EDUARDO MARTÍNEZ | 29.10.2020
El duelo ante la muerte de un ser querido se agrava por el hecho de no haberse podido despedir de él. La actual pandemia ha provocado un importante aumento de este tipo de casos, a consecuencia de las normas anticontagio. Tres expertos dan en PARAULA claves para superar esa situación.
Durante estos meses de pandemia, Mara Puertas ha podido presenciar de cerca esos dos lados preeminentes en la muerte de cada persona: el del propio fallecido y el de los seres queridos que deja. Ambos lados, habitualmente unidos en los momentos finales de la vida, quedaron dramáticamente separados por los protocolos anticontagio frente a la covid-19. Nos enfrentamos en nuestros días, así, a la inhumana amenaza de una muerte en soledad y al despiadado duelo de quienes no pueden despedirse de sus familiares y amigos. ¿Cómo afrontar, entonces, el golpe añadido y brutal de una muerte sin ver el rostro del esposo o de la madre que se nos va, o sin que medie una palabra con el hermano o con el amigo íntimo?
Como enfermera del hospital La Fe y psicóloga de la asociación Viktor Frankl de Valencia, Mara Puertas ha estado al lado de los unos y de los otros. Y extrae desde esa experiencia una clave esencial ante cualquier tipo de muerte y de duelo, algo que marca ya de salida la diferencia entre la aceptación o la desesperación: haber preparado con antelación ese doloroso proceso, haberlo anticipado de algún modo en la mente para asimilarlo mejor cuando se presenta.
Ella misma ha sido testigo de esas dos formas opuestas de encarar la muerte. En el hospital, ha asistido a personas rebeladas ante su partida inminente, completamente reacias a aceptar el desenlace; y también a otras que afrontaban ese final con sosiego y entereza: “Algunos abuelos gravemente enfermos por covid me decían: ‘Ya he cumplido mi misión aquí, me voy en paz’… ”. Y en el lado de los familiares que lloran esas muertes, la situación se repetía: “Quienes habían hecho antes un proceso de asimilación de la muerte sufren un duelo más moderado; y quienes no lo han hecho se quedan muy tocados esa primera vez y les cuesta mucho más superarlo”, explica.
Preparación remota ante la muerte
Una forma de adquirir esa preparación ante la muerte es haber tenido que convivir con situaciones similares previamente. Y fortalece también el ánimo y faculta para vivir un duelo más moderado el ejercicio frecuente de actividades como la meditación o la oración. Se trata de dinámicas introspectivas que pueden ayudarnos a buscar el sentido de la vida y a reconocer la muerte como parte de nuestro proceso natural como seres humanos. Eso sí, hay que cuidar de “no caer nunca en el extremo de obsesionarse con la muerte y no parar de pensar en ella”, matiza la psicóloga. Antes bien, “la muerte nos ha de llevar a reflexionar sobre el sentido de la vida”.
Esa reflexión requiere de un esfuerzo. Entre otras cosas porque la cultura dominante “vive de espaldas a la muerte, no la acepta, le aterra y no se atreve a pensar en ella”, de modo que cuando llega “no se está preparado”. En un contexto así, no es de extrañar el tremendo impacto psicológico y espiritual que genera una pandemia como la del nuevo coronavirus. En la asociación Viktor Frankl han aumentado significativamente estos meses las peticiones de apoyo a consecuencia de la pandemia. Y entre ellas, ha habido las de muchas personas que no han podido despedirse de sus familiares ni acompañarlos en sus últimos momentos. En esos casos, el proceso de duelo es similar al derivado de una muerte en la que sí ha habido una despedida. La diferencia estriba en que, cuando no hay ese adiós, “el dolor suele ser más intenso y la sensación de vacío, mayor”. La falta de una despedida explícita impide muchas veces atar algún cabo importante con el fallecido, completar alguna tarea, redondear alguna conversación o reconciliarse ante alguna discordia. Todo ello favorece la aparición del sentimiento de absurdo, impotencia o culpa. La dentellada de la defunción penetra, así, más hondo y la herida se hace más profunda. La muerte ejerce siempre una violencia en nuestra mente, pero cuando no se la espera, o cuando no se la prepara, irrumpe como un tsunami, destrozando todo a su paso.
Rituales alternativos para decir adiós
En ausencia de una despedida física, es menester elaborar una de tipo espiritual. Un adiós ‘post mortem’. Se trata de decir con los labios del alma esas palabras que no pudieron ser pronunciadas. “Cada uno debe hacer esa despedida a su manera, pero siempre desde el cariño”, recalca.
