientes coroneles…
– ¿Qué labores desempeñaba en la Guardia Civil?
– Estuve en dos destinos a cual más interesante. Primero estuve mandando los cuarteles de Murguía y Llodio, en Álava, de julio del 93 a noviembre del 95. Después marché a Algeciras y mandé la unidad de información. Allí tuve la suerte de montar el equipo de portavoces de prensa de la Comandancia. La verdad es que disfruté en el País Vasco y pude conocer de primera mano las miserias del terrorismo y del narcotráfico. Lo mejor del trabajo como teniente de la Guardia Civil fueron mis compañeros. Mi padre también fue oficial de la Guardia Civil y un día le escuché que su mayor ilusión era encontrar subordinados que le dieran cuatro vueltas como guardias. A mí me pasa lo mismo. Tengo la suerte de haber hecho muy buenos amigos guardias y cabos… Con los sargentos creo que la fastidié porque me implicaba demasiado.
– ¿Qué recuerdos le quedan de la Benemérita?
– Hasta que me fui a Roma viví en una casa cuartel. Siempre he creído que si hiciéramos una asociación de hijos del Cuerpo podríamos tener una voz potente para apoyar las justas causas de los ‘picoletos’. La Guardia Civil es una familia. Hemos vivido juntos, con las puertas abiertas y con un orgullo tremendo. La culpa de este fenómeno especial es del fundador del Cuerpo, el duque de Ahumada, un auténtico ‘crack’.
Recuerdo mi amable Murguía, la ducha de agua fría por la mañana con el agua del deshielo del monte Gorbea, las carmelitas, el discreto párroco… y mis guardias del cuartel, en especial Emiliano y Rafa. El club Indar en Vitoria y sus muchachos. Rafa Larreina, los del servicio de Información de la Comandancia, Carlos Urquijo, Santi Abascal padre e hijo… y especialmente Llodio y sus guardias con sus familias: del matrimonio Sanchidrián, Carlos, Paco…
De Algeciras recuerdo muchas cosas porque pasaron muchísimas cosas. Tenía multitarea en el trabajo y en casa. Pero me quedo con mis sargentos, cabos y guardias del servicio de información. Del ‘apañao’ guardia Peláez. Del mítico capitán Osorio. De mi comandante Ignacio… Me dejo muchos en el tintero… Quizás lo que nos ocupó más esfuerzos fue el conflicto del ‘cable de Tarifa’, el cable submarino de conexión eléctrica entre las redes de España y Marruecos.
– ¿Tuvo alguna misión peligrosa?
– El Señor me protegió precisamente allí, en las afueras de Tarifa, el día de la huelga general que derivó en una carga policial con más de veinte heridos entre guardias antidisturbios y manifestantes. La plataforma contra el cable lideraba la protesta. Después de la carga policial su portavoz, Antonio Vergara, contuvo a los chavales que le acompañaban cuando llegaron a mi posición. Estaba en inferioridad y, al parecer, querían vengarse. Esto lo supe después. Nunca se lo he dicho porque no teníamos mucho trato, pero, lógicamente, siempre le he agradecido ese gesto.
Junto con sus compañeros de la Benemérita, en Aranjuez.
– ¿Cómo ejerce en este momento su ministerio sacerdotal?
– Estoy incardinado en la Prelatura del Opus Dei y el Prelado me agencia la labor… El año pasado cambié mi labor pastoral, dejé la atención de jóvenes en el club Alfambra y me integré en el equipo de la iglesia de San Juan del Hospital. Atiendo a un grupo de universitarios y jóvenes profesionales, confieso en San Juan los jueves por la mañana, atiendo algunos enfermos en sus casas, viajo a Gandía y a Torrent, estudio y últimamente estoy produciendo vídeos de contenido religioso. Además estoy en fase de publicar un libro para hacer la oración con el Evangelio… Un pequeño ‘collage’.
– ¿Qué valora más de ser sacerdote, qué le hace más feliz?
– La misa. Esta mañana, por ejemplo, he ‘traído’ a Jesús a España y lo traigo todos los días. El Señor me usa para renovar el sacrificio de la Redención. Y también es muy satisfactoria la confesión. Ahí estás cara a cara con las profundidades de la otra persona. Es una labor muy delicada pero muy bonita.
– ¿Qué destacaría del Opus Dei?
– Cada uno es diferente y busca vivir con Jesús su día a día. Pero sufrimos una leyenda negra. Me gustaría contrarrestar la idea de que en el Opus todos pensamos igual. Hace unas semanas estaba en Córdoba con mi madre y ayudaba a mi sobrina Lola en sus deberes del cole. En las tres hojas que su libro de historia dedicaba a Franco aparecía un pequeño párrafo que hablaba de los diferentes equipos de gobierno que tuvo. Lo que se decía era que la mayoría de los tecnócratas de sus gobiernos de los años sesenta y setenta eran del Opus Dei. Punto. Sin contexto ni pretexto ahí quedaba sembrado eso. Ese pequeño párrafo sigue dando pie a que se perpetúe la idea de que la Obra es ‘ultramegahiperconservadora’, nacionaltradicionalista, carlista o últimamente fascista. Supongo que alguno habrá. Pero la libertad, la paz y la secularidad son tres claros acentos del carisma del Opus Dei. Creo que nadie ha hablado tan claro como san Josemaría Escrivá sobre la libertad individual en la Iglesia y en la sociedad, sobre todo en materia política. Quizás, esta libertad de espíritu y que, por tanto, no somos un ‘lobby’, no se entiende bien. Mi experiencia es que en la Obra cada uno ¡hacemos lo que nos da la gana! Es más, la libertad se fomenta tanto como la responsabilidad personal porque son la base del amor a Dios y a los demás y, también, de la acción política.
– ¿Qué le diría a un joven que se está planteando el sacerdocio?
– La llamada al sacerdocio es unirse a Jesús sacerdote. Es como ser un portal de acceso a Dios para toda la Iglesia y para todo el mundo. Un acceso sacramental, decimos en teología. A ese joven le diría, con admiración, que lo piense tranquilamente. Yo me lo tomé con mucha calma en Roma antes de confirmar al Prelado que sentía esa llamada. Que lo hable con Jesús en la oración. Hay mucha experiencia vocacional en el Nuevo y en el Antiguo Testamento. Que lo hable con quien le pueda ayudar. Que confíe en el plan que Dios Padre tiene para su vida y la de miles de personas que se acercan a Jesús a través del sacerdocio. Que experimente la felicidad de darse a los demás con generosidad. Y que decida sin miedo en un sentido o en otro. ¡Viva la libertad! Y que procure no agobiarse porque el peso del mundo lo soporta Jesús, nosotros más bien le estorbamos: nadie está a la altura de esa misión. Por eso el sacerdocio es una vocación que da alas y hace tan feliz.