L.A. | 5-07-2019
Grabado del primer asedio francés a la ciudad de Valencia en 1808.
Hasta en tres ocasiones, alguna de ellas in extremis, el Santo Cáliz de la Última Cena del Señor, fue salvado de caer en manos de los franceses o de otros aspirantes a quedárselo, durante los sucesivos asedios que sufrió Valencia por las tropas napoleónicas, hasta la conquista de la ciudad en 1812 por el general Suchet. La más preciada reliquia de nuestra Catedral de Valencia, donde es venerada desde el siglo XV, podría estar hoy robada o perdida en Francia o quien sabe dónde, si no fuera por un sacerdote de Albaida encargado de la custodia del Santo Cáliz y del resto del tesoro de la Catedral: el P. Pedro Vicente Calbo, que logró salvarlo en circunstancias en extremo azarosas, cuando tuvieron que sacarlo de Valencia por mar a Alicante y en una segunda ocasión a Ibiza. Ahora, un abogado especializado también desde hace décadas en aquella época histórica, César Evangelio, culmina una rigurosa investigación de cinco años (“en mis tiempos libres” precisa), sobre el manuscrito en el que el P. Calbo dejó fiel registro de aquella auténtica peripecia y sobre otros legajos del Archivo de la Catedral de Valencia. Fruto de ello es el libro ‘Salvamentos del Santo Cáliz en la Guerra de la Independencia. Valencia-Alicante 1809-1810’, que acaba de presentar en la propia Catedral.
– ¿Quien fue el P. Calbo?
– Era un sacerdote de Albaida, director del Seminario de Valencia, beneficiado de la Catedral y hombre de confianza del canónigo Alcedo a quien encargaron el traslado del Santo Cáliz a Alicante cuando Valencia, en 1809, temió sufrir un nuevo asedio francés tras el fallido del año anterior. Él conoció los hechos porque en el traslado a Alicante y a su vuelta a Valencia estuvo siempre al frente, incluso en solitario cuando falleció Alcedo en aquellos traslados.
– Habla de ‘salvamentos del Santo Cáliz’ en su obra, así en plural ¿Cuántos hubo y cómo se tomaron aquellas decisiones?
– Hablo de salvamentos en plural, refiriéndome en principio a los dos que se dirigieron a Alicante en 1809 (donde estuvo diez meses) e Ibiza en 1810 (donde permaneció año y medio, antes de ser llevado a Mallorca (donde estuvo luego hasta el final de la ocupación francesa de Valencia). No obstante, desde la óptica de la Iglesia valenciana de entonces, creo que cabría considerar también como tercer salvamento el que, entre los dos ya citados, supuso la evacuación del tesoro catedralicio desde Alicante a Valencia a finales de enero de 1810, pues se consideró en tal momento que las reliquias y alhajas corrían también grave peligro de apropiación por las mismas autoridades españolas.
Las decisiones se tomaron de modo prácticamente unilateral por la Iglesia valenciana, con la mayor reserva posible y una inquietante soledad. Tan sólo en el regreso desde Alicante se enteró la autoridad con una mínima antelación, consiguiéndose del gobernador Iriarte una escolta militar para el retorno.
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