En la tradición cristiana, por ejemplo, hay numerosas formas de llevar a cabo esos rituales de separación, de despedida y de paso. Las más destacadas son las exequias, en las que la comunidad expresa su cercanía al difunto, su oración intercesora y su adiós (‘a Dios’) desde la esperanza en la resurrección. Durante la actual crisis sanitaria, sin embargo, los funerales no pudieron celebrarse con normalidad en algunos momentos por las medidas de seguridad establecidas, de modo que esa necesidad de despedida ritualizada quedaba en suspenso, agravando el proceso de duelo. Por ello, Benjamín Zorrilla, capellán del Cementerio General de Valencia, recomienda organizar los funerales tan pronto como lo permitan las normas sanitarias en cada momento.
En la capilla del camposanto municipal, la capellanía instaló hace unos años un libro de condolencias, que es otro modo de expresar los sentimientos y de comunicarse con el difunto. Son cinco volúmenes ya los que se han empleado desde entonces para rubricar ese cariño que va más allá de la muerte. Hay familiares que escriben también una carta y la depositan en el altar o la leen durante el funeral. Y otros que encienden una vela junto a una foto de su ser querido. Son distintas formas de despedida que pueden ser especialmente consoladoras cuando no se ha podido coger siquiera la mano del moribundo.
Un hecho significativo sobre el alivio que supone expresar ese cariño postrero es que normalmente los hijos que no creen en Dios organizan con detalle las exequias cristianas conforme a la fe de sus padres. No se trata solo de una cuestión de respeto a sus creencias, sino que también suele ser “un modo de darles un último adiós, de establecer una comunicación final con ellos, algo que favorece que la separación no sea tan traumática”, explica el capellán del hospital La Fe Luis Armando Leite dos Santos. Para él, prescindir de los rituales de despedida sería “una banalización de la muerte que puede facilitar una cronificación del duelo e incluso llegar a impedir una vida normal”. El religioso de la orden de los Camilos habla incluso de la conveniencia de hacer un “preduelo” para amortiguar el impacto de la muerte. En la cultura española sigue estando presente, por ejemplo, la transmisión verbal de las últimas voluntades en el lecho de muerte. Y en el país de origen del religioso camilo, Brasil, hay instaurados auténticos ritos ‘premuerte’, como encender una vela y colocarla en la mano de la persona que está a punto de morir, para representar así la luz que le guiará hasta el paraíso.
El padre Luis Fernando ha sido testigo estos meses en la capellanía del hospital del impacto que supone la ausencia de una despedida física. “Ha habido mucho sufrimiento y desconcierto, familiares que no han podido ver los cadáveres de sus seres queridos, dudas sobre si las cenizas eran las suyas… Todo eso agrava enormemente el dolor”. Sucede no solo en una pandemia deshumanizadora como esta, en la que hasta los abrazos vienen prohibidos. Hay también los casos de quienes mueren repentinamente o los que fallecen tras años de esa dramática ausencia que inflige el Alzheimer. “Tenemos siempre esa necesidad de poner las cuentas al día, siempre quedó alguna cosa que no fue dicha, de ahí la importancia de perdonar y perdonarse”, señala. De otro modo, puede sobrevenir también un insidioso sentimiento de culpa por no haber estado más presente, por no haberle dicho al familiar ‘te quiero’… Frente a ello, “hay que recapacitar, no quedarse en una perspectiva negativa y entender que muchas veces aunque no estuviste a su lado sí te preocupaste por él, lo amaste de otro modo”.
Superación a través del amor
Lógicamente, después del impacto inicial y de los funerales, el dolor continuará algún tiempo y en etapas distintas, según cada persona. Son fases que van desde el rechazo, la negación o la rabia iniciales hasta la aceptación y la superación.
Lo primero, y a veces lo más difícil cuando la pena ahoga las mismas ganas de vivir, es “abrirnos más que nunca a la vida, a la experiencia del amor, a los demás… y pedir ayuda, rodearnos de aquellas personas que sabemos que nos quieren, que nos escuchan, que nos comprenden”, aconseja Mara Puertas. Ese contacto humano es vivificante. Hay que buscarlo a toda costa, aunque sea con gran esfuerzo. Es tan cierto que “el dolor acompañado es menos dolor” que vale incluso “un vecino” si no se tiene a nadie más con quien desahogarse. Y en todos los casos, es recomendable también acudir a expertos y a entidades especializadas, a profesionales de la psicología, a sacerdotes, a maestros del alma… Todos ellos nos pueden ayudar a “recuperar la confianza en la vida y en uno mismo, aunque sea una confianza prestada”. Esa autoconfianza ha de servir para hacer acopio de fuerzas mediante el reconocimiento de la extraordinaria capacidad de superación y de adaptación que tenemos las personas. Se trata, en definitiva, de confiar en “la fortaleza de nuestra dimensión espiritual”, la cual “no se quiebra ni siquiera ante la enfermedad o la muerte”, sino que siempre puede salir a flote.
Hacerse las preguntas correctas
Ese movimiento de autotrascendencia, de salir de uno mismo, puede también ayudar a cambiar las dolorosas preguntas que uno se hace en esas circunstancias, sobre todo el lacerante ‘¿por qué?’. En muchos momentos, es mejor transformar esas cuestiones en otras como ‘¿qué me pide la vida?’ o ‘¿qué me piden los demás?’. Y lo que piden es “que estemos felices y que volvamos a abrirnos al amor que necesitan de nosotros”. Los otros, los vivos, son siempre tarea, pueden ser siempre estímulo, incitación. Y junto a toda esa dinámica de descentramiento, de salir al encuentro de la vida y de las personas, es conveniente –añade la experta– que haya otro ejercicio de trascendencia consistente en ir “más allá de lo físico”. El amor que sentíamos por la persona fallecida se ha de conducir a una dimensión distinta a la material, a una intangible pero también real: “En el plano de los recuerdos el amor no muere, podemos seguir amando y sentirnos unidos a esa persona”.
En el ámbito del hacer memoria, resulta especialmente sanador también evocar el legado del familiar o del amigo fallecido. Se trata de “salir de nuestro dolor concentrándonos en el agradecimiento por la herencia que nos ha dejado”, destaca Benjamín Zorrilla. Y otra forma de mantener vivo el recuerdo puede ser dedicar un día al año en honor a los antepasados de la familia. En Oriente o en la etnia gitana es costumbre organizar una comida ese día con los alimentos que a ellos más les gustaban. Y en España, hay familias que adquieren las devociones religiosas de sus mayores ya ausentes en honor a ellos.
Volver a ser feliz en homenaje al difunto amado
Para el proceso de duelo, convendrá también tener paciencia con uno mismo, darse tiempo porque “al principio nada tiene sentido”; y “darse también cariño” para no entrar en un proceso de desgana autodestructiva, pero sin caer tampoco en una excesiva autocompasión. Es posible que, con el tiempo, ese acontecimiento desgarrador vaya adquiriendo un cierto significado. Esa aproximación al sentido a menudo pasa de nuevo por el amor. “El sentido por amor –explica Mara Puertas– aparece cuando ante la muerte de una persona querida comprendes que si te duele es porque la amaste”, cuando reconocemos que eso tuvo un valor en sí mismo, un valor tan alto que la muerte no es capaz de borrar. Amar es una fuerza tan grande que perdura en el tiempo “aunque ese ser querido nos haya dejado ya”, de manera que “aunque ya no podemos amar en lo físico seguimos haciéndolo en lo eterno, en la memoria, donde el difunto pervive de algún modo”. Ese modo de pervivencia es de por sí consolador, “tanto para los creyentes como para los ateos”.
Es evidente, no obstante, que un cristiano tiene en principio un plus de facilidad para sentir la presencia de sus difuntos, pues su fe implica la creencia en la resurrección de la carne y en la comunión de los santos. Por esta última –recuerda Benjamín Zorrilla–, “se establece un vínculo de amor entre quienes peregrinan todavía en este mundo y quienes han partido ya de él”.
Ahora bien, sucede a veces que ese aprecio por la persona fallecida es egoísta o posesivo. Parece como si se pretendiera retener al difunto, como si no se le dejara marchar. Esa falta de aceptación “dificulta enormemente la superación del duelo”.
En tales casos de duelos complicados, se convierte involuntariamente a los difuntos en verdugos, dado que su muerte hunde en la aflicción y bloquea la posibilidad de recuperar la dicha. Por eso, Mara Puertas aconseja dar la vuelta a ese planteamiento: “Voy a superar el dolor y voy a volver a ser feliz porque eso es lo que querría para mí la persona que ha muerto”. Así, se vuelve a sonreír a la vida “en homenaje” al fallecido, de modo que se hace justicia a quien realmente fue: alguien que nos amó. Brota una vez más, como se ve, el amor como el gran recurso sanador. Un amor que nos protege ante la intemperie de la vida. Y un amor que es más fuerte incluso que la propia muerte.
8 consejos para superar el duelo
- Meditar sobre la muerte antes de que se acerque
- Celebrar ritos de despedida, como los funerales
- Ante las deudas pendientes, perdonar y perdonarse
- Abrirse al amor, a los demás, pedir ayuda
- Confiar en la gran capacidad de superación humana
- Mejor que un ‘¿por qué?’, un ‘¿qué me piden los demás?’
- Seguir amando desde el recuerdo y la gratitud
- Reparar en que el difunto amado nos querría ver felices
Centros y recursos en la diócesis de Valencia
- Centro de Escucha San Camilo: Servicio gratuito de los Jesuitas y de los Camilos para ayudar a personas sin recursos en situación de sufrimiento y duelo. Tel.: 601 08 84 26.
- Asociación Viktor E. Frankl: Servicio gratuito de ayuda en la enfermedad, la muerte y el duelo. Inspirada en el humanismo cristiano y en la Logoterapia del psiquiatra V. Frankl. Tel.: 963 51 01 13.
- Otros: En las parroquias y las capellanías de hospitales y de cementerios se puede encontrar acogida y ayuda puntual.