CARLOS ALBIACH | 14.05.2020
“No puedo ver lo sucedido más que como una gracia del Señor”. Con estas palabras la hermana de Iesu Communio Judit María, de 35 años y natural de Madrid, habla del “paso del Señor en su vida” tras contraer la enfermedad del covid-19 y estar aislada en su convento de Godella además de tener que vivir la muerte de su padre, José Luis, por esta misma enfermedad y con 75 años, a distancia.
Judit María, que entró en Iesu Communio hace 18 años, empezó a tener fiebre alta el 11 de marzo por lo que tuvo que aislarse del resto de la comunidad para evitar el contagio. Confinada en una habitación estuvo 18 días, diez de los cuales los pasó “bastante mal”, como ella misma relata. Estando en esa situación tuvo noticia el 11 de marzo de que su padre había comenzado con los síntomas. Ocho días después falleció.
Esta experiencia, “no exenta de dolor”, como indica, ha sido para ella todo un encuentro con el Señor: “Lo he vivido como una experiencia de gracia y salvación enorme, me sentía como cuando en el Evangelio el Señor se lleva a sus amigos a un lugar aparte, en comunión con mis hermanas y toda la Iglesia. También me unió a una multitud de enfermos”. “Sobre todo en las noches, que se hacían eternas, lo único que hacía era pedir al Señor por ellos, para que le pudieran ver y reconocer. Estaba día y noche con la mirada levantada para no quedarme en lo que me estaba pasando a mi sino para que Él me tomara y que eso fuera vida para otros”, añade.
“Gracias a la fe no lo he vivido ni con rabia frente a Dios ni con desesperación”
La joven religiosa, como relata, “a pesar de sufrir y llorar”, no ha vivido estos acontecimientos “ni con rabia frente a Dios ni como una desesperación gracias a la fe”. “Señor tú lo sabes y estamos en tus manos”, rezaba. En este sentido, detalla, ha sido muy importante pensar que “Dios lo ha vivido primero”. “Me emociona pensar esto, como lo ha vivido primero, Él sabe lo que es la soledad y tener a distancia a los suyos, sabe lo que es morir solo en una cruz, y mucho más. Esto es mi descanso y mi consuelo”.
Esta situación hizo que la hermana Judit María no pudiera acompañar a su madre y a sus tres hermanos tras la muerte de su padre, que vivía su fe en el Camino Neocatecumenal. “No pude estar físicamente con ellos, y les quiero muchísimo, pero es verdad es que ha sido un regalo de Dios como el Señor a través de mi padre ha querido confirmarme aún más en la vocación”. Y es que, como relata, le ha unido a ellos “permaneciendo en su voluntad”.
Tras la muerte de su padre la hermana destaca que ha sido “una privilegiada el poder unirse a su padre en la enfermedad”. Así, recuerda como sus padres “con sencillez” le han transmitido la fe desde “pequeñita” a través del ‘Shemá’ -la oración del Deuteronomio que invita a amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo – y que, como añade, “se ha cumplido” en su padre.
“Dios llega a todo”
“Tengo la certeza cada vez mayor de que mi padre no ha muerto solo, como tantos no han muerto solos”. señala. Para explicarlo recurre a la imagen del recordatorio de su profesión perpetua en el que se muestra a una madre abrazando a su hijo: “Dios me regala unirme a esa maternidad de la Iglesia que me abraza y sostiene así. La verdad es que donde humanamente no llegamos, Dios llega, y la Iglesia orante abraza y sostiene a todos ahí”.
La hermana Judit María reconoce que ha habido muchas voces, “todas entendibles”, que me destacaban “el horror, que he pasado”. Sin embargo, cuenta, “yo no lo hubiera elegido pero la verdad es que Dios sabe más y yo hay algo que no puedo dudar, que Dios me ha hecho bien siempre, y no lo cambiaría aunque fuera sufriendo”.
“No puedo negar que mi padre nos ha abierto más el cielo. Lo que más me ha impresionado leer en la Escritura es que el Resucitado apareció con la marca de las llagas porque ahí es donde necesito verle, que Él ha pasado la muerte, el dolor, ahí quiere que le reconozcamos ahora, esta es su promesa para todos ahora: que si él vive la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida eterna, que se nos abre y concede vivir”, concluye.
"Os espero en el cielo"
Querida hija:
Si estás leyendo esta carta es señal de que he subido al Padre y ya no estaré más entre vosotros. Pero no estés triste, porque lo que vais a enterrar es solo mi cuerpo, ya que mi alma estará gozando del rostro de Dios; y digo eso no porque haya sido mejor o peor que otros, sino porque confío plenamente en la misericordia del Señor.
Quizá te preguntes por qué estoy escribiendo esto en éste preciso instante. La verdad es que no te sabría dar una razón concreta, pero siento que debo hacerlo ya y aquí me tienes.
A veces me pregunto: ¿Qué hemos hecho para obtener tantas bendiciones de Dios?, ¿por qué ha escogido a una de mis hijas para ser su esposa? Como verás, toda nuestra vida ha sido una clara manifestación del inmenso amor que Dios nos tiene.
Así pues, no estés triste, reza por mí, tú que estás tan cerca del Señor, para que me perdone todas mis culpas y, como dice el cántico: ‘Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor’.
Ojalá que el Señor te conceda seguir adelante en tu vocación y crecer en la fe junto a tus hermanas. Sin duda, has escogido lo mejor.
Te quiero pedir un favor: Cuida la fe de tus hermanos y permaneced siempre unidos, y si tu madre vive aún, no te olvides de ella, que se quedará muy sola. Reza para que el Señor la sostenga cada día.
Perdona a todas aquellas personas que nos hicieron daño, reza por ellas todos los días y lograrás un gran alivio en tu interior. No olvides que nadie es inocente frente a Él.
Busca al Señor todos los días de tu vida, espera la llegada del Esposo y serás dichosa.
Cuidaos mucho todas.
Te quiere con locura tu padre
Rezad por mí y cuidaros mucho unos a otros. Manteneos uníos y perdonad a todo el que nos hizo mal. Socorred, en la medida de vuestras posibilidades las necesidades que tengan los demás y especialmente la comunidad religiosa de Judit, a quien he querido siempre de forma entrañable. Os espero en el cielo.