El pasado domingo al entrar en la Catedral de Valencia para celebrar la Eucaristía a las doce de la mañana, la encontré medio vacía, no llegaba ni por asomo al aforo mínimo permitido, sentí una gran pena y me invadió un dolor y tristeza grande; casi me puse a llorar, tuve que contener las lágrimas; me encontré con una disminución notable de presencia de fieles, respecto al domingo último, participando o asistiendo a la Santa Misa. Esta disminución la había experimentado ya el domingo anterior, y el domingo anterior, lo mismo con respecto al domingo precedente. Y así está sucediendo, según me informan, en la mayoría de las iglesias de la diócesis. La gente tiene miedo a contagiarse y a contagiar y, como dije en otro escrito, “yo también”. Ese miedo real e inducido parece ser una de las motivaciones que conducen a los fieles a abstenerse de la participación presencial en la Santa Misa dominical. ¡No tengamos miedo! Al contrario, necesitamos de la Eucaristía porque queremos continuar siguiendo a Jesucristo, ser discípulos suyos, ser testigos y anunciadores valientes del Evangelio para renovar el mundo, hoy.
Desconozco cuales son los índices de participación dominical actualmente, pero como Dios no sabe de números ni su nombre es “éxito” numérico ni de masas, no es lo que más me preocupa en estos momentos. Lo que más me preocupa es que los fieles católicos no se vean despojados o privados de poder participar en la Eucaristía y comulgar, y de acudir a Cristo, presente en medio nuestro, para acompañarle, adorarle y estar con Él, hablarle ante el Sagrario de todos los templos. Por eso recordé, una vez más, a los sacerdotes que tengan abiertos los templos todo el día, donde no sea imposible, con el Santísimo expuesto para visitarle, adorarle, e implorar su auxilio y su ayuda que sólo de Él nos vendrá en estos momentos difíciles que atravesamos. Por esto mismo dije a todos los sacerdotes que, al menos los domingos, multipliquen las celebraciones de la Santa Misa, cuantas veces sea necesario, aunque vengan pocos, pero que, con las debidas disposiciones y cuidados, puedan comulgar y escuchar en directo, presencialmente, la Palabra de Dios. Por parte nuestra que no quede: para que se viva la verdad de la Eucaristía, puesto que sin ella, sin la Eucaristía y sin la reunión dominical, al igual que los primeros cristianos, los católicos de hoy no podemos, no podemos vivir, no podemos ni debemos vivir sin comer el Pan de vida, porque quien no lo come no vivirá, y si no entramos y estamos en comunión con Él no viviremos ni tendremos vida abundante y eterna, y sin esta comunión con Él no daremos frutos de caridad y amor, de justicia y de esperanza, que tanto necesitamos y necesita de nosotros el mundo en estos precisos momentos, por ejemplo para evitar contagios que esto también es obra de caridad que proviene de la Eucaristía y cumplen el mandamiento nuevo del Señor de amarnos como Él, con su mismo amor, nos ha amado.
Nos encontramos ahora con el terrible mal o con la paradoja dolorosa, que cuando más se necesita, los fieles se quedan sin la Eucaristía dominical, sin comulgar, que es imprescindible, como digo y recuerdo con insistencia porque nuestro único Señor, al que hay que obedecer por encima de todo, nos dice: “si no coméis el Pan de vida no tendréis vida en vosotros”, “si no estáis unidos a Cristo, como los sarmientos a la vid – y esto no es posible sin el sacramento de la comunión-, no podéis dar frutos”, de caridad, de amor, de justicia, de solidaridad, de servicio a los pobres, de fraternidad, en lo que entran también las precauciones, siempre necesarias, a no contagiar. Todo esto tiene que ver, y mucho, con la libertad religiosa y de conciencia, que sí es derecho fundamental e inalienable. Creo, sinceramente, que en las actuales circunstancias, al menos algunos gobiernos autonómicos se están pasando, y mucho, en cuanto a libertad religiosa se refiere, al rebajar de manera humillante los números permitidos para participar en los templos, en las celebraciones de la Santa Misa. Aunque no sea políticamente correcto el denunciarlo, creo que ha llegado la hora en que no se puede callar por más tiempo: ¿Se puede, acaso, callar ante las limitaciones de aforos, con números incluso ridículos, a todas luces arbitrarios, injustos, irrisorios e irrazonables en algunas Comunidades Autónomas sin contar con la Iglesia? ¿No se estarán poniendo trabas a un derecho fundamental e inalienable?.
Insisto en que para los católicos es primordial participar en la Eucaristía dominical y comulgar. Lo ha sido siempre, aunque no hubiese ningún precepto de la iglesia; ya los primeros cristianos decían: “sine dominica, non possumus”, sin la Eucaristía en los domingos, no podemos vivir. Y los perseguían, y los eliminaban por desobedecer leyes civiles del Gobierno del Imperio Romano porque el gobierno del Imperio consideraba aquello, es decir, las reuniones dominicales, que eran subversivas, ponían en riesgo o peligro la paz social, el orden público, y así perseguían las reuniones dominicales; pero los cristianos se mantenían fieles a su conciencia y a su Señor y continuaban celebrándolas, aunque fuesen perseguidos, llevados al martirio.
Pido con toda sencillez y verdad que los gobiernos y medios de comunicación y creadores de opinión vean y lean estas reflexiones con verdad y detención y no vayan a actuar como los emperadores romanos y dejen en libertad a la Iglesia y a sus fieles, precisamente para que puedan ejercer la caridad, de anunciar la buena noticia del Evangelio, Jesucristo, a quien el mundo busca y necesita a veces sin saberlo, pues necesitan la buena noticia de la caridad para estar con los enfermos, auxiliar a los pobres, y que puedan comportarse como el Buen Samaritano, y que sus hijos, debidamente enseñados, sean verdaderos discípulos de Jesús que le siguen, y se sienten hijos de Dios, con plenísima confianza en Dios, al que invocan solidariamente y, ante Él, se acuerdan solidariamente como hermanos de todos los hombres sin exceptuar ni excluir a nadie.
No olvidemos que la solidaridad brota de la caridad y que esta caridad nos lleva de alguna manera a llenar el mundo entero de caridad y de amor, de alegría y esperanza y a superar la tristeza y los miedos que nos afligen al mundo entero y aún más a los países más pobres, víctimas de la pandemia endémica y prolongada del peor y más mortal de los virus: EL HAMBRE. A partir de la Eucaristía haremos crecer la solidaridad, compañera inseparable y exigida por la caridad y así contagiar al mundo de solidaridad y caridad para acabar con el HAMBRE, el más espantoso de los virus de la humanidad que viene de la insolidaridad y egoísmos de los países ricos y de las personas egoístas e insolidarias. Hay que difundir y hacer este contagio del amor, de la caridad, de la fraternidad real, de las bienaventuranzas y seguro que cambia el mundo y se renueva la humanidad. Y ese contagio no es posible sin la Eucaristía, ¡Sacerdotes!, qué gran e importante obra hacéis facilitando, como digo en este escrito y dije ya en otro anterior, la Eucaristía dominical, en la que se proclama y enseña la Palabra de Dios, se renueva el memorial del máximo amor, se comulga y se entra en comunión con quien es el amor supremo y fuente para amar y servir a los que sufren.
Y ese es el mensaje que la campaña de Manos Unidas nos trae este año en el que nos encontramos. Seamos todos muy generosos con Manos Unidas, como generosos son los colaboradores nacionales y diocesanos con esta gran obra que surge de la Iglesia y actúa en nombre de la Iglesia que se fundamenta en la Eucaristía.