L.B. | 09.07.2020
El religioso claretiano José María Ciller, que fue vicario episcopal para la Vida Consagrada en la diócesis de Valencia durante 31 años -de 1985 a 2016-, entre otras responsabilidades pastorales, falleció el pasado lunes 6, a los 93 años.
Actualmente, el padre Ciller residía en una de las comunidades que la congregación claretiana tiene en Zaragoza, a la que fue trasladado en 2019 atendiendo “al deterioro de su salud”, según informan desde la congregación.
El martes, la capilla de la comunidad claretiana de Zaragoza acogió la celebración de una misa funeral por su eterno descanso y está previsto que las comunidades claretianas de Valencia organicen misas después del verano.
Ciller nació en 1927 en Cartagena (Murcia), donde conoció la congregación de Misioneros Claretianos y a cuyas casas de formación se incorporó en 1945, emitiendo sus primeros votos dos años más tarde, cuando contaba con veinte recién cumplidos. Tras cursar sus estudios filosóficos y teológicos en diversos centros claretianos de Aragón, Barbastro, Vic, Solsona y Valls, fue ordenado sacerdote el 10 de mayo de 1956.
De 1959 a 1962 residió en Roma, donde se doctoró en Ciencias Sociales por el Angelicum y desempeñó importantes labores encomendadas por el gobierno general de su congregación; y de 1968 a 1974 fue elegido superior mayor de la provincia claretiana de Aragón, con sede-curia en Zaragoza.
En Valencia, a donde fue destinado en 1974, desempeñó distintos servicios encargados por los sucesivos arzobispos, entre ellos, el de vicario episcopal para la Vida Consagrada de 1985 a 2016.
Igualmente, junto a “importantes responsabilidades en la comunidad claretiana que regenta la parroquia de San Vicente Mártir de Valencia (superior y ecónomo en varios trienios), desarrolló una importante labor en el Centro de Interiorización y Oración (CIO), animado por misioneros de la misma comunidad”, según informan desde la congregación. Durante este período también acompañó como consiliario a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, a la Federación de Monjas Justinianas y a un buen número de religiosos, religiosas y todo tipo de fieles a los que sirvió desde el consejo y el acompañamiento espiritual.
En 2019 el deterioro de su salud aconsejó su traslado a una de las comunidades que la congregación claretiana tiene en Zaragoza, en la que falleció. “Hasta pocos meses antes de su muerte varios miles de personas recibieron diariamente los materiales de profundización en la oración, la fe de la Iglesia y el papel de los cristianos en la vida pública que el padre Ciller elaboraba y remitía”, añaden.
El actual vicario episcopal para la Vida Consagrada, el dominico Martín Gelabert, manifiesta que el P. Ciller tuvo “una vida muy fecunda”. “Hizo una labor muy completa y hemos de dar gracias a Dios por el gran bien que ha supuesto para la diócesis”, indica. Lo define como “un hombre amable”, que en sus 31 años de vicario episcopal “hizo muchas cosas y, además, bien hechas”, a lo que contribuyó la gran experiencia de gobierno en la vida consagrada que adquirió siendo provincial de los Claretianos. “Las congregaciones religiosas siempre se han mostrado muy agradecidas al P. Ciller porque les ayudó mucho cuando tenían que presentar documentación y también organizando cursos de formación”, añade. Además, reconoce que “a él debemos el encuentro que cada año tiene la vida contemplativa con el Arzobispo, que no se hace en otras diócesis”.