Durante una Eucaristía, que siempre nos hace ser Iglesia, conferí hace días con gran alegría y esperanza, el sacramento de la Confirmación a varios queridos jóvenes. Con la acción, con la gracia del Espíritu Santo, Dios les ha introducido y hecho Iglesia a estos jóvenes por el sacramento del Bautismo, y ahora, por la Confirmación les consolida como Iglesia y les hace miembros adultos de la Iglesia. Jóvenes y familias, “somos Iglesia, somos lo que tú nos ayudas a ser, somos la gran familia contigo”. Con mucho gozo, y así lo digo en muchos lugares, en Valencia se ama a la Iglesia, se vive honda y gozosamente el sentir con la Iglesia, la comunión con la Iglesia. Una de las notas que, gracias a Dios, más caracterizan a Valencia es su viva y fuerte eclesialidad.
En ese mismo día celebramos el día de la Iglesia diocesana, donde subsiste la Iglesia entera, una, santa, católica y apostólica. Os vuelvo a invitar a todos, particularmente a los jóvenes que a lo largo de este curso recibiréis el sacramento de la Confirmación, a que avivéis el gozo de pertenecer a la Iglesia en nuestra diócesis de Valencia. En ella se mantiene viva y operante la presencia de Jesucristo, el “único Nombre en el que podemos ser salvos” (He 4,l2), esperanza y luz para todos los hombres, que se nos ofrece como gracia y bondad. Jesucristo no es sin la Iglesia, ni la Iglesia existe sin Cristo, su único fundamento. ¿Cómo no dar gracias a Dios por ella?¿Cómo no estar agradecidos a ella, si es por donde nos llega a los hombres el anuncio de la luz y de la paz, de la bondad y de la gracia, de la salvación y de la misericordia entrañable de Dios que se nos ha entregado enteramente en Jesucristo?.
Los católicos valencianos estamos insertados en la Iglesia santa de Dios desde nuestra inserción en la Iglesia particular que peregrina en Valencia, y, a través de ella, vivimos en la comunidad católica y apostólica que es la única Iglesia de Jesucristo. La Iglesia, esparcida por toda la tierra, toma cuerpo y vida a través de las Iglesias particulares, es decir de las diócesis. Con la fuerza del Espíritu que recibís tantos jóvenes por el sacramento de la Confirmación, ayudad a nuestra querida y entrañable diócesis de Valencia. Vivid la comunión en ella y con ella. Ayudadla, colaborando en su obra evangelizadora y apostólica. Secundad su camino o itinerario de evangelización, su testimonio valiente del Evangelio, sin reticencias, y sin escatimar esfuerzos, como los mártires valencianos: es lo que el Espíritu Santo dice a su Iglesia que está en Valencia.
No escatiméis esfuerzos para colaborar en su misión. Dejaos renovar por el Espíritu para renovar nuestra diócesis, y que, purificada en cada uno de nosotros, sus miembros y sus hijos, aparezca transparente, sin arruga y sin mancha, limpia, vestida con la vestidura blanca de la fe y la caridad, del amor entre todos, del amor y solicitud para con los más pobres. Haced de ella, con el auxilio imprescindible de la gracia, el hogar de todos, donde nadie se encuentre o sienta extraño. Escuchad en ella y recibid de ella la Palabra de Dios, que es luz y vida para los hombres. Permaneced asiduos y fieles en la enseñanza de los apóstoles, en la oración, y en la fracción del pan; como en los primeros tiempos, tened un mismo pensar y un mismo sentir, permaneced unidos en la caridad con un solo corazón, unidos en la oración y en la participación de la Eucaristía. Ayudaos unos a otros; que de vuestros labios solo salgan palabras para la edificación de todos, la edificación en la unidad y en el amor, vínculo de la paz. Que se os note que sois Iglesia, porque ofrecéis el signo y la alegría de la unidad y de la fraternidad, del amor que sabe compartir y estar atento a las necesidades de los hermanos que sufren, que pasan necesidad, que necesitan consuelo, que reclaman nuestra ayuda. Y esto, no lo olvidéis, en los tiempos de pandemia en los que estamos, con tantas necesidades y heridas, sed buenos samaritanos que no pasan de largo ante pobrezas y marginaciones.
