La de Pedro Núñez es una historia que estremece por todo lo que ha tenido que vivir con solo 28 años, pero también por su admirable lucha continua pese a tantas adversidades. Ahora Pedro, en la Ciudad de la Esperanza, ha recuperado la paz y la motivación para seguir adelante.
EVA ALCAYDE | 31.03.2021
Se crió con su abuela y sus tres hermanos pequeños en la República Dominicana, en la capital Santo Domingo. Pronto recibió el primer revés de la vida, ya que a los 17 años le detectaron un síndrome nefrótico, un trastorno renal, que se ha convertido en su gran obstáculo.
“Cuando tienes 17 años solo piensas en estudiar, trabajar y disfrutar de tus amigos. Pero todo eso se terminó para mi con la enfermedad”, asegura Pedro que cuando se la diagnosticaron decidió continuar con su vida y que fuera la enfermedad la que se adaptara a él.
Pero la cruda realidad fue otra. “Los constantes altibajos de mi salud rompieron con todos mis sueños y con las posibilidades de ir a fiestas con mis amigos, estudiar como cualquier chico de mi edad o incluso trabajar, nadie quiere contratar a alguien enfermo…” lamenta Pedro. Hay días que su enfermedad no le supone ningún problema y puede hacer una vida normal y otros en los que no puede ni levantarse de la cama.
Así que cuando vio que no podía tener una continuidad de asistencia a clase, Pedro intentó seguir con sus estudios de forma ‘online’. También averiguó diferentes opciones de tratamiento, incluso haciendo diálisis peritoneal, para poder hacerlo el mismo desde casa, pero aún sí fue duro: “sientes que no mejoras, que no te vas a curar nunca y poco a poco, con 17 años, te vas hundiendo”.
“Un día nos comunican que quizá en España tenga más posibilidades por tener más alternativas de tratamientos, más seguimiento y mejores condiciones socio sanitarias. Mi abuela decidió que me marchara con mi padre a España. Y yo intenté volver a creer, pensé que había esperanza y que quizás allí podía tener una vida mejor y ser ese chico que quería”, recuerda.
A los dos días de llegar a España, Pedro ingresó en el hospital para someterse a un exhaustivo análisis con muchas pruebas. Estuvo ingresado más de 3 meses. “Intenté hacer una diálisis peritoneal durante un año para no desplazarme constantemente, ni molestar a nadie, pues mi padre reflejaba en su cara, y con sus reproches contantes, que estaba agotado de mi enfermedad. Decidió que me fuera con mi madre a Andalucía, porque yo era una carga y un gasto para él”, cuenta Pedro, que nunca había vivido con ella. “Para mí era una completa desconocida, pero pensé que podía ser una oportunidad para recuperar esos años que no estuvimos juntos”.
Otra vez la realidad golpea fuerte a Pedro en la cara. Al llegar a Sevilla, donde vive su madre, se da cuenta de que ella tiene ya su vida montada y no hay hueco para él. Así que cuando pasan los seis meses que ella había acordado con su padre, le manda de vuelta a Valencia, en un viaje de 8 horas de autobús. “Al llegar a Valencia llamé a mi padre para que me recogiera y sus palabras fueron “búscate la vida. Como puede llegué a su casa, pero no me abrió la puerta”, relata Pedro, para quien la situación aún podía ir a peor. Su enfermedad le jugó otra mala pasada. “El viaje no me sentó bien, me puse enfermo, caí en coma y al despertar, por los niveles de azúcar, tuve una ceguera que me duró dos meses”, lamenta el dominicano que asegura que en cuestiones médicas “he estado a punto de morirme muchas veces, incluso he perdido la cuenta”.
Pedro salió del hospital con la decisión de tomar las riendas de su vida. Su plan era alquilar una vivienda -con su pensión no contributiva y unos ahorros que tenia de haber trabajado en un taller-, retomar sus estudios desde casa y normalizar su vida dentro de la realidad de su enfermedad. Pero en su entidad bancaria descubrió que su padre se había llevado todos sus ahorros. Le había dejado la cuenta a cero y la moral por los suelos. “¿Cuántas cosas más me iban a pasar?, ¿no es suficiente el rechazo de una madre y de un padre y una enfermedad que no te deja ser un chico normal?”, se preguntaba Pedro desesperado.
Aún así intentó seguir adelante. Logró alquilar una vivienda durante unos meses, pero su pensión no era suficiente y su enfermedad no le dejaba avanzar. “Cada vez que daba dos pasos hacia delante, la enfermedad me echaba tres hacia atrás. Sin dinero y sin ningún sin apoyo, a excepción de mi abuela, me quedé en la calle”, cuenta el dominicano, que pasó varios meses malviviendo en la calle. “Los días que tenía diálisis me quedaba en casa de algún amigo, porque me encontraba muy débil”, apunta.
A Pedro no le quedó más remedio que acudir a los Servicios Sociales, donde le derivaron a la Ciudad de la Esperanza. Aquí ha encontrado la tranquilidad que el define en dos palabras “paz y motivación”. “Gracias al apoyo de los técnicos y el director he vuelto a creer que con ayuda puedo hacer pequeños logros”.
De momento, Pedro ha vuelto a estudiar, haciendo cursos de diseño y de informática, su gran pasión, que le permitan acceder a un trabajo. También ha tramitado una solicitud para recibir un complemento a su pensión, que le posibilite alquilar una vivienda y tener una vida digna. En los últimos años ha tenido muchas recaídas de salud, físicas y emocionales, pues su situación personal y los diez años de diálisis que lleva encima le pesan demasiado.
“La Ciudad de la Esperanza me ha ayudado de verdad, me han apoyado y me han motivado para retomar los estudios y no solo mantenerme vivo. Mi enfermedad siempre seguirá conmigo y es la que me tira hacia atrás. Todo es muy complicado, porque siempre luché por mí, por vivir, por ganar a la enfermedad, pero tanto tiempo luchando me siento rendido y agotado… También me siento una carga para mi familia, pues debería ayudar a mi abuela y a mis hermanos, debería ser el pilar”, se lamenta Pedro que a pesar de todo no pierde la esperanza. “Se que no debo rendirme y, aunque la enfermedad me limita, debo seguir En este centro me he sentido en paz y me siento agradecido por ello. Podré seguir adelante y continuar con mi vida”.