A las puertas de la parroquia San Josemaría de Valencia, se forman colas para recoger donaciones de comida, mientras los trabajadores de la construcción avanzan en las obras. FOTO: A.SÁIZ

EVA ALCAYDE | 12.11.2020

El diccionario de la RAE define la palabra ‘pobre’ como aquel “que no tiene lo necesario para vivir o que lo tiene con escasez”. La pobreza tiene hoy en día muchos rostros: trabajadores con empleos precarios y temporales que son excluidos, familias con niños sin acceso a una vivienda digna, mujeres con desventajas sociales y jóvenes con estudios y trabajos que no pueden mantenerse… todos ellos son pobres. ¿Y ante tantas realidades qué podemos hacer?

El 18,4% de la población española, es decir 8,5 millones de personas, está en exclusión social. Es un dato del último Informe FOESSA, que demuestra que la exclusión social se ha enquistado en la estructura social de nuestro país. Y más aún después de la pandemia del coronavirus.

El informe dibuja a este grupo como la ‘sociedad estancada’, personas con trabajos temporales, muy precarios, que no les da lo suficiente para vivir.

Dentro de los excluidos existe otro grupo especialmente vulnerable: son 4,1 millones de personas que están en situación de exclusión social severa. Son los ciudadanos sobre los que se ceba la desigualdad y la precariedad, es decir, tienen una vivienda insegura e inadecuada, desempleo persistente, y precariedad laboral extrema.

A su vez, dentro de este grupo de exclusión social severa, existe otro colectivo, el de los ‘expulsados’, que suman 1,8 millones de personas (600.000 en 2007), que acumulan tal cantidad de dificultades y de tal gravedad que exigirían de una intervención urgente, profunda e intensa en recursos para garantizarles su acceso a una vida mínimamente digna.


Sociedad insegura
Dentro del panorama social que dibuja el Informe FOESSA, el 48,4% de la población pertenece a una sociedad integrada, que representa a aquellas personas que no tienen dificultades para su supervivencia. Es un buena noticia, pero si nos fijamos el porcentaje no llega ni a la mitad. Pero es que además, se ha detectado que, dentro de este grupo, hay dos realidades: la sociedad de las oportunidades -dos tercios de la población española- y la sociedad insegura, en la que estarían unos 6 millones de personas.

“La Sociedad de las oportunidades está formada por personas con empleo seguro, integrados en la sociedad con un salario que les permite vivir dignamente, salir a tomar algo, o ir de vez en cuando de vacaciones. La sociedad insegura, en cambio, son personas que aun teniendo ingresos por encima del umbral de la pobreza, tienen salarios bajos y una cierta inseguridad, como algunos autónomos, a los cualquier imprevisto les puede romper el presupuesto”, explica Enrique Lluch Frechina, profesor de Economía de la Universidad CEU Cardenal Herrera, que impartió la conferencia ‘El clamor de los pobres’ la pasada semana en la Facultad de Teología de Valencia.


Con un escenario como este, para el profesor Lluch, “la sociedad insegura, la estancada y la expulsada son los que podían tener problemas en el caso de una crisis como la actual”. “De hecho, los principales afectados por pandemia hoy en día son los que están en estos tres colectivos”, asegura.


Cambio de paradigma
El profesor de Economía Enrique Lluch, dirige la Cátedra Solidaridad y abrió la pasada semana el Curso de Formación Permanente 2020 que ha organizado la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia, junto con la Delegación Episcopal para el Clero del Arzobispado de Valencia.

En su conferencia ‘El clamor de los pobres’ propuso un cambio de paradigma económico que no deje a nadie atrás, sino que el más desfavorecido esté en el punto central de la economía.

Para el experto, actualmente lo que caracteriza a nuestra sociedad mundial es el economicismo, donde la economía está por encima de todo y los factores económicos tienen la primacía sobre cualquier otra cosa.

“La prioridad de las sociedad es el crecimiento económico, es producir más entre todos, y que la producción sea superior al año anterior. Se podría decir que hay una adicción al crecimiento, somos pibadictos. Las personas quieren maximizar su bienestar, las empresas maximizar sus beneficios y el estado maximizar el bien común”, explica.

La consecuencia del economicismo es que se ha producido un gran crecimiento económico. “La renta per cápita en el mundo se ha multiplicado por tres. Para ello estamos explotando la creación y la utilización de recursos no renovables se ha multiplicado por siete. Por otro lado, la gente a pesar de tener más no es más feliz, hay un montón de gente que se siente insatisfecha, agobiada y estresada. Y además este sistema no produce riqueza para todos, hay excluidos”, analiza Lluch, que asegura que “debemos replantear el economicismo y pensar en otro paradigma donde la economía esté al servicio de la sociedad y no al contrario”.

El nuevo paradigma económico que propone Enrique Lluch se cimenta en el Génesis: “El Génesis nos habla un jardín, que es la tierra, y nos dieron una encomienda, guardar y cultivar el jardín. Tenemos que preservar el jardín del daño que podamos causar y hacerlo fructificar. Tenemos que ser jardineros y no explotadores. Nuestro actual sistema ha convertido todo el planeta en explotaciones agrícolas y ganaderas… y lo que debemos hacer como el jardinero que quiere sacar los frutos del jardín pero quiere que siga año tras año”.

En consecuencia en este nuevo modelo, la economía estaría al servicio de las personas y sería sostenible. “El cambio de paradigma sería pasar de tener más entre todos, que prima hoy en día, a que todos tengamos lo suficiente. Que se mida la economía no por producir más sino porque haya para todos”, explica Enrique Lluch que asegura que “un país está mejor porque hay menos gente que pasa necesidad”.

El Papa pide “compromiso directo con los más vulnerables”

Con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra este domingo, día 15, el papa Francisco ha escrito un mensaje, con el lema ‘Tiende tu mano al pobre’, en el que invita a todas las comunidades cristianas a la responsabilidad y al compromiso directo con las personas más débiles y vulnerables. Es una invitación a poner en práctica el mandamiento del amor.

El pontífice señala que tender la mano es un “signo de proximidad, solidaridad y amor, es una llamada a llevar las cargas de los más débiles”.
“Las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada”, asegura el Papa, que reconoce también que “la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece su testimonio y sus gestos de compartir”. “También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir”, añade Francisco.