Sed generosos también con la Iglesia diocesana. Mantenedla en sus necesidades, que son las nuestras, porque todos somos hermanos. No escatiméis en vuestra ayuda económica para su sustento y para que pueda atender a tantas y tantas cosas necesarias para llevar a cabo su misión, , sobre todo en su atención prioritaria e identitaria a los pobres. Diréis, pero “si no tenemos un euro, en ¿qué y con qué podemos ayudarla en su sustento para atender a tantas necesidades como tiene?”. Podéis ayudarla con vuestro testimonio, con vuestra oración, con vuestro tiempo, en la catequesis, con los Juniors, en las familias, en la multitud de acciones parroquiales y también con el poco dinero que tengáis, compartiendo, ayudando a las familias, a Cáritas en el voluntariado, acompañando a los que están solos o sienten la soledad, alegrando a los tristes…
Pedimos a Dios que, como en Pentecostés, derrame el Espíritu Santo sobre los jóvenes, que los mantenga firmes en la Fe de la Iglesia, que es nuestro mayor tesoro y nuestra mayor gloria; pidámosle que el Espíritu Santo la acreciente y vigorice todavía más para dar testimonio valiente del Evangelio, de que Dios es y es Amor de que no hay ningún otro, de que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna y no podemos ir, ni iremos a ningún otro que no sea Él, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida, que sólo en Él encontramos y tenemos la fuerza para la renovación de la humanidad, para apostar por la persona humana y el bien común, para trabajar por una sociedad verdaderamente nueva y justa donde Dios sea reconocido y amado, que es donde está el verdadero futuro, el cielo, la gloria, el consuelo, el auténtico cambio y transformación de nuestra historia, la paz verdadera, la verdadera revolución que no es efímera ni pasajera, sino duradera con la presencia anticipada de eternidad, de fraternidad y de paz.
Desde lo más hondo de mi alma invoco a Dios para que conceda a los jóvenes que van a ser confirmados, a las parroquias, a la diócesis, su ayuda y su gracia, rogándole que nos mantenga en una esperanza grande apoyados en Cristo, en medio de esta situación de pandemia. No hay motivos para la desesperanza o la angustia; no podemos tener miedos ni complejos porque esta es nuestra firme certeza, inconmovible certeza, de fe recia y sólida: Porque Jesucristo, Hijo de Dios está con nosotros, presente en su Iglesia. Su palabra no falla: “cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Las puertas del infierno no podrán contra su Iglesia, contra nosotros. Su palabra se cumple, se viene cumpliendo a lo largo de más de veinte siglos, en medio de dificultades y sufrimientos de los hombres que comparte con los hombres. Pero estemos vigilantes, con las lámparas encendidas, no quedemos cruzados de brazos, no nos confiemos y bajemos la guardia; ¡cuidado, no caigamos!
Esperemos vigilantes, con la tensión, la lámpara encendida de la fe, de la caridad y la esperanza, que se manifiesta y expresa en una vida de caridad que tiene dimensiones sociales, históricas y políticas con capacidad y vocación de incidir en nuestra sociedad, en la familia, en el mundo laboral y empresarial, en el barrio, en la cultura y la educación.
Que Dios, dador de todo bien, nos conceda sabiduría, luz e inteligencia, dones del Espíritu, para descubrir en todo cuál es su voluntad para seguirla, cual es nuestra vocación, la de siempre y la de todos, que es la santidad, que se realiza en el mundo en las diferentes vocaciones concretas: al matrimonio, a la vida sacerdotal, a la vida consagrada, a la acción misionera, al laicado en la vida pública. Seguid esa vocación, acción del Espíritu, y seréis libres y felices, se anticipará el Reino de Dios en medio nuestro, presente ya en la Iglesia a la que estamos llamados a servir, porque la Iglesia somos lo que tú nos ayudas a ser, y somos una gran familia contigo, como dice el eslogan para este día de la Iglesia diocesana, de la que somos parte activa.