Vista aérea de la plaza de San Pedro del Vaticano durante la celebración de la beatificación el 11 de marzo de 2001. FOTO DE ARCHIVO: ALBERTO SÁIZ

“Su testimonio no debe ser olvidado. Ellos son la prueba más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y manifiesta su belleza aun en medio de atroces padecimientos. Es preciso que las iglesias particulares hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio”. San Juan Pablo II en su homilía por la beatificación de los 233 mártires

BELÉN NAVA | 05.03.2021
La historia de un pueblo está marcada por hombres y mujeres que con sus hechos, ofrecen testimonio a sus coetáneos y a las generaciones venideras, como lo hizo nuestro primer mártir, san Vicente. Pero, desde el 11de marzo de 2001, cada 22 de septiembre recordamos a aquellos 233 mártires que, siglos después, recogieron su testigo muriendo por su fe y sus creencias durante la persecución de 1936.

Hace veinte años, el domingo 11 marzo de 2001, el Papa san Juan Pablo II beatificaba en la plaza de San Pedro del Vaticano al sacerdote José Aparicio Sanz y a sus doscientos treinta y dos compañeros martirizados en España entre 1936 y 1939: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, personas casadas y solteras de todas las profesiones; miembros de la Acción Católica y de otros movimientos eclesiales.

Eran los primeros beatos del tercer milenio. Con ellos, san Juan Pablo II había beatificado desde el comienzo de su pontificado a 1.227 siervos de Dios.

Llegar hasta aquí no había sido un camino fácil tal y como nos relatan más adelante en sus artículos don Ramón Fita y don Vicente Cárcel.

A las diez de la mañana comenzaba la ceremonia de beatificación. El Papa hacía su ingreso en la plaza por la puerta central del templo. Tres hijos de mártires, José María Torres, María Luisa Díaz y María Adelaide Alonso, portaban un gran relicario en plata, obra del orfebre valenciano Antonio Piró, regalo de la archidiócesis de Valencia, con reliquias y con el nombre de los mártires grabados.

Después del rito de introducción, se acercaron al altar para pedir la beatificación el entonces arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco; el Cardenal Ricardo María Carles y el entonces obispo de Lleida, Francisco Ciuraneta, con los catorce postuladores de las dieciséis causas.

En nombre de todos nuestro Arzobispo pedía al Pontífice que beatificara a los 233 siervos de Dios; a continuación se leyeron unas breves notas biográficas de todos ellos.

En la plaza de San Pedro hubi una nutrida representación valenciana. FOTO DE ARCHIVO: ALBERTO SÁIZ


Fiesta de los mártires
Fue el Papa Juan Pablo II quien, al pronunciar la fórmula de beatificación, estableció que cada año se celebrara la fiesta en memoria de nuestros mártires el día 22 de septiembre.

La elección de esta fecha como fiesta litúrgica de los mártires obedece a que la persecución religiosa de 1936 fue especialmente violenta durante el mes de septiembre y el mayor número de los nuevos beatos fue martirizado, precisamente, ese día o en los más próximos.

Tras pronunciarse la fórmula, la asamblea asintió con el canto del ‘Amén’. Un gran aplauso retumbó en la plaza de San Pedro mientras se iba descubriendo el tapiz, que colgaba del balcón central de la fachada de la Basílica.

Refiriéndose a los 233 mártires que acababa de beatificar, el Santo Padre los definió como “modelo de coherencia para nosotros con la verdad profesada, a la vez que honran al noble pueblo español y a la Iglesia”. El Pontífice precisó en su homilía que los nuevos beatos “no estuvieron implicados en luchas políticas o ideológicas ni quisieron entrar en ellas” y además, les encomendó el fin del terror en nuestro país: “Deseo confiar a la intercesión de los nuevos beatos una intención que lleváis profundamente arraigada en vuestros corazones: el fin del terrorismo en España”.

En la misa, oficiada en español, incluida la homilía, y en latín, Juan Pablo II concelebró con 56 cardenales, arzobispos y obispos, varios sacerdotes valencianos familiares de los mártires, entre otros Juan Luis Corbín -ya fallecido- y nuestro, ahora, obispo auxiliar monseñor Arturo Ros, entonces párroco de las iglesias Nuestra Señora de la Buena Guía y San Vicente Ferrer, de Valencia, y nieto del mártir Arturo Ros, de Vinalesa.

Misa de acción de gracias
El himno a la Mare dels Desamparats cantado en valenciano y las palabras de despedida del Papa, constituyeron el broche de la misa de acción de gracias que concelebró el arzobispo de Valencia, monseñor Agustín García-Gasco, en el interior de la Basílica de San Pedro del Vaticano.

La ceremonia reunió a más de diez mil peregrinos que abarrotaron el templo, motivo por el cual el personal de seguridad de la basílica tuvo que abrir los espacios laterales y posterior al presbiterio.

Durante su homilía, don Agustín, se dirigió a sacerdotes, religiosos y fieles cristianos laicos para exhortarles a que conservaran “la preciosa herencia de los mártires” y añadió que “ ahora nos corresponde a todos la misión de seguir su ejemplo en la nueva evangelización y recordar que los mártires ni se echaron atrás ni se escondieron ante las dificultades, por muy graves que éstas fueran”.

Al término de la misa, san Juan Pablo II pronunció unas palabras de despedida especialmente dirigidas a los familiares de los beatos puesto que en todos ellos “hay una historia personal, un nombre y un apellido propio, unas circunstancias que hacen de cada uno de ellos un modelo de vida, que es más elocuente aún con la muerte libremente asumida como prueba suprema de su adhesión a Cristo y a su Iglesia”. Y además les animó a que “su testimonio no se puede ni se debe olvidar. Ellos manifiestan la vitalidad de vuestras Iglesias locales. Que su ejemplo haga de cada uno testigos vivos y creíbles de la Buena Nueva para los nuevos tiempos. Que su imitación conduzca a producir en la sociedad actual abundantes frutos de amor y esperanza. Este es mi deseo. Promoved la cultura de la vida. Hacedlo con la palabra, pero también con gestos concretos”.